no frecuento el café tengo pocas relaciones. Me cuenta después los famosos literatos nuestros, empezando por Galdós, a quienes ha visitado, y al llegar a uno de ellos, de los más famosos, famosísimo y muy discutido recientemente, me dice. me recibió con helada cortesía. no es el primero a quien he oído quejarse del hielo de la cortesía de ese nuestro ingenio. al contarme una estancia en Toledo acaba diciéndome. En la soledad de Toledo me sentí acompañado por las voces de los antepasados, que obscuramente, en mi alma un tanto desarraigada, hablaban al través de los siglos.
En Madrid soy un paseante más. no lo extraño. Quién no acaba por convertirse en la Villa Corte en un paseante más?
He podido observar en no pocos hispano americanos un cierto tono de melancolía, de tristeza ingénita. El hijo espiritual de aquellas tierras tropicales y sub tropicales no es alegre, no es esperanzado, no es optimista, como no suele serlo el del mediodía de nuestra España, a menos de que no tenga paralítica la conciencia de ciudadano o se dedique a la carrera política. El demasiado sol, si no le seca a uno los sesos, como se le secaron por la demasiada lectura de libros de caballerías a Don Quijote, por lo menos entristece el ánimo.
El espíritu necesita humedad y sombra.
Nunca olvidaré el sentimiento de soledad, de aislamiento, que le dominaba en Madrid al gran Rubén Darío. Guardo testimonio de ello en el ramillete de las cartas que me escribió. recuerdo como una de las veces en que huyó de la Villa Corte de España porque fué huída se debió a lo en vivo que le dolían las satíricas parodias que de las poesías de aquel gran niño grande solía hacer cierto escritor festivo que jamás se burla de otras más dignas de burla y se mantiene fiel a la hórrida preceptiva literaria casticista que simbolizó en un tiempo el Madrid Cómico, agarbanzado archivo de la ramplonería del ingenio español de ia Restauración, de aquel ingenio que achico todos los géneros, incluso el mal llamado género chico.
No me choca esa sensación de aislamiento, de soledad, que tantos hispano americanos han experimentado en la Villa Corte. El que esto escribe es español, y cree serlo mucho, hizo su carrera en Madrid, cree tener en él bastantes y buenos amigos, y, sin embargo, experimenta en la Villa Corte la misma sensación. Hay un ambiente de amabilidad, pero no de cordialidad. Esta es una de las capitales del mundo me decía una vez un amigo cortesano en que uno encuentra antes más puertas abiertas. Si le contesté, abiertas para entrar y abiertas para salir; ni hay que llamar mucho para que a uno se las abran, ni una vez que ha entrado las cierran para no dejarle salir tan luego y tan aínas.
Acaso ello se debe al contagio de la vida política, de ser la Corte el asiento del Gobierno, de los Ministerios, del Parlamento; pero es lo cierto que debajo de esa cortesía fácil se descubre y se siente el hielo de la indiferencia y aun más, la ausencia del sentimiento de la personalidad ajena y por ende del de la propia.
Porque es sabido que por debajo de la comedia de nuestra política no hay verdaderas pasiones, ni odios ni amores. Nuestro amigo Azorin, en su último libro Parlamentarismo español, trae una sección titulada «Escuela de maneras. donde diserta sobre la urbani194 195 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.