Bourgeoisie

con dificultad, si de hombres llegan a sentir la necesidad de borrarla. Es en la burguesía donde esta señal es más honda; el hijo del rico y el del pobre se libran de ella en mayor grado. Tomemos, pues, nuestros ejemplos en la clase media. Recuerdo a propósito dos novelas: una que todo el mundo conoce, Jack de Alphonse Daudet, y otra que será conocida pronto, y que desde su aparición ha sido célebre: Juan Cristóbal de Romain Rolland. Biografías más que novelas, Jack y Juan Cristóbal son dos niños de sensibilidad exquisita, que se refina y exaspera bajo la doble impresión de la pobreza y del vicio. Pobreza, mala conducta, embriaguez, he ahí los enemigos de la infancia desvalida; el uno engendra al otro. Las obras que acabo de citar tienen hombres como protagonistas. No conozco en la literatura un estudio de mujer comparable, en cuanto a la idea que me ocupa en este momento, a las anteriormente citadas. Obvia es la razón: son los hombres los que más han escrito hasta ahora y ellos no pueden conocer a la mujer. Conocen si acaso a la mujer de un rato, la mujer de sus relaciones amorosas. obligada por las duras leyes de nuestra sociedad actual a mentir y disimular.
Padres dichosos como Victor Hugo, Margueritte, Lichtenberger, etc. han consagrado algún volumen a su nieta, pero es a la niña adorada cuyos defectos se tornan encantadores bajo el lirismo admirador del escritor; su vida interior se nos escapa. La mayor parte de las escritoras imitan a los hombres en su estilo; muy pocas han hecho algo verdaderamente original, como hubieran podido, puesto que para ello sobrada tela tenían en sí mismas.
Fácilmente se comprende que la emotividad de la mujer se sobrexcite a consecuencia de su vida, más sedentaria y pasiva que la del hombre.
Conocí a una niña cuyo padre se había dado a la bebida, lo cual era invariablemente causa de feas y violentas escenas en el hogar. Ya mujer, me contó que durante unos veinte años, de los a los 25, sus estados de alma se habían sucedido diariamente así: tranquilidad hasta mediodía, luego aprensión vaga o fuerte, hasta tocar a veces en penosísima zozobra. Al llegar de la escuela, durante la edad escolar, era esta su pregunta de siempre. Está papá. Si la respuesta era afirmativa, la niña se calmaba; si era negativa, la ansiedad iba creciendo al correr de los minutos y las horas. la hora de acostarse, si no estaba en casa el padre, ibase a la cama a velar y temer, atenta a los menores ruidos de la calle. Como reconociera los pasos deseados, el corazón le saltaba y no le cabía en el pecho. el apaciguamiento nervioso no venía mientras el padre no estuviera dormido.
Día tras día, tal era su martirio, no disminuído ni por las caricias de una madre amorosa, ni por sonrisas de la fortuna, ni por generosidades de hermanos. Todo era querellas, grosería, enfermedad y miseria. Lo quc la sostuvo fué quizá su deseo de sobreponerse a esa vida, creyendo que a fuerza de abnegación y sacrificio podría hacer florecer la paz en su hogar desunido. Lo logró? No es esto lo importante. Esta niña, envejecida antes de tiempo por las circunstancias, se replegó sobre sí misma y encontró en una vida interior muy intensa, fortificada por el gusto del estudio y de 37 36 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.