314 EOS EOS 315 no, grave. Más bien lo adivinaban con el pensamiento que lo percibían con sus oídos. Varias notas sueltas llegadas hasta ellos con mayor intensidad en una de las fluctuaciones de la brisa, permitieron a Argensola reconstituir el canto breve, rematado por un aullido melódico; un verdadero canto de guerra: est Alsace et la Loraine, est Alsace qu il nous faut.
Oh, oh, oh, oh.
Un nuevo grupo de hombres iba a lo lejos, por el fondo de una calle, en busca de la estación de ferrocarril, puerta de la guerra. Debían ser de los barrios exteriores, tal vez del campo, y al atravesar París envuelto en silencio, sentían el deseo de cantar la gran aspiración nacional para que los que velaban detrás.
de las fachadas obscuras repeliesen toda perplejidad, sabiendo que no estaban solos. Lo mismo que en las óperas dijo Julio siguiendo los últimos sonidos del coro invisible que se perdía. se perdía, devorado por la distancia y la respiración nocturna.
Tchernoff siguió bebiendo, pero con aire distraído, fijos los ojos en la niebla rojiza que flotaba sobre los tejados.
Adivinaban los dos amigos su labor mental en la contracción de su frente, en los gruñidos sordos que dejaba escapar, como un eco del monólogo interior.
De pronto saltó de la reflexión a la palabra, sin preparación alguna, continuando en voz alta el curso de sus razonamientos. cuando dentro de unas horas salga el sol, el mundo verá correr por sus campos los cuatro jinetes enemigos de los hombres. Ya piafan sus caballos malignos con la impaciencia de la carrera; ya sus jinetes de desgracia se conciertan y cruzan las últimas palabras antes de saltar sobre la silla. Qué jinetes son esos? preguntó Argensola. Los que preceden a la Bestia.
Encontraron los dos amigos tan ininteligible esta contestación como las palabras anteriores. Desnoyers volvió a repetirse mentalmente. Está borracho. Pe.
ro su curiosidad le hizo insistir. qué bestia era aquella?
El ruso lo miró como si le extrañase la pregunta.
Creía haber hablado en alta voz desde el principio de sus reflexiones. La del Apocalipsis.
Se hizo un silencio: pero el laconismo del ruso no fué de larga duración. Sintió la necesidod de expresar su entusiasmo por el soñador de la roca marina de Patmos. El poeta de las visiones grandiosas y obscuras, ejercía influencia a través de dos mil años sobre este revolucionario místico, refugiado en el último piso de una casa de París. Todo lo había presentido Juan. Sus delirios ininteligibles para el vulgo, encerraban el misterio de los grandes sucesos humanos.
Tchernoff describió la bestia apocalíptica surgiendo de las profundidades del mar. Era semejante a un leopardo, sus pies iguales a los de un oso, y su boca un hocico de león. Tenía siete cabezas y diez cuernos.
De los cuernos pendían diez diademas, y en cada una de las siete cabezas llevaba escrita una blasfemia. Estas blasfemias no las decía el evangelista, tal vez porque eran distintas, según las épocas, modificándose Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.