312 EOS EOS 313 quince años. En vano había intentado animarla, recomendándole que aceptase con serenidad la ausencia de su hombre para no hacer daño al otro ser que llevaba en sus entrañas. Porque esa infeliz va a ser madre. Oculta su estado con cierto pudor: pero yo la he sorprendido desde mi ventana arreglando ropitas de niño.
La mujer le había escuchado como si no le enten diese. Las palabras eran impotentes ante su desesperación. Sólo había sabido balbucear, como si hablase con ella misma. Yo alemana. El se va; tiene que irse. Sola. Sola para siempre. Piensa en su nacionalidad que la separa del otro; piensa en el campo de concentración al que la llevarán con sus compatriotas. Le da miedo el abandono en un país hostil, que tiene que defenderse de la agresión de los suyos. todo esto cuando va a ser madre. Qué miserias. Qué tristezas!
Llegaron a la rue de la Pompe y al entrar en la casa se despidió Tchernoff de sus acompañantes para subir por la escalera de servicio. Desnoyers quiso prolongar la conversación. Temía quedarse a solas con su amigo y que resurgiese su mal humor por las recientes contrariedades. La conversación con el ruso le interesaba. Subieron los tres por el ascensor. Argensola habló de la oportunidad de destapar una botella de las muchas que guardaba en la cocina. Tchernoff podría volver a su casa por la puerta del estudio que daba a la escalera de servicio.
El amplio ventanal tenía las vidrieras abiertas; los huecos sobre el patio interior estaban abiertos igualmente; una brisa continua hacía palpitar las cortinas, balanceando los faroles antiguos, las banderas apolilladas y otros adornos del estudio romántico. Tomaron asiento en torno de una mesita, junto al ventanal, lejos de las luces que iluminaban un extremo de la amplia pieza. Estaban en la penumbra, vueltos de espaldas al interior. Tenían ante ellos los tejados de enfrente y un enorme rectángulo de sombra azul perforada por la fría agudeza de los astros. Las luces de la ciudad coloreaban el espacio sombrío con un reflejo sangriento.
Bebió dos copas Tchernoff, afirmando con chasquidos de lengua el mérito del líquido. Los tres callaban con el silencio admirativo y temeroso que la grandiosidad de la noche impone a los hombres. Sus ojos saltaban de estrella a estrella, agrupándolas en líneas ideales; formando triángulos o cuadriláteros de fantástica irregularidad. veces el fulgor parpadeante de un astro parecía enganchar al paso el rayo visual de sus miradas, manteniéndolas en hipnótica fijeza.
El ruso, sin salir de su contemplación, se sirvió otra copa. Luego sonrió con una ironía cruel. Su rostro barbudo tomó la expresión de una máscara trágica asomando entre los telones de la noche. Qué pensarán allá arriba de los hombres! murmuró. Estará enterada alguna estrella de que existió Bismarck. Conocerán los astros la misión divina del pueblo germánico? siguió riendo.
Algo lejano e indeciso turbó el silencio de la noche deslizándose por el fondo de una de las grietas que cortaban la inmensa planicie de tejados. Los tres avanzaron la cabeza para escuchar mejor. Eran voces.
Un coro varonil entonaba un himno simple, monótoEste documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.