194 EOS EOS 195 nas se han dado cuenta de ello. Estoy seguro que de diez lectores que se den clara cuenta de que Inglaterra no gravaba con derechos arancelarios los productos de otros países, y en cambio los demás países y colonias inglesas inclusive gravaban con derechos arancelarios los productos de Inglaterra, nueve lectores se dirán, por lo menos. Pues cuando Inglaterra mantenía el libre cambio, su cuenta le tendría. Esto lo han dicho casi todos los economistas del mundo. Preguntad a un economista español por la causa de que Inglaterra sea libre camb sta, y lo probable es que os responda que el libre cambio conviene a Inglaterra y no conviene a otros países.
Pero insistid en vuestra curiosidad. Preguntadle la razón de que el libre cambio convenga a Inglaterra, y veréis hago aquí las excepciones stas que en el fondo no ha estudiado el asunto, porque desconoce la razón de que el libre cambio convenga a Inglaterra. la razón de que la desconozca es que no existe.
La verdad es que el libre cambio no conviene a Inglaterra, y que no se había establecido con la idea de que conviniese a Inglaterra, sino con el pensamiento de que convenía al mundo.
Ved, por ejemplo, el argumento con que ha tratado, en vano, de defenderlo el presidente de la Cámara de Comercio de Manchester, Sr. Barclay. Reconozco la natural enemistad que se siente contra Alemania; pero si al acabar la guerra levantamos barreras que dificulten las relaciones comerciales nuestras, de nuestros aliados y de nuestras colonias, con los Estados enemigos, el resultado inevitable es que Europa volverá a dividirse en dos campamentos, y que la guerra comercial que surgirá con la paz volverá a convertirse, andando el tiempo, en un conflicto militar. Analícese este argumento, y se verá que la razón que movió a Inglaterra a establecer y mantener el libre cambio no era tanto de carácter económico cuanto de orden político. El objetivo del libre cambio consiste en hacer que los Estados dependan mutuamente unos de otros, y que por esta interdependencia no se vean tentados a declararse la guerra.
Por medio del libre cambio, cada país desarrollará aquellas riquezas que le son naturales. Un pueblo será preferentemente agrícola; otro, minero; otro, industrial.
El agrícola no podrá vivir sin los productos del industrial y el minero; ni el minero sin los del industrial y el agrícola; ni el industrial sin los del agrícola y el minero. De esta suerte se necesitarán recíprocamente todos los pueblos, y como se necesitarán, no podrán declararse la guerra. Porque al minero le faltarán herramientas, y al industrial minerales, y a ambos viveres; y al agrícola, minerales y herramientas y manufacturas.
Podemos, pues, estar convencidos de que si todos los países del mundo hubiesen establecido el libre cambio, no se habría declarado la guerra actual. Es posible, en cambio, que se hubiese declarado una guerra aún más sangrienta: la de todos los pobres de todos los pueblos contra todos los ricos; pero la guerra actual no habría estallado, porque los intereses de las distintas naciones se hallarían tan entrecruzados, que su solidaridad sería más pujante que su rivalidad.
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