116 APUNTES tias que vuelven al trabajo. Qué tristes son esas salidas de concierto, ese acabamiento de los sueños, como una salida de restaurante a la madrugada. Mas algunos están febriles, y salen gesticulando, brillante la mirada: el filtro obra todavía; son jóvenes, bulle en ellos todo un mundo de ideas. Tal me sucedía, cuando estudiante, con mis amigos: discutíamos en voz tan alta que los que no salían del concierto y consideraban la vida como de ordinario, se volvían para mirarnos. Cómo me latía el corazón al acercarme a la ventanilla del coche, y qué deseos tenía de decirle algo al hombre prodigio la primera vez que ví a Isaye desaparecer dentro de su vehículo, con su gorro de pieles, su abrigo de astracán, su gran cabellera y su rostro afeitado, de sonrisa franca! Nada en las otras artes me ha dado hasta tal punto la facultad de salirme de mí mismo. Santo vértigo de la música, qué dulce evasión me proporcionas. Unidad de ritmo, fin de todas las cosas, tú eres lo que buscamos. tú, música de cámara! La suavidad de las lámparas en su cuna de bordados arranca pálidos destellos de los cuadros de la sala, en la tibieza del ambiente. Fuéra, la noche, el silencio. Estamos reunidos algunos amigos fervorosamente callados. Junto al piano álzase la figura esbelta de la mujer que canta, rozando con la mano los hombros del pianista: su rostro pa