APUNTES 115 goce inaudito, una necesidad vital; lo llevan en la sangre, y para siempre. No cabe soñar siquiera en la supresión de los conciertos dominicales; sería una catástrofe en la vida moderna. Cuánto más me interesan esos aficionados que los dilettanti ricos y elegantes de palcos y butacas! Cierto que estos últimos no son insensibles, pero la necesidad que sienten de teorizar, les veda ese vértigo bienhechor y trágico. La música es para ellos motivo de lucimiento en la exposición de su ciencia; un deporte, una costumbre, la familiaridad con lo raro, una degustación intelectual.
Mas para los otros, los pobres, la música es un consuelo, no tienen sino ella en su triste vida de privaciones, en la existencia feroz de las grandes ciudades; es el ajenjo de los que no quieren beber para olvidar, es la vibración intensa. Hé aquí lo que debiera expresar un pintor ilustre: ese mundo de pasiones que levanta una varilla mágica, esa eterización heroica y fugitiva, ese entusiasmo del séptimo día. Hubo sublimes pin.
tores de místicos; cuándo llegará el pintor sublime de los melómanos?
Y, luego, todo acaba en un momento. Calla la orquesta: los espectadores cogen sus abrigos, encienden un cigarrillo, salen a la calle en pleno crepúsculo lívido, fangoso, glacial y salobre, y al punto vuelven a ser un don nadie. Salen con aire abatido, la cabeza gacha, perdida todavía la mirada, torpes los gestos, con laxitud de bes