114 APUNTES la cólera de aquel hombre, que acaso la hubiera seguido entusiasmado por la calle, fulmina sobre ella el deseo de suprimirla al instante y a cualquier precio. no me parece risible. Es el mismo impulso que hace empuñar el cuchillo a la Aïssaona si alguien entreabre la puerta del templo mientras se celebra un rito que sólo los iniciados pueden presenciar. El melómano, en aquel momento, no se pertenece: es un endemoniado. Obsérvese el furor loco con que profiere el «chst. cuando algún majadero se permite aplaudir un segundo antes, pidiendo la repetición de un tema. Aquí las pasiones están exageradas hasta el vértigo, y cualquiera es un superhombre, devuelto a la libertad de los instintos primitivos. En cambio, si el ritmo satisface plenamente al melómano, ved qué sonrisa de éxtasis agradecido; rostros feos, ingratos, de míseros profesores a domicilio, mal alimentados, tísicos o anémicos, se embellecen como ciertos rostros de los primitivos flamencos. Los miedosos se vuelven heroicos, los ladrones darían cuanto tienen, los más pobres olvidan su miseria, su chaqueta raída, el pan y el queso que tendrán por toda cena aquella noche de invierno, junto a la mal encendida estufa, para compensar su calaverada del domingo, su sesión fastuosa de opio, su festín de intenso ensueño, de olvido entusiasta.
Para esa gente, los conciertos constituyen un