APUNTES 109 caras. Pero obsérvese que sí podían en el siglo XVIII. No expresaban, es cierto, sino la música ligera, pero ¡qué bien modulaban las bocas de sus cantantes emperejiladas!
Sin embargo, el carácter trágicamente pasional de nuestros crispados rostros modernos sería un asunto espléndido y profundo. De mí diré que, desde que frecuento los conciertos, me interesa casi tanto el estudio de los oyentes como el de la orquesta. Se han hecho buenos dibujos de instrumentistas, pero ¡qué interesantes y hermosos son también los que escuchan! Refiérome al público de las localidades baratas, y sobre todo al relegado en los pasillos y en las graderías, donde se le deja improvisar verdaderos campamentos, y que goza de mayor libertad que el público de butacas, inmovilizado en sus asientos, atento a no mostrar incorrectamente su emoción, dominado por las preocupaciones de la actitud mundana. Os acordáis de aquel «promenoir» del antiguo Circo de Verano, cuyas vidrieras de color rojo y morado, por las que se filtraba el sol pálido de invierno, arrojaban sobre la multitud una luz tan rara, de un impresionismo loco? Recordad también el anfiteatro del Châtelet, aquel hacinamiento negro como una aguafuerte fantás.
tica de Meryon, de Chiffart o de Bresdin, con las tres o cuatro manchas lívidas de los quinqués.
Allí vive verdaderamente un pueblo extraordi