90 APUNTES la calle, llevando todavía en el cuello el paño blanco de la afeitada, lo que le daba cierto aspecto de Hermano Cristiano poco dado al ayuno y al cilicio.
Por su fortuna advirtió oportunamente, y, al pisar el umbral de salida, se despojó del níveo adminículo, lo que lo libró de ser seguido en la calle por los rapaces y las fámulas que formaban corro en torno a un niño y una niña como de ocho y diez años. que con voces límpidas y vibrantes entonaban canciones populares, porque en su infantil inocencia creían más apropiadas éstas que las notas de Tanhauser y de La Walkirya, lo que hubieran querido quienes procuran hacernos creer que no existe música colombiana, como pudieran hacernos creer que no existe brisa colombiana, ni existen arroyos colombianos, ni existen aves colombianas, ni existen mares colombianos; pues nuestra música, como cualquiera música de cualquier país, está hecha de los susurros de esa brisa, de los rumores de esos arroyos, de los trinos de esas aves y de los rugidos de esos mares.
Los dos pequeños cantantes niño y niñaa petición de Murillo entonaron algunos bambucos y torbellinos, y el artista, entusiasmado, los colmó de regalos y les dijo. Ustedes me llevan en este momento a hablar con sus padres, porque necesito explicarles a ellos lo que sus hijos llevan en la garganta.