22 PUNTES se le hubiera perdido la frontera de Inglaterra, como si no pudiese encontrarla ya. Y, hasta después de largo silencio, murmuró por fin. está en la orilla del Rhin. Baldwin sabía muy bien que este titubeo, que esta sencillez, tranquilizarían a su auditorio, y que la cosa difícil, pero que convenía decir, pasaría así con relativa facilidad.
En Inglaterra no conviene, pues, por ningún motivo, pronunciar un discurso demasiado elocuente ni demasiado grave. Bien lo supe, por experiencia propia, hace unas cuantas semanas.
Se me había invitado para asistir al banquete que los escritores ingleses ofrecían a Wells con motivo de sus setenta años de edad; había de tomar la palabra a nombre de los escritores extranjeros. Tenía yo ya cierta experiencia de las cosas inglesas. No ignoraba nada de lo que acabo de deciros; pero yo me había dicho. Como quiera, los setenta años de un gran escritor constituyen una circunstancia bastante solemne. Tengo que hablar de su obra, de su poesía, de su influencia. me puse a preparar algunas páginas, buenas o malas, sobre crítica literaria. Las había escrito en inglés y no podía cambiarlas a última hora, pues no sé improvisar en ese idioma. Me presenté, pues, con este discurso en el bolsillo. Presidía Mr.