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44 LIBERACION LIBERACION 95 desde iglesias y edificios de congregaciones eclesiásticas, convertidos en fortalezas, se sigue disparando hacia las calles incesantemente.
El «paqueo» cobra fuerza inusitada en la mañana del 24 de julio. Las ambulancias recogen constantemente muertos y heridos, sobre todo en la manzana de la Basílica de Atocha, cuyas torres amenazan a los transeuntes con las bocas de fuego de cinco ametralladoras. No queda más remedio que hacer uso de la gasolina y de un mechón encendido, para que las llamas purifiquen inquisitorialmente a los que convierten en cuartel la casa de Dios, o para que la desalojen si a bien y caridad lo tienen.
Esa misma tarde, no por ser iglesias sino albergue de «pacos» y de artilleros; no por persecución religiosa sino por defensa de la vida, arden la citada Basílica de Atocha, la vieja Catedral, Santa Isabel y San Nicolás. En pie quedan los muros gracias a la intervención de los bomberos. frente a las fachadas de aquellos templos históricos, antieconómicamente quemados por culpa de quienes debieron haberlos defendido con su mesura, con su bondad y con su amor al prójimo; frente a los atrios y los barandales, miles de espectadores comentando el proceder de tonsurados y de fascistas.
El tío pelmazo del sacristán Los habitantes de una de las más pobres barriadas de Madrid, que en verano viven en la calle, con hijos y nietos metiendo ruido, están aglomerados en torno de un antiquísimo santuario en llamas. De la verja de hierro pende una sotana roja de monaguillo, a manera de gonfolón antifascista. El murmullo de las voces se confunde con el chisporroteo de las maderas. Mira que tiene gracia dice una guapa madrileña de ojos almendrados a otra bella moza que la acompaña. Salta en respuesta una viejecita ochenfona, una de esas viejecitas de la España atormentada que se derrumba. Que tiene gracia? Gracia tuviera si ahí hubiesen colgado al tío pelmazo del sacristán. Abuela! exclaman las dos muchachas. Qué abuela ni qué asustarse! Por algo me lo digo. Desde esa torre disparaban contra las milicias varios «pacos. él los dirigía.
Sigue hablando aquella estampa viviente del siglo pasado, cuando se acerca un grupo de guardias civiles. Retirarse, compañeros, retirarse. Hay peligro. Dramas horribles de la guerra!
Se aproxima un camión lleno de milicianos. Van a registrar tres edificios de esa misma manzana, desde donde el fuego sobre las calles ha sido continuo. Francisco Carmona Nenclares y yo, que habíamos salido de la revista Leviatán media hora antes para llegar urgentemente al periódico Claridad, nos agregamos al grupo de los soldados del pueblo.
Queríamos constatar la corrección del nuevo ejército, ejército de voluntarios que no han vivido en los cuarteles, y hemos logrado ver escenas que salvan el prestigio de estos bravos hombres. Respetuosamente han pedido permiso para efectuar el cateo de los departamentos sospechosos.
Una señora se desmaya. Ellos mismos la atienden y arropan. Muebles y papeles de las habitaciones registradas quedan en perfecto orden. nadie se le ocurre dejarse nada para sí.
Advierto con intima satisfacción racial que ninguno de aquellos valerosos compañeros ha tomado licor. Los españoles no se emborrachan, no usan aguardiente, no salen del trabajo para dirigirse a la taberna. Una «caña. un vaso de buen vino cuando comen.
Tal vez por eso, en esta trágica guerra civil que desgarra ferozmente a España, no se ha sabido de una sola violación ni de un atropello de los españoles auténticos contra sus propias mujeres.
Un piso más arriba, Allí vive un capitán del ejército. Se le requiere para que abra. Nadie contesta. Se oyen de pronto tres disparos. Los milicianos rompen la puerta.
Nunca olvidaré aquel cuadro pavoroso: el capitán su esposa y una niña de cuatro años, con los ojos abiertos y las sienes sangrantes, se revuelcan en el suelo. Son los últimos estertores de la agonía. Pocos minutos después el color amarillento de la muerte contrasta con lo rojo de la sangre.
Los milicianos se descubren. En sus fieros rostros tostados hay un gesto de piedad y de pena. Pero la piedad se convierte en un dolor infinito, en una protesta muda contra los provocadores de estas cruentas infamias, cuando de una habitación vecina surge la figura temblorosa de otra pequeña niña, que parece no haber cumplido todavía los ocho años.
Oculiábase detrás de una cortina. La tomo de la mano. Está pálida, desencajada, con el horror y el espanto retratados en la inocencia de su semblante. Dice que vió lo que hizo su padre, quien dió muerte a su mamá y a su hermanita. Yo le pedí de rodillas que no me matara. El capitán, ante las súplicas de esta pobre criatura, no tuvo valor para ultimarla.
En otro piso vivia un suboficial del ejército, quien tambén estaba «paqueando. Antes de que los milicianos pudieran entrar en su departamento mató igualmente a su mujer y luego se suicidó.
Del alto edificio salieron cinco cadáveres y una niña huérfana que recogieron los vecinos. Dramas horribles de la guerra!
La reacción y la transformación social frente a frente Durante los últimos días de julio y los primeros de agosto todo en Madrid es agitación y movimiento. Los sublevados no se rinden. En las fragosidades de Somosierra continúan las batallas. Siguen entrando moros y legionarios de los presidios de Europa a territorio nacional. los facciosos, con mujeres y niños, con rehenes y prisioneros de ambos sexos, se hacen fuertes en el Alcázar de Toledo, en el Alcázar de Segovia, en iglesias y en palacios de las regiones dominadas, Hay un entusiasmo indescriptible cuando el Gobierno anuncia que cinco mil mineros de Linares marchan sobre Sevilla, para defenderla de Queipo de Llano. en medio de grandes manifestaciones son recibidos en la capital seis mil mineros de Asturias. Vienen a reforzar al pueblo! Inmensas avalanchas, multitudes frenéticas ovacionan a estos trabajadores que fueron los héroes de la revolución de octubre, El espíritu de aquellos días gloriosos se refleja en los periódicos. Dice La Libertad, julio 25. Estos madrileños que desde el amanecer buscan afanosos los sitios de concentración de milicias, jóvenes menores de freinta años, son los nietos de aquellos soldados que supieron perecer el dos de mayo de 1808. Vivimos la gran fiesta de la libertad. Todo el pueblo es un solo corazón. No se pelea por el presente. Importa más el futuro. Muertos antes que encadenados, tal es la consigna de los jóvenes. España tenía y tiene en reserva este gran tesoro: la juventud. La juventud que va alegremente al combate. No le preocupa morir en la epopeya. Cae con un vítor en la garganta reseca. Tiene el alma llena de luz. Qué hermoso y qué bello sacrificio. Claridad, julio 29. Tenemos en nuestra mesa de redacción la boina roja del cura de Viana. Nos la trajo de Somosierra el fentente coronel Lacalle. Se la quitó al interfecto. Como esa boina había muchas en aquel frente de combate. Eran las de los carlistas navarros, quienes después de acabar por sorpresa con los socialistas indefensos de los pueblos de su provincia, pretendían hacer su entrada triunfal en Madrid del brazo de los moros africanos. Pero no pudieron resistir el ataque de las milicias. Después del ejército de la gran revolución francesa y del ejército de la magnífica revolución rusa, jamás tuvo otro igual la gigantesca misión histórica que está cumpliendo actualmente el pueblo español en armas. Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.