64 Amauta de las figuras de la justicia en todas partes debida al pueblo trabajador y sufrido.
Un barrio de Moscú. Unos espacios donde se extienden a la vez la idea de estepa y la de labor. Las obras de los hombres: unas trágicamente dejadas en abandono, otras invenciblemente perseguidas. Tras del esqueleto de una colosal iglesia en construcción, olvidada desde hace diez años en sus andamiajes, he aquí, amplio edificio, el Instituto de Física y Biología.
Este edificio es, él mismo, viviente.
Tres pisos. En cada piso, de cabo a cabo, un corredor alínea unas puertas como una biblioteca los libros. Mas, es de ciencia activa y nueva que se trata.
El laberinto de la experiencia más inédita los secretos motivos que llaman al investigador, tienen siempre unos puntos de referencia conocidos. El ejercicio enseña pronto a medir la dignidad de esos trabajos. No me refiero, sinembargo, a las investigaciones hechas por mí mismo o a las que vi llevar a cabo desde muy cerca, para apreciar las investigaciones. Y, menos todavía a tantas universidades visitadas en el antiguo mundo o en el nuevo. Es, más bien, a los días que he vivido, muchacho, en la pieza alta y de amplios ventanales, donde mi padre preparaba sus experiencias y sus cursos. La frente alta, los ojos hospitalarios para las ideas y las cosas, el bigote a la gauloise y la barba blanca, abandonan, de improviso, los retratos. Este hombre, de sonrisa ingenua y de equivocaciones generosas no cesó, a través del abismo mudo, de juzgar bueno para su hijo cierto orden de dificultades. El bacteriólogo que, primero, vió el estreptococo y la localización nerviosa de la rabia, pudo dejar a otros la gloria.
Sabía crear alrededor de sí mismo y tornar sensible, hasta para el novicio, una disciplina en la que se combinaban la rígida honradez necesaria para lograr un cultivo o una serie de inoculaciones, la ingeniosidad y la paciencia con las que conviene interrogar un corte, el élan sin el que la investigación sigue pisando el mismo terreno. En este barrio moscovita tan alejado de mi pasado, he sido feliz de volver a encontrar de improviso esta atmósfera.
La labor que se hace allí bajo la dirección del profesor Lazarev, es leal y de una dignidad excepcional.
Algunas palabras inglesas o alemanas según la cultura más familiar a los investigadores supliendo a veces a las explicaciones en francés, qué bellas horas hemos pasado entre las experiencias en curso! Los aparatos, solos agrupados, asiéndose de lo invisible con miembros mecánicos y sus escrupulosos órganos sensoriales; el trazo, simil al surco que cada existencia deja en el globo, inscribiendo su pista sobre el cilindro ennegrecido por el negro humo; el proceso verbal de los hechos dictados al asistente. Aprender lo que hace sobresaltar esa aguja; el por qué de estas conexiones eléctricas; cuáles reactivos actúan en esas cubetas; las partes respectivas de la constatación y de la hipótesis; el choque de las ideas; el hiatus de las cifras. En toda parte la ciencia, en este emocionante y frágil minuto que el arte, que el amor también conocen: este stante con sabor de eternidad, en el que la certidumbre, en cuanto ha reunido con un solo oleaje coherente los granos de arena o las rocas de una de las sus