REPERTORIO AMERICANO 35 Angel. Angel, Angel Veas, obrero de pampa, puro como el metal desenterrado, ya te asesinaron, ya estás donde quisieron que estuvieras los amos del suelo de Chile: bajo las piedras devoradoras que con tus manos tantas veces levantaste hacia la grandeza.
y en vez de casas frescas y libertad, lo hirieron, lo apalearon en la garganta de la mina, le dictaron salario detrás de un cureña, mientras una tertulia gobernaba bailando con dientes afilados de caimanes nocturnos. YO NO SUFRI Nada más puro que tu vida.
Sólo los párpados del aire.
Sólo las madres del agua. Pero tú no sufriste? Yo no sufrí. Yo sufro sólo los sufrimientos de mi pueblo. Yo vivo adentro, adentro de mi patria, célula de su infinita y abrasada sangre.
No tengo tiempo para mis dolores.
Nada me hace sufrir sino estas vidas que a mí me dieron su confianza pura, y que un traidor hizo rodar al fondo del agujero muerto, desde donde hay que volver a levantar la rosa.
Sólo el metal inaccesible.
Llevaré por la vida entera el honor de haber estrechado tu noble mano combatiente.
Eras tranquilo, eras madera educada en el sufrimiento hasta ser herramienta pura.
Te recuerdo cuando se honraba la Intendencia de Iquique contigo trabajador, asceta, hermano, Faltaba pan, harina. Entonces te levantabas antes del alba y con tus manos repartías el pan para todos. Nunca te vi más grande, eras el pan, eras el pan del pueblo, abierto con tu corazón en la tierra.
Cuando el verdugo presionó a los jueces, para que condenaran mi corazón, mi enjambre decidido, el pueblo abrió su laberinto inmenso, el sótano en que duermen sus amores, y allí me sostuvieron, vigilando hasta la entrada de la luz y el aire.
Me dijeron: Te debes a nosotros, eres el que pondrá la marca fría sobre los sucios nombres del malvado. no sufrí sino no haber sufrido.
Sino no haber recorrido las oscuras cárceles de mi hermano y de mi hermano, con toda mi pasión como una herida, y cada paso roto a mí rodaba, cada golpe en tu espalda me golpeaba, cada gota de sangre del martirio tesbaló hacia mi canto que sangraba.
VI cuando tarde en la jornada volvías cargando el volumen del día de lucha terrible, sonreías como la harina, entrabas a tu paz de pan, y te repartías de nuevo basta que el sueño reunía tu desgranado corazón.
EN ESTE TIEMPO IV EL CULPABLE ¿Quién fué. Quién es. donde estoy me preguntan, en otras tierras en donde voy errante.
En Chile no preguntan, los puños hacia el viento, los ojos en las minas se dirigen a un punto, a un vicioso traidor que con ellos lloraba cuando pidió sus votos para trepar al trono.
Lo vieron estos hombres de Pisagua, los bravos titanes del carbón: derramaba las lágrimas, se sacaba los dientes prometiendo, abrazaba y besaba a los niños que ahora se limpian con arena la huella de su pústula.
En mi pueblo, en mi tierra lo conocemos. Duerme el labrador pensando cuándo sus duras manos podrán rodear su cuello de perro mentiroso, y el minero en la sombra de su cueva intranquila estira el pie soñando que aplastó con la planta a este piojo maligno, degradado, insaciable.
Feliz año. Hoy tú que tienes mi tierra a tus dos lados, feliz eres, hermano.
Yo soy errante hijo de lo que amo.
Respóndeme, piensa que estoy contigo preguntándote, piensa que soy el viento de Enero, viento Puelche, viento viejo de las montañas que cuando abres la puerta de visita sin entrar, aventando sus rápidas preguntas.
Dime. has entrado a un campo de trigo o de cebada, están dorados. Háblame de un día con ciruelas!
Lejos de Chile pienso en un día redondo, morado, transparente de azúcar en racimos, y de granos espesos y azules que gotean en mi boca sus copas cargadas con delicia.
Dime, mordiste hoy una grupa pura de durazno, llenándote de inmortal ambrosia, hasta que fuiste fuente tú también de la tierra, fruto y fruto entregados al esplendor del mundo?
VII ANTES ME HABLARON Sabe quién es el que habla detrás de una cortina de bayonetas, o detrás de animales de feria, o detrás de los nuevos mercaderes, pero nunca detrás del pueblo que lo busca para hablar una hora con él, su última hora.
Por estas mismas tierras forasteras anduve en otro tiempo: el nombre de mi patria brillaba como los constelados secretos de su cielo.
El perseguido en todas las latitudes, ciego, abrumado por la amenaza y la ignominia, me tocaba las manos, me decía chileno con una voz rñida por la esperanza. Entonces tu voz tenía el eco de un himno, eran pequeñas tus manos arenosas, Patria, pero cubrieron más de una herida, rescataron mi pueblo arrancó su esperanza, sonriendo, la vendió en las tinieblas, a su mejor postor. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica