Carmen Lyra

REPERTORIO AMERICANO 261 ¿Con quién ensayar el vuelo. Para quién la confidencia pueril? La ilusión temprana. compartida con quién?
Unica para escalar el monte, única para cruzar el río, única para contemplar la auroJOHN KEITH, ra.
SAN JOSE, COSTA RICA Hiram.
Callado despetalar de la nieve. Ella presente, la insaciable. Sollozo encarcelado. Suspiro el último. Amadas manos del hermano, blancas y dormidas.
Desolación, amargura de lo amargo, sudario de angustias cubriendo el mundo todo.
Mas la vida estaba ahí. En la noche larga de su pena, nuestra hermana, Fresia Brenes de Hilarov, enciende los luceros de su canto, y artista alada, en su Sinfonía Lírica se remonta, con los amores puros, sus dolores grandes, y la belleza eterna.
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Alicia CASTRO ARGUELLO.
San José, Costa Rica.
Mayo. 1949. Los cuentos de mi tía Panchita (En el Rep. Amer. la memoria de Carmen Lyr. Allá en las postrimerías de la administra bores, observé que uno de los niños se me ción Cortés, cuando el Gobierno resolvió le acercaba en actitud de decirme o solicitarme vantar la pena que me había impuesto por mi alguna cosa. Interrogado, me contestó balbudecidida conducta de estudiante revoltoso. ceando: inicié la carrera en el Magisterio yéndome a Mi mamá dice que si usted le puede trabajar a una escuelita en el corazón de las hacer el favor de prestarle el libro de cuentos.
montañas del Sur, en la ranchería de Bijagual poco después recibí de manos de otro Abajo, a tres horas de Santiago de Puriscal. alumno un papel, escrito a lápiz con caracteres Entre los bártulos de mi equipaje se encon grotescos casi ininteligibles, en el que se me traba un libro de Cuentos de mi Tia Panchita invitaba a un rosario que habría de celebrarse que yo había metido en la balija sin prever que por la noche. Se me rogaba, eso sí, que lleiba a constituir un tesoro inagotable de agra vara el libro de cuentos que ya conocían por dables emociones para los corazones infantiles referencias.
y adultos de los sencillos habitantes de aquel aquella noche, después de haber camiapartado lugar. El pueblo estaba formado por nado dos kilómetros por uno de tantos triunas tres docenas de ranchos tirados al azar llos, alumbrándome a medias con una lintersobre la abrupta topografía surcada por infi na, llegué a la casa del rezo. Se trataba de la nidad de trillos que subían caracoleando las vela del Santico. una imagen de colores chilomas, bajaban en zig zag a las cuencas enma llantes enmarcada con verolices, que recorría rañadas de matorrales, penetraban en la hú el pueblo de rancho en rancho una vez por meda oscuridad de los bosques y descendían a mes. Me colmaron de atenciones haciéndome los llanos, atravesando yurros y quebradas, pasar al interior tomé asiento cerca del altar uniendo rancho con rancho a manera de agu donde estaba el Santico alumbrado por los jas que cosieran con puntadas fraternales la velas de esperma y adornado con gladiolas y unidad de la familia campesina.
reinas de la noche. Pude enterarme, un poco Me llamó la atención la escuela construí turbado, que era objeto del examen de todos da por los propios vecinos. Le faltaba una pa los presentes y que a través de las rendijas red; el piso era de tierra y los muebles toscos de la pared que separaba la sala de la cocina, y anti higiénicos. Con todo y eso, se alzaba me acechaban multitud de pupilas de mujeres como un símbolo del esfuerzo de aquel pue que no se atrevían a descubrirse. Después del blo que a la sazón no tenía iglesia ni pulpe oficio religioso, cuando todos los presentes huría.
bieron consumido el café y el tamal asado, Nunca olvidaré a los niños: caras son alguien en voz alta anunció que el mestro rosadas por el sol de los caminos, pantalones iba a contar un cuento. La sala se llenó enmedia pierna, sombreros de paja y machetes tonces de gente y se hizo un vacío en el mura la cintura que dejaban en la puerta de la mullo reinante. Me decidi a hablar. Dije unas escuela después de haber gritado el buenos cuantas palabras alrededor del libro que tenía dias.
entre las manos y acto seguido comencé la Poco después de iniciadas las labores, í lectura del cuento titulado Uvieta. Todos el primero de los Cuentos de mi Tía Panchi seguían atentos el relato; los lapsos de silenta. Indescriptible fué la alegría reflejada en cio profundo alternaban con risas y comentalos rostros de los pequeños, que con los oji rios breves que recorrían toda la casa, desde llos vivaces y la sonrisa a flor de labios, se el corredor hasta la cocina donde estaban apiguían paso a paso las peripecias del astuto Tio ñadas las mujeres. Luego vinieron otras naConejo. Al siguiente día, terminadas las Istraciones, la de Tio Conejo y Tío Tigre, la de El Tonto de las Adivinanzas, la de El Cotonudo, etc. etc. Fué una noche inolvid. ible en mi incipiente carrera pedagógica, a partir de la cual el libro de Cuentos de mi Tia Panchita inició su larga peregrinación llevando jocosidad a todos los hogares, enlazando, como los trillos, a la familia campesina con su mensaje de alegría.
Terminado el curso lectivo, y de regreso en la casa, mi madre que me ayudaba a desocupar las valijas, me dijo. Muchacho. qué es esta porquería que traes aquí? haciendo una mueca de asco sostenía entre el pulgar y el índice algo que parecía haber sido libro en otro tiempo. Se trataba, en efecto, del ejemplar de los Cuentos de mi Tia Panchita, sin cubiertas, totalmente sucio, con las puntas de las hojas enrolladas como flecos y lleno de manchas. Aquel libro había pasado página a página por las manitas precozmente endurecidas de los niños; había sido tocado por las toscas y sudorosas manos de los labriegos y por las manos infatigables de las mujeres. Había recorrido todos los caminos y penetrado en todos los hogares.
Por eso estaba así, curtido, como los rostros de los campesinos. En sus hojas estaba impreso, en forma de manchas, el vapor caliente del rústico trapiche, el tibio vaho de los bueyes, el sabor de la caña de azúcar, el crujir de los bambúes, los colores de la carreta, las granzas aventadas del arroz, el olor sofocante de las hojas de tabaco, el barro y el polvo de las veredas. Toda el alma de Bijagual Abajo estaba condensada en la suciedad de aquel libro maravilloso.
Compañera Carmen Lyra: He escrito estos recuerdos a tu memoria. Es probable que aquellas buenas gentes del lejano caserío de Puriscal, que tanto se deleitaron con tus preciosos cuentos, ignoren que tú, para vergüenza de la Cultura, moriste en el exilio, lejos de la Patria que tanto amaste. Pero ya vendrán días mejores. Entonces contaremos en todos los rincones del país un nuevo cuento. la historia de tu vida de mujer noble y generosa, de maestra abnegada, de escritora genial y de militante prominente del Partido del Pueblo.
Edwin MADRIGAL, Caracas, julio de 1949. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica