146 REPERTORIO AMERICANO basele una ramera bestial y feroz tocada con el gorro de los galeotes, y al mismo tiempo veía sustituirse al aborrecido absolutismo monárquico, una sangrienta tiranía plebeya mucho más opresora e imbécil. En el primer momento cantó la toma de la Bastilla, pero muy pronto se avergonzó de haber deshonrado, dijo, su pluma, y combatió con saña el nuevo orden de cosas. De toda la bilis acumulada contra los franceses a través de los años se purgó en el Misogalo, panfleto o miscelánea de panfletos en prosa y de sátiras y epigramas en versos ásperos, donde el odio y el desprecio tocan los ápices de la invectiva y la monomanía.
Hoy sorprende que Alfieri arrojara sobre los franceses, mucho antes de la invasión de Bonaparte, todos los agravios que Italia tenía contra los pueblos que la habían degradado y sometido a servidumbre durante siglos. Esa aversión recorre todos los grados, de la puerilidad al frenesí. No nació, como podría creerse, de la indignación que le produjeron las jornadas, ciertamente bochornosas y repugnantes muchas de ellas, que presenció en París; ni tampoco del hecho de verse forzado a abandonar la ciudad, en agosto de 1792, dejando allí todo lo que era suyo, incluso sus libros y papeles, que le fué secuestrado sin que jamás pudiera recobrarlo. Germinó con el desengaño que produjo en su ardiente fantasía la primera impresión de París, cuando él la conoció a la edad de dieciocho años, fétida cloaca. en un agosto nublado y lluvioso, fangoso y triste, y fué creciendo desmesuradamente. Esa aversión Alfieri la extendía genéricamente a Francia y a los franceses a través de las centurias, a su corte, a sus mujeres, a sus costumbres, a sus modas, a su carácter, a sus maneras, a sus versos, a su lengua, hasta a la u de su pronunciación, cuya caricatura hace no sin gracia. provenía de quien, natural de Asti, súbdito del rey de Cerdeña, noble y rico, educado en la Academia Militar de Turín, tuvo por lengua conversacional el francés, junto con el dialecto piamontés, siéndole extraño el italiano o toscano (idioma oficial y burocrático. que debió aprender, ya adulto, casi como habla extranjera. Paradójica contradicción en quien había hecho sus primeras lecturas y formado sus ideas políticas sobre autores franceses, entre cllos Montesquieu y Helvetius; derivado su teatro de la tragedia francesa de Racine y Voltaire; y pensado y escrito sus tragedias iniciales en francés, para trasladarlas luego en prosa italiana y de ahí al verso.
Cosa menos singular, sin embargo, de cuanto puede parecer a primera vista, pues precisamente todas esas circunstancias fueron, andando el tiempo, otros tantos motivos subconscientes de resentimiento para su alma fiera, altiva, insobornable, humillada de sentir sofocada la llameante italianidad nativa bajo una cultura extranjera.
Nos da la clave de ese resentimiento colérico la Vida de Alfieri, autobiografía curiosa, sincera y atrevida, contada en prosa vivacísima, natural y espontánea, desbordante de interés, digna de figurar entre las confesiones más notables. Es una historia ejemplar como pocas, aunque Alfieri no tiene ojos sino para mirarse a sí mismo, indiferente a cuanto no suscita en él odio o amor. Es hoy sin duda el más viviente de sus escritos. Mucha filosofía de la vida puede aprender cualquier lector, del hombre Alfieri, disecado a veces cruelment hasta las más íntimas fibras. Si entretiene y asombra, también enseña como una moralidad. El autor podía haberle puesto por epígrafe, de haber leide a Gracián, lo que en El Criticón le dice Critilo a Andrenio: Ahí verás lo que cuesta el ser persona. En efecto; en la Vida de Alfieri, vemos desprenderse trabajosamente al hombre del barro que lo tiene aprosionado, cayendo mil veces y levantándose otras tantas, luchando con la ignorancia, con la presunción, con las pasiones, con los vicios, en un afán incesante y a veces desesperado, de vencer a la bestia y convertirse en persona. Esa vida es un himno a la voluntad. Todo cuanto él quería, lo malo y lo bueno, lo quería con decisión obstinada. Así como corrió de uno a otro extremo de Europa, de Rusia a Portugal. de Finlandia a Nápoles, visitando todas las naciones, menos las balcánicas, para matar la melancolía y el tedio que lo consumían, cometiendo toda suerte de excesos e insensateces, con igual ardor abrazó el estudio y la lectura después de haberlos aborrecido y despreciado. Caballos y mujeres llenaron la juventud de cote jinete y amador intrépido; la ambición de gloria fué el solo motor de su existencia desde que vislumbró en su mente la chispa creadora. Descubiertose el don literario, empleó todas sus energías en enriquecerlo y pulirlo, dándole una dirección y un objeto. Su carácter soberbio e indómito y su amor propio quisquilloso nunca habían tolerado sin impaciencia el yugo de la autoridad.
Su alma se había encendido de amor por las acciones heroicas en Plutarco y demás historiadores antiguos. Su corazón había vivido humillado en la muelle servidumbre en que veía vegetar a sus compatriotas y a la cual tampoco a él érale lícito escapar, a pesar de su título de conde, pues sus últimas decisiones quedaban siempre libradas a la voluntad del rey. La libertad humana, la dignidad de la persona, la emancipación de Italia, la conversión de sus habitantes disgregados y desunidos, en un gran pueblo, constituirían el solo objeto de su pensamiento, la principal sustancia de su arte. Su palabra fué acción.
Alfieri vive de un sueño, de una idea, quizás de una utopía política. La libertad, fantasma puramente ético y racional, alma de todas sus concepciones y discursos, carece del contenido social, de la realidad corpórea que habría de darle el siglo XIX. Pero las ideas puras también son motores de la historia, cuando la palabra ardiente y eficaz las convierte en inspiraciones vitales, sentimientos generosos y audaces resoluciones. Esa idea, de origen culto y no popular, desaprisionada de los poetas e historiadores griegos y romanos, sería la religión del siglo. Por ella se consagraron al martirio y a la muerte legiones de hombres; ella inspiró gestas gloriosas, derrocó regímenes despóticos, trozó cadenas, exaltó la personalidad humana, emancipó naciones, vivificó el arte, dió origen a una gran poesía. La declamación se convertía en la Declaración de los Derechos del Hombre; la utopía en audaces reformas sociales y políticas. En los umbrales de esta magnífica historia, que se abría cuando Alfieri bajaba a la tumba (1803. está escrito con grandes letras significativas su nombre.
En el curso del Resurgimiento italiano él fué oráculo de redención y libertad y espuela de heroísmo y sacrificio. Todas las veces que Italia surge a la libertad escribió Francisco de Sanctis saluda a Alfieri con reverente entusiasmo y se reconoce en él. En el 99, lo primero que hicieron los republicanos de Nápoles fué aplaudir a Alfieri en el teatro. En la primera ebriedad de! 48 cada cual se decía. Esta es la Italia futura de Alfieri.
Por eso lo saludaron antecesor y maestro todos los poetas civiles peninsulares del siglo XIX. Leopardi se inspiraba en él al escribir sus juveniles canciones patrióticas; Hugo Fóscolo le dedicaba su primera tragedia, en homenaje filial, y en los versos del primero de los italianos avivaba su fe republicana. Así cumplíase, siquiera en el terreno de las esperanzas, siempre más hermosas que la realidad, hija de ellas, con todo, la profecía con que orgullosamente coronaba Alfieri el Misogalo, cuando al final del último soneto oía decir a los italianos, al fin resueltos a sacudir con las armas el yugo extranjero (para él, ya se ha dicho, el francés. Vate nostro, in pravi secoli nato, eppur create hai queste sublimi età, che profetando andavi (2. 2) Oh vate nuestro, aunque nacido en corrompidos siglos, has creado estas sublimes edades que ibas profetizando.
VISITANDO SIRIA LIBANO Byblos, cuna de Adonis y madre de nuestro alfabeto Por Juan MARIN (En el Rep. Amer. En un rincón maravilloso de la justamen agrarios de la resurrección del Dios hijo o Dioste llamada Costa Divina del Líbano y a encarnado. La procesión de fieles partía desde unos 25 kilómetros al norte de Beyrut, se el bello templo blanco construído al borde del encuentran las ruinas de la antigua metró mar y remontaba la montaña libanesa hasta poli fenicia que en el Libro de los Reyes de las fuentes mismas del río Adonis, entre pinos la Biblia se menciona con el nombre de Gebal, cedros y sobre un prado florecido de anémo(los árabes la llaman hoy Djebail) y que los nas silvestres, en una peregrinación que, repegriegos de Alejandro Magno llamaron Byblos. tida hoy prosaicamente por nosotros, evoca en Cuatro mil años antes de Cristo, cuando Tiro nuestras almas toda la belleza de los viejos culy Sidón no figuraban aún en las cartas náuticas tos llamados paganos y que deberían llamarse del Mediterráneo antiguo que Merejkovsky mejor cósmicos o panteístas. Es en primavera llamara el corazón de la tierra. Byblos que florece la anémona sobre las praderas de atraía ya a las muchedumbres del Asia que Siria y era justamente en los días del solsticio venían a adorar aquí al bello adolescente Ado que se celebraban los festivales de resurrección nis Tammuz, resucitado en la flor roja de la del dios de la Espiga y del Amor. Digamos anémona. Igual que en los santuarios de Isis que Adoni es el nombre judío del dios suen Philae, Egipto (donde se celebraba la resu meriano Tammuz, el mismo dios juvenil que rrección de Osiris) y en los de Eleusis, Grecia el Profeta Ezequiel vió a la entrada del Tem(en donde las sacerdotisas danzaban en torno plo de Iahvé rodeado de enlutadas mujeres que a Yakkbos resucitado) aquí, el Asia occidental lloraban su muerte. Adoni. que en hebreo venía a celebrar los fastuosos ritos cósmico significa Mi Señor. se transformó en el Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica