Violence

258 REPERTORIO AMERICANO liano y, lo que es más interesante, sin que la propia hubiese pasado a segundo término. Le pusieron en el Instituto Nacional, donde permanecería un año, hasta completar los estudios secundarios; ahí obtuvo, en premio, algunas medallas de oro y plata con la imagen de don Andrés Bello, patrono de la educación pública oficial. Recibido de bachiller en Humanidades pasó a la Universidad de Chile, donde cursó estudios de Derecho hasta recibir el título de abogado. comenzaron los años de mocerío en el vieja Santiago, donde todavía resonaba la voz y brillaba la acción cívica de Vicuña Mackenild, con cuya hija segunda había de casarse andando el tiempo. Era una capital bellísima, con profundo tono aristocrático, cuya Alameda, poblada de palacios y de estatuas de mármol esculpidas en la Francia del Segundo Imperio, deslumbrara a Darío.
Muy joven la vocación intelectual se impone temprano en los países latinos se entregó a tareas periodísticas, ingresando a la redacción de La Epoca, donde figuraban el futuro autor de Azul. don Manuel Rodríguez Mendoza, don Alfredo Irrazabal Zañartu y otros escritores que hacían las primeras armas. Darío había llegado recientemente, con las magras carnes envueltas en una levita pasada de moda, y saldría llevando la maleta llena de ejemplares de sus primeros libros; era el fardo de la gloria.
Con Rubén, el indio triste. trabó honda amistad, hecha de mutua comprensión y respeto, que, con las inevitables alternativas de los años en que la sangre arde, se prolongaría hasta la muerte del poeta, y más allá. Frecuentaron juntos las tertulias santiaguinas, singularmente la de Pedro Balmaceda en el palacio de la Moneda, donde con el hijo del Presidente y Alberto Blest Bascuñán, formaron un tercero de mosqueteros, al que se sumarían Narciso Tondreau, Alfredo Irarrazabal y otros artistas de la guardia joven. En ese medio, a la sombra del palacio de Toesca, Orrego enseñó a Darío las fórmulas del nuevo arte de Francia, con el pobre Lelian, Mallarmé Rimbaud.
El poeta y el novelista se encontraron más tarde en la España finisecular, en andanzas diplomáticas, y ahí se reanudaron los viejos lazos. Cuando el poeta pensó regresar a la tierra de su iniciación, en el prematuro crepúsculo, fué para él el primer abrazo y el primer llamado: Mi afecto por Chile se ha conservado el mismo le escribía de Montevideo el 30 de julio de 1912 después de tan largos días, y han revivido siempre en mí aquellas pasadas horas. El figuraba entre quienes la gloria chilena debe coronar. usted, mi querido Lucho, que ha producido una de las novelas más intensas de estos últimos tiempos, y que si se hubiese traducido a un idioma internacional, como el francés, le habría dado mucho renombre y provecho.
Los primeros trabajos intelectuales que llevaran su firma mostraban ya el anuncio de las calidades que le señalarían como sumo maestro de la novelistica chilena. Eran signo de vigoroso esfuerzo concretado a través de los puntos de una pluma elegante, fina, bien cortada. Se veían en esos escritos atisbos de una realidad a cuyo dominio sólo se llega en la madurez del dolor de la vida; había penetración psicológica, dón de amenidad, gracia y picardía, con el encanto seductor de lo joven.
Escribía crónicas de arte, artículos intencionados, fantasías de tono romántico. Los primeros cantos datan de entonces y en ellos, notas de una alma embriagada por el descubrimiento de la vida, se advierten esas condiciones; varios, acaso los mejores, serían incorporados en Madrid a su primer libro: Páginas Americanas.
Los años respiraban plenitud. En el amanecer los colores tienen matices delicados el paisaje, levemente, lentamente, va encendiendo sus tonos. Todo sonríe, todo parece nuestro. Nadie nos zahiere: no hay acritud en las miradas que salen al encuentro. Por qué dudar de que es nuestra el Alba de Oro? Pero las sonrisas pasan, las mentidas benevolencias se encogen en un rictus, y he ahí la realidad, hosca, dura, que llega a envenenar las aguas del banquete. Cuando los oros de la mañana comienzan a palidecer, el hombre descubre la soledad y conoce el secreto que se esconde en el fondo de la copa. Felices aquellos que retuvieron en la pupila algún perdido resplandor de la gracia del alba!
Mis versos II (En el Rep. Amer. AL TRAVES DE LA TEMPESTAD Mi verso a manera de un arco triunfal se alza majestuoso sobre los caminos por donde sedientos de ensueño e ideal sin cansarse nunca van los peregrinos.
Dentro de mi verso libre se levanta como flor que brota de una evocación mi espíritu y tierna con amor le canta la ocarina de oro de mi corazón.
Mi verso es una ave sutil en el viento, ave que en el pico de nívea blancura sostiene la estrella de mi pensamiento mientras lleva el ala con rumbo a la altura.
En mi verso vibran los dulces cantares de las guzlas de oro de los ruiseñores; vibran los cantares de montes y mares ante la sorpresa de otros trovadores.
Mis versos son hijos de mis emociones; son los clavicordios de mis remembranzas donde los teclados de mis ilusiones al moverse tejen nuevas esperanzas.
Son, al recordarme mis pasados días la cadena férrea de mi devenir; son todas mis horas bellas sombrías que hoy al verlas juntas me hacen sonreir.
Son el suave incienso de mis oraciones mientras gato loco va mi pensamiento cazando entre flores gratas impresiones con la garra de oro de mi sentimiento.
Mis versos son copas de cristal de Francia temblando en las manos de rubias doncellas mientras con la gracia que da la arrogancia dejan que en las copas jueguen las estrellas.
Son espumas frágiles de aguas cristalinas donde los remeros cantan barcarolas, remeros que llevan por velas latinas los blancos encajes que tejen las olas.
Son dulces alondras cantando en el nido; suspiros de novia que espera y que ora; son todo lo bueno que lejos se ha ido dentro del pasado y el presente ignora.
Son las consecuencias de cavilaciones que rondan en noches de largos desvelos para que coronen mis meditaciones con laurel de gloria todos sus anhelos.
Tristes palidecen si lloran las horas o sonríen serenos marcando los pasos que dan tras los montes todas las auroras apagando estrellas y encendiendo ocasos.
Desde su observatorio del Archivo de Gobierno, en el Ministerio del Interior, pudo presenciar los signos precursores del movimiento revolucionario que se gestaba desde hacía años, fruto del sordo descontento con que el país presenciaba la intervención oficialista en las elecciones. La Moneda tendía sus tentáculos por los más ocultos y distantes rincones y los poderes públicos se generaban a sí niismos con prescindencia de la voluntad nacional; este vicio, que venía acentuándose desde las elecciones presidenciales de 1876, en donde el Ejecutivo arrebató el triunfo a Vicuña Mackenna, Candidato de los Pueblos apoyado acaso por las cuatro quintas partes del electorado, cavaba el prestigio gubernativo, llegando a constituir estado de verdadera obsesión colectiva. El Presidente Balmaceda, que ocupaba el poder desde 1886 y cuya administración fué progresista, honesta y laboriosa como pocas, no supo o no pudo reaccionar contra prácticas que todos censuraban y cometió el error de estimar como atentatorias a las prerrogativas de su cargo las justas reclamaciones, que en el Congreso y en la prensa opositora revestían lenguaje de violencia. Las cosas llegaron a términos en que ya nadie quería ceder, ni dar oído a las voces de cordura que el Metropolitano Casanova pronunciaba desde el púlpito. Rachas de locura parecían sacudir a las gentes, oscureciendo la visión y exaltando los ánimos más templados. El de cnero de 1891, la Escuadra se levantó bajo el mando del capitán de navío don Jorge Mont, quien encabezó en Iquique la Junta de Gobierno de las fuerzas revolucionarias.
Había estallado la tempestad.
El joven literato, que escribía en La Epoca y cuya generosidad se sentía solicitada por Mis versos expresan en ritmos supremos la angustia, el enojo, la pena, la calma, y dicen mil cosas que no comprendemos en el más divino lenguaje del alma. Mis versos son ojos que ven las cabañas y siguen las huellas de los labradores; andan silenciosos sobre las montañas contemplando abismos y admirando flores.
Mis versos sonoros son trompas de guerra, son claras proclamas de clarín tenaz, y son los heraldos que cruzan la tierra sembrando en los campos olivos de paz. Se ensanchan mis versos amplios como el mar y, ya son montañas o azules colinas o, ya se convierten dentro del pinar en los tibios nidos de las golondrinas. Frco VILLALOBOS ROJAS.
Zapote. San José de Costa Rica. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica