62 REPERTORIO AMERICANO El traje hace al caballero y lo caracteriza la SASTRERIA LA COLOMBIANA de FRANCISCO GOMEZ e HIJO le hace el traje en pagos semanales o mensuales o al contado. Acaba de recibir un surtido de casimires en todos los colores, y cuenta con operarios competentes para la confección de sus trajes.
Especialidad en trajes de etiqueta Tel. 3283 30 vs. Sur Chelles Paseo de los Estudiantes cuidado de sus hijos y de unos cuantos cerdos y gallinas que poseían; como no hay nada estable en este pícaro mundo, sucedió que, unas cuantas semanas antes, en una junta que ellos tuvieron para desbrozar unos frijoles, Eduviges conoció, para su mal, a Juancho Salinas, mozo este alegre, dicharachero, membrudo, pendenciero y enamorado sempiterno de todas las mozas de esos agrestes contornos y, como mujer ignorante y débil, prestó atención a sus requiebros ardorosos de amor; desde esa funesta ocasión, se vieron continuamente en la quebrada, cuando ella iba a buscar el agua, lavar la ropa o en la casa, en ausencia del marido; habían avanzado tanto en sus ilícitas relaciones amorosas, que éstas eran ya del dominio público y varios vecinos comentaban el hecho y se extrañaban de que a los oídos de Nicasio no hubiera llegado todavía ningún rumor; ese día, por desgracia, la fatalidad había dispuesto rasgar el velo de ese complot amoroso y, por eso, hubo alguien que se encargara malévolamente de informar al confiado marido la infidelidad de su mujer. Nicasio, al saberlo, se quedó mudo de asombro y lleno de ira, juro que se vengaría de los traidores; de ahí, pues, que retornara inmediatamente al rancho y estuviera cabizbajo y furioso en el umbral de su mancillado hogar, en la espera de su pérfida mujer, para exigirle explicaciones de su inicuo y villano proceder y castigarla como él creía que debía hacerlo.
Para Nicasio, el tiempo transcurría lento, monótono y agobiante, y se le hacía insoportable la angustiosa espera; repetidas veces se había levantado del banco en donde se hallaba sentado había dirigido ansioso la vista hacia la retorcida senda que conducía a la cercana quebrada, con el fin de cerciorarse si regresaba la malhadada mujer; también estuvo dispuesto, en distintas ocasiones, a dirigirse personalmente en busca de Eduviges y castigarla, si era necesario, en presencia de sus mismas compañeras de trabajo; en esa ocasión, le contuvo hacerlo un hondo sentimiento de piedad, que aleteaba intensamente en el fondo de su atribulado espíritu; en esa atroz incertidumbre, en ese maremágnum de encontradas pasiones que le asediaban, Nicasio, al fin, vió aparecer, en la encrucijada del estrecho sendero, la figura atractiva de Eduviges, quien airosa, robusta y fresca, portaba con donaire en la cabeza una gran batea llena de nítidas ropas recién lavadas; el cuitado al mirarla, sintió un vuelco tremendo en el corazón y en esos amargos instantes estuvo a punto de tragarse su pena y.
desistir del todo de realizar la cruel venganza que se había propuesto; sin embargo, los atavismos de su raza aborigen y la idiosincrasia rencorosa y vengativa de su ser rudo e ignaro, influyeron más en su ánimo en esos minutos crueles y dolorosos de su existencia, que el amor puro y entrañable que había profesado y profesaba aún a su frágil compañera y, por eso, se le acercó y la increpó duramente así: Eduviges, el cholo Bernardo Aguirre, nieto de la vieja Juana Sarmiento, estuvo esta mañana en el rastrojal donde yo trabajo, y me dijo que tú estás con carantoñas, desde muchos días, con el maula y borrachín de Juancho Salinas y que se la pasan conversa y conversa en la quebrada y en la casa, cuando yo ando por el Monte echando la lengua, trabajando pa vos y los hijos: te juro, vagabunda del diablo, que si te logro pescá con ese pata rajá, sarnoso y haragán, voy hacé un buen escarmiento con vos y él; a ese mentao hombre le hago picadillo con mi mocha y a ti te voy a escuerá las patas, pa que así no te podais valé.
Eduviges, al escuchar los improperios y amenazas que le lanzaba su iracundo marido, palideció intensamente llena de miedo y estuvo sin poder hablar durante breves momentos; después, reaccionó y dijo. Todo eso que te han dicho es una ensarta de embuste; yo no le hago caso a ese mentao hombre; es verdá que él gusta de mí hace tiempo y me persigue pero, hasta allí, no han pasao las cosas; si el pajuato del cholo Bernardo, nieto de esa bruja Juana Sarmiento, te ha soplao que yo le he pertenecío y he estao pega con él, no es verda; Bernardo dice eso, porque el puerco está que se las pela por mí, sin consegui que yo ni siquiera lo volté a vé.
Nicasio, replicóle agriamente. Na Jerónima Ordoñe, la de El Escobal, te pilló con ese madito bicho el domingo pasao, que anduviste acarreando leña; ella te vido apretujada a él, besuquiándole, lo mesmo que tórtola enamora; ten cuidao, Eduvige, ten cuidao, no me haga en verracá, porque soy muy capá de termina con vos.
La ultrajada india masculló, entre dientes, algunas frases de disculpas y, atemorizada, defendióse así. Aquí, po estos endiablaos montes, hay mucha gente de mala ama que, tuando ven que uno tiene el cao de comía seguro, son lo mesmo que los perros muertos de hambre, y no están conformes hasta que se lo han arrebatao a uno de la boca; to esos bochinches y habladurías que vos habéis sabío, Nicasio, son faso testimonio que esos malvaos indios me han levantao, po pura envidia; a Dio se lo dejo, pue. Después de esa enconada reyerta, los indios, por suerte, lograron avenirse y se estableció entre ellos una tregua amistosa de varios días; el marido receloso cesó, por el momento, en sus reclamos y agrios insultos en contra de su mujer y volvieron a quererse y a compartir, como antes, las rudas faenas del Monte y de su humilde vivienda; Nicasio desconfiaba de su mujer, pero guardaba para sí sus rencores y propósitos de venganza; quizás pensaba que hacían falta más pruebas para poder proceder o deseaba sorprender en infraganti delito a los culpables; lo cierto era que no se decidía a impartir su castigo y esperaba el desarrollo de los acontecimientos con serenidad y paciencia, aparentando, más bien, estar en muy buena armonía con su infidente mujer; transcurrieron así varios meses y los observadores de esos hechos creían que había pasado ya la borrasca que amenazaba destruir las vidas de esos seres, cuando un día, por desgracia, en el velorio del finado Ciriaco Andrede, que murió picado de una víbora de una braza de largo, los enamorados volvieron a encontrarse y, como en esas ceremonias de difuntos todavía se acostumbra en algunos puntos del interior del país brindar a los asistentes profusamente chicha fuerte, licores y otras bebidas espirituosas, Juan Salinas se embriagó brutalmente y cargó con Eduviges para un paraje vecino, en donde residía; como nunca falta un mal intencionado que se desviva por acercarse a uno a darle una mala noticia, Nicasio supo en su rancho, en donde se encontraba enfermo, la infausta nueva de que su mujer se había fugado esa noche con el perverso indio Juancho Salinas; demás está el decir, que una angustia y profundo sufrimiento se apoderaron entonces del alma de ese desdichado hombre y de ahí que, como un loco energúmeno, saltara del camastro en donde estaba postrado, víctima de pertinaces fiebres palúdicas y, machete en mano, marchara presuroso en persecución de la pareja de fugitivos; el malévolo informante y algunos indios convecinos que presenciaban el caso, se abstuvieron prudentemente de intervenir, por temor de que les ocurriera algo desagradable, y dejaron partir al marido ofendido; éste se internó en la espesa montaña, y después de andar desesperadamente en pos de los prófugos durante varias horas, alcanzó avistar el bohio en donde celebraban, alegres y confiados, sus nupcias los apasionados amantes; lo que pasó entonces, no es para ser descrito, por el inmenso horror que nos inspíra el hacerlo; Nicasio, el manso y bandoso Buchí. se torno de improviso en un ser despiadado, vengador y terrible y acometió con el machete al desprevenido Juancho Salinas, cercenándole, de un certero tajo, la cabeza, la cual cayó a los pies de la aterrorizada Eduviges, quien parecía la imagen viva de la desolación y el espanto y esperaba inmóvil la muerte de manos de su enloquecido marido, quien la golpeó in misericordemente con el plan de su machete y la condujo, tras violentos empellones, a su vivienda; en ella, como se lo había prometido en sus anteriores disputas, le rebanó, bárbaramente, las plantas de los pies, causándole, además, considerables heridas con los planazos que le propinaba; cuando los indios vecinos, atraídos por los alaridos de espanto y de dolor que lanzaba Eduviges, se aproximaron al lugar de esa macabra escena, encontraron moribunda a la infortunada india y al marido presa de violentísima locura.
Las autoridades de la cabecera de la Provincia tuvieron, más tarde, conocimiento de ese trágico suceso y dispusieron lo conducente para que fuera apresado el criminal, quien fué transportado, debidamente esposado, a la capital de la República para ser en ella juzgado.
Tras larga reclusión y penalidades sin cuento, el desventurado indio Nicasio Montes, fué visto en Audiencia Pública condenado, por los implacables jueces, a sufrir 20 años de prisión en las lóbregas mazmorras del Penal del Diablo.
Así cumplió en la vida su adverso y tétrico destino ese mísero hijo de nuestra Gran Raza Aborigen!
Mauricio VERBEL Fausto. Panamá. 1949. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica