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REPERTORIO AMERICANO 187 El caballo salvaje salvaje y el pobre burrito (Fábula de Arthur SAMPLEY) no sabia el orgulloso potro salvaje que un modesto borrico, plebeyo y diminuto, iba a ser su maestro de cordura y bien andar. Pero nos cuenta este Sampley que un vaquero ató a ese cerril potro a un asno. para que a coces le enseñara a comportarse y el hecho fué que a golpes en el pecho y en las fauces. el potro aprendió la lección. dice el narrador. Cuántos caballos y hombres conozco yo que van hacia donde nunca podrán llegar. Porque a veces Dios, o los hombres, o las circunstancias, golpean cruelmente al cabeza dura que al fin se ve obligado a pensar cuerdamente y a actuar de conformidad. coces, mi amigo, a coces. Juan José CARAZO.
Costa Rica, mayo de 1949.
Wild horse and donkey La autoridad intelectual Por Julián MARIAS (En La Nación de Buenos Aires.
Noviembre de 1948. Estamos asistiendo, en los últimos años, a la volatilización progresiva de uno de los recursos más importantes con que contaba para vivir el hombre de Occidente: la autoridad intelectual. En un mundo lleno de dificultad y de incertidumbre, donde no se sabe qué hacer ni qué se puede esperar, los europeos y. aunque en forma distinta los americanos esperan una voz orientadora que les haga saber a qué atenerse y los arranque a esa provisionalidad que adquiere la vida cuando no tiene figura dinámica, cuando el drama que es vivir parece quedarse sin argumento.
Pero estamos en un tiempo en que toda cautela con las fechas es poca: la menor inercia del pensamiento nos hace confundir el presente con un pasado inmediato, pero no menos pretérito. Es rigurosamente verdad hoy la frase escrita más arriba. Es cierto que los hombres europeos y americanos están esperando las palabras capaces de incardinar su vida? Yo creo que la situación es más grave: que ni siquiera se aguardan ya. Después de esperarlas en vano mucho tiempo, ha cesado de echárselas de menos, no se cuenta con ellas ni aun con su posibilidad. Por eso no he dicho que falten intelectuales con autoridad esto no es exacto, ni, por otra parte, sería últimamente grave sino que la autoridad intelectual misma se ha volatilizado. Importa precisar un poco las cosas, porque se trata de una de las raíces de nuestra época.
Todavía hace un par de decenios, quizá hace quince años, se conservaba, aunque en forma residual, la tendencia a pedir a los intelectuales la orientación necesaria en los asuntos importantes y problemáticos. Conste que no en primera instancia: hacía ya tiempo que el hombre occidental aspiraba a no contar con nadie y no escuchar, como subrayó Ortega hace veinte años. Pero a la hora de la verdad, cuando se sentía inseguro y perdido, le flaqueaba su petulancia y lanzaba a su alrededor una mirada interrogadora. Ocurrió, sin embargo, que esas preguntas azoradas empezaron un día a quedar sin respuesta: unas tras otras, las diversas comarcas de nuestro mundo fueron entrando en esa tremenda zona de silencio característica de estos últimos lustros, como en el cono de sombra de un eclipse. Al cabo de un tiempo, cuya brevedad sorprende y que mide el ritmo acelerado de nuestra vida histórica ha cesado incluso la presión de las interrogantes sobre el equipo intelectual: lo que pareció callado y silencioso, denso de palabras retenidas, parece hoy, simplemente, inerte y mudo. Cuál es la razón de ello?
En el hecho social de la autoridad hay que tener presentes los dos ingredientes que intervienen en ella: la muchedumbre de aquellos sobre quienes se ejerce y la minoría de los que la ejercen en este caso los intelectualesNo voy a hablar aquí sino de estos últimos, a sabiendas de que un análisis suficiente tendría que tomar en cuenta sobre todo el otro ele mento; pero lo aconsejan tres razones: una, la brevedad: la segunda, que está dicho lo más sustancial que hay que decir sobre el estado de las masas de nuestro tiempo; y la tercera y decisiva, que, a la altura a que hemos llegado, no se podrá restablecer una autoridad intelectual sino mediante un enérgico esfuerzo de los que pretendan ejercerla y por lo tanto tras una revisión a fondo de las causas que, por parte de ellos, han conducido a su actual evaporación.
Se dirá que, ante todo, los intelectuales se han visto forzados al silencio en muchos paí. ses, por las situaciones políticas dominantes en ollos o por la anormalidad de las circunstancias en estos años. Es cierto, pero importa matizar esa verdad tosca con algunas observaciones que precisen su alcance justo. En primer lugar, se suele exagerar la coacción que hoy sufre el escritor, salvo en pocos países y momentos; en casi todos ellos se puede decir mucho más de lo que apriorísticamente se considera posible, como revelan los pocos intentos serios de utilizar de verdad el margen de libertad existente; pero ocurre que, desde que las presiones estatales o simplemente sociales han adquirido considerable gravedad y, por lo tanto, algún riesgo efectivo, del tipo que sea. desde la vida o la libertad hasta el éxito, los cargos oficiales o las facilidades económicas la inmensa mayoría de los intelectuales se ha resignado y ha renunciado a decir la verdad; en lugar de intentar burlar con audacia o ingenio la censura, como se hacía hace no más de quince o veinte años, la censura interna que cada escritor ejerce sobre sí mismo suele ser mucho más severa que la de los Estados; y prueba de ello es que en los países que son muchos en que la coacción es difusa y no tiene un aparato rigido y burocrático, los resultados son sensiblemente parecidos. Por otra parte, y esto es lo decisivo, si se tratara de un silencio impuesto por la violencia, esto no provocaría una crisis de la autoridad intelectual, sino al contrario: se hubiese abierto un crédito ilimitado a los intelectuales y se esperarían con avidez sus palabras; recuérdese, para citar un ejemplo español y todavía próximo, la situación durante la dictadura de 1923 a 1931.
No es esto solo: junto a lo que se calla hay lo que se dice. esto es lo grave. Porque es absolutamente excepcional que el escritor se vea obligado a decir lo que no piensa, pero conviene al Estado o a los grupos sociales dominantes; y el hecho abrumador es que con toda frecuencia los que hacen profesión de la inteligencia se han sometido o incluso han practicado lo que puede llamarse terrorismo intelectual. la imposición, como algo indiscutible. que no requiere justificación ni tolera examen, de ciertas figuras o doctrinas, o la proscripción sin más y sin razones, en virtud de una au(Pasa a la pág. 190)
no estás solo en tu sitio de América ignorado: a tu presencia llegan las voces de los parias que al fin han de vencer.
Si, nacerá la aurora en la mina, en la fábrica, del norte al sur tendremos un nuevo amanecer.
Borraremos Pisaguas y destruiremos larvas.
Tu voz ha de salvarse, heroico timonel.
Pedro ANDINO.
Centro América, abril de 1949. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica