REPERTORIO AMERICANO 179 En Porlamar compramos un sombrerón de paja y tulipanes, creyéndonos habitar un país que conversa con los peces, con las perlas y con los vientos.
Por fin la fruta tentada está madura, y hay que meterse de cola al océano en un salto mayor. Nos esperan en Ciudad Bolívar, la antigua Angostura, capital fluvial del dios Orinoco.
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Se dilata la llanura como aguas salidas de madre. Vamos de través, serruchando con un rastro imaginario los meandros del río enorme, que ya no hemos de perderlo en su pista.
Anocheciendo ya, Ciudad Bolívar destapa su silueta. Pero antes de tenerla alrededor, nos invade una emoción que ahoga. Toda una tarde, de costado a costado, mirando a Venezuela alongarse sobre la rosa de los vientos, nos hizo coágulo la novelistica de Rómulo Gallegos que ahora releíamos a un solo golpe de pupila, sobre el escenario de sus dramas, de sus elementos mágicos, de sus pobres aborígenes, del llanero y el sonoro Cantaclaro. saber porque lo sabíamos con otro golpe de vista que el pueblo condenado al ostracismo se había alzado con los votos en las manos para empujar a Gallegos, con un alud detrás, gritándole en tono áspero y confiado: Maestro: aquí vamos. No te detengas. No nos traiciones!
Por la noche. mordiendo una jugosa ternera a la llanera, asada en púa reparamos que el Orinoco nos velaría. el Orinoco nos veló. aclaramos buscando sus calles de arena mojada. y la vieja ciudad donde el impulsivo Simón firmó la Constitución de la Gran Colombia, nos lucía un stadium que ovacionaba a su atleta, el Orinoco, sentadas las casas en lajas de piedra negra. Por la Angostura de entonces 1800. pasó el barón de Humboldt con claros ojos azules y herbarios tropicales. Angostura, tú te llamas Bolívar. profetizó un hidalgo. Angostura se llamó Bolívar, Ciudad de Bolívar. Interna en el corazón de Guayana, monologando su heráldica, se cubre con pudor cuando sopla el viento barinés que riza el río monstruo, y los dinosaurios de roca que están anclados en las cálidas orillas se dejan engañar por los espejismos, por las leyendas, por la esencia lúbrica de las pomarrosas. Quien no ha visto el Orinoco, no ha visto agua.
ta la médula de la selva, jugandose la vida en los cilindros del avión. Allá, por los fondos de la Guayana anónima, talando hacia el Brasil, algunos han llegado. Allá se pesa el oro, se calibran las piedras preciosas. Pero la naturaleza anda en crudo, y por lo pronto, debemos enrolarnos en la aventura. Para domar la ida, la tierra guayanesa está cerrada. Las alas sí, pero también son frágiles, y hay que meterlas a prueba violenta entre paredes de kilómetros verticales, desfiladeros que pliegan la voluntad del más audaz, peñones, quebradas, saltos de ríos salvajes, macizos donde crecen milenarios el caucho y la balta, la sarrapia y el barbasco.
Eso, y los jaguares, y las cascabeles. La Gran Sabana, escenario de ballet cósmico, nos retrotrae a la primera madrugada del hombre.
Encima del cerro Auyan anda Canaima, el demonio. abajo, después de los raudales del Caroní, con tumultuosas aguas oscuras, el valle de Karamata y Kabanayén.
Con un sol do soplete nos apeamos en Santa Elena de Aurién, a las espaldas del Brasil incógnito. Abrimos los lentes para fijar las imágenes impasibles de las tribus arecunas, taurepanes y karamacotas. Una negra de Trinidad nos da a comer carne de lapa, flechada con curare. Hablamos con misioneros, con las hijas de un aventurero. Estamos lejos. Lejos de qué? Estamos fuera del mapa o muy aden.
tro del mundo. Cuando sea la madrugada veremos el firmamento austral con la Cruz del Sur. Hasta aquí llega la vida humana. Ni un paso adelante.
Chile como lector (Atención de la autora, en Santiago de Chile)
Pocos han ido por delante de nosotros hasEl traje hace al caballero y lo caracteriza la SASTRERIA LA COLOMBIANA Del antaño colonial aflora, como veta de oro entre riscos, el afán de lectura en la sociedad chilena. En el período de la ilustración. a fines del siglo XVIII, mientras el Estado y la Iglesia pugnaban por conservar intacta su facultad de censurar la lectura de fieles y vasallos, éstos subrepticia, astuta y sistemáticamente les burlaban, incautándose no sólo de obras prohibidas por heréticas, sino, lo que fué más importante, de panfletos y literatura subversiva destinada a socavar los cimientos del antiguo régimen tanto en Europa como en las Américas (1)
Tres fuentes proveían de impresos a fines del período colonial: la iglesia, los criollos que viajaban por la península y el contrabando. La primera surtió las pequeñas y seleccionadas bibliotecas de los conventos. la expulsión de los jesuítas, sus libros pasaron a diversas manos y más tarde, lograda la Independencia, la mayoría fué a formar el fondo más preciado de manuscritos e incunables en las Bibliotecas Nacionales tanto de Santiago, como de Lima o Bogotá.
De los criollos que en el último tercio del siglo, viajaron a Europa, nadie tan novedoso de libros y tan astuto para traerlos subrepticiamente a su patria, como nuestro don Francisco Antonio de Rojas, uno de los precursores de la Independencia, que tuvo la graciosa audacia de hacer timbrar por la propia Inquisición, los cajones en que venían, bajo empastaduras devotas, los panfletos de Voltaire, de Rousseau y de los temidos enciclopedistas (2. El caso de Rojas, no fué seguramente único en las postrimerías de la colonia; el virus de la lectura se había infiltrado ya en los hábitos indianos.
El contrabando que alcanzó por aquellos años la importancia de una institución comercial, porque era el único expediente para proveerse de mercaderías que no podían llegar por ctros conductos, practicó en gran escala el tráfico de libros prohibidos (sobre todo de los franceses de la enciclopedia) y así fué como la revolución de la independencia encontró a sus adalides premunidos de toda la fraseologia y todos los argumentos libertarios que venían utilizando desde 1789 los revolucionarios franceses (3)
En los albores republicanos los tipos de madera de las viejas imprentas se agitan en todo el continente austral. La aparición del Catecismo Politico Cristiano para la instrucción de la juventud de los pueblos de la América del Sur, rubricado por José Amor de la Patria, pseudónimo atribuído al precusor don Juan Martínez de Rozas, inicia el empleo del vode FRANCISCO GOMEZ e HIJO le hace el traje en pagos semanales o mensuales o al contado. Acaba de recibir un surtido de casimires en todos los colores, y cuenta con operarios competentes para la confección de sus trajes.
Especialidad en trajes de etiqueta Tel. 3283 30 vs. Sur Chelles Paseo de los Estudiantes Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica