82 REPERTORIO AMERICANO Crepúsculo (En el Rep. Amer. Buscamos en la vida fantasmas ilusorios: tras locas ambiciones, corremos con afán hollando los caminos, falaces, promisorios, por donde marchan raudos los sueños que se van.
Inquietos nos movemos, brillante la mirada, altivo y fiero el gesto: sabemos combatir.
Frente a los otros hombres, la triste mascarada del mundo es una lucha por el diario existir. al cabo, sobre el polvo de aquella caravana. que arrastra sus miserias de uno a otro confínsalimos de la noche de horror y, una mañana, el sol nos marca un sitio de honor en el festín. Repartirnos el oro de la vida suntuosa. Beber el vino alegre de una loca ilusión!
La orgía fué nuestro premio en la lid azarosa: ino importa si perdimos en ella el corazón! luego, cuando llega la tarde de ese día. la lucha y los placeres agotan la ilusiónsentimos en el alma tan cruel melancolía que es casi una demanda de olvido y de perdón. Qué valen las prebendas, si es con sangre de hermanos que se llenan las copas en el diario libar. Para qué la victoria si nos queda en las manos que la arrancan el signo del que sabe matar? entonces comprendemos que hay más dulces quimeras: que, más que el desenfreno de lucha y de placer, ansiamos, en la tarde de las luces postreras, la paz de la conciencia y el sí de una mujer.
mos más la falta de su sabiduría y de su conciencia.
Hacemos alto, para comer, en los famosos baños de San José Purúa. Exacto modelo de un paisaje soberano y de un clima perfecto rebajados, vejados, por las artimañas presurosas de los caza turistas de turno. La multitud, endomingada todos los días de la semana, come a trancos groseros para que no se vaya el sol, que debe alumbrar las excursiones que los agentes del hotel han organizado. Ni la montaña que se alza frente al comedor congestionado, partida de la cabeza a los pies por una gentil cortina de agua, se salva de las acometidas de la turisma en zafarrancho.
Falta por vencer la mitad del camino. Pasamos por Tuxpan, con su placita íntima y su iglesia depurada. Atravesamos, por la avenida que es su espinazo lastimado, Ciudad Hidalgo, junto al molino que poseyó la familia del Padre de la patria mexicana. la salida del pueblo se anuncia el nuevo paisaje, de montaña y nube. Pero todavía habrá que andar buena tirada de kilómetros antes de entrar en el monte cruzado de neblinas. Todavía la carretera mantendrá el ritmo de las curvas discretas bordeadas de caseríos minúsculos y de viviendas solitarias. El adoble de las casas ha ido ennegreciendo. De gris claro que fué en Toluca, llega a un rojo negro con brillo metálico. Los portalitos son coquetones, cuajados de flores. De las casas salen los campesinos con los dulces burritos a buscar leña en los bosques cercanos.
Mil Cumbres, en lo más intrincado de la sierra, marca la culminación del ascenso. Se llega allí por un dédalo de curvas cerradas y contrapuestas que marea la cabeza más firme.
El gran balcón merece las molestias. Las cordilleras se suceden en el escenario gigantesco, cada vez más altas. La vegetación es poderosa, y brava. La luz de la tarde va tocando y encendiendo las cumbres incontables. Las brumas tenues ponen el toque evocador. Se pierde en la contemplación la medida y el tiempo. Sólo los versos de Jacinto Verdaguer, hechos frente a paisaje menos grandioso, pueden dar, por su virtud épica, el arrobamiento deslumbrado de Mil Cumbres.
No se deja más la montaña. Siguen hasta el torbellino las curvas sobre el abismo. La niebla nos detiene. Llueve fuerte. Escampa. De las cumbres vienen hilos de agua que lloran sin ruido. Un frio húmedo nos muerde los huesos. cuando parece que la marcha se reitera entre abismos, el último sol del día nos muestra a Morelia, término del viaje. Seguimos el rumbo del viejo y lindo acueducto, orgullo ciudadano; pasamos junto al bosquecillo municipal, lentificamos la marcha para reconocer la catedral inolvidable; saludamos al venerable y querido Colegio de San Nicolás de Hidalgo, que guarda un papel que vale la ciudad: la última carta de José María Morelos. sin tiempo para reposar, como en días, en la amada Plaza de las Rosas encanto y sueño de Aníbal Ponce nos metemos en el hotel del Virrey de Mendoza.
Las huellas violentas del paisaje estorban el sueño. No hay sino meditar en el día siguiente. Con la vista pegada a las vigas oscuras y gruesas pienso que al otro día he de conocer a Lázaro Cárdenas. Repaso testimonios y libros, gestos y hazañas. Dos días antes, un viejo reaccionario y agudo me ha dicho: Váyase con cuidado: nada más difícil que un hombre que ya es un poco estatua. Rechazo, con un manotazo mental, la frase maligna.
Quiero tener al hombre en su mejor esencia política, en su más válido perfil histórico. Sé Román JUGO.
San José, Costa Rica. Marzo de 1949.
que es el mexicano que vive más arraigado en xico. mira y entiende lo presente y lo veel corazón de las grandes mayorías de su tie nidero, el tiempo en que ha de tener, quiérarra: un maestro lo respeta, un obrero lo quie lo o no, responsabilidad culminante. Enconre, un campesino lo ama. Cuando en la capital traré en el líder que tanto he admirado a dishe dicho su nombre en un discurso, la multi tancia, correspondencia leal a su prestigio? No tud ha gritado enardecida. Sólo la pasión des es cosa de todos los días toparse con una fuerza bocada podría poner en duda que Lázaro Cár vigente, andadora, que ha entrado, sin embardenas está incorporado ya, indeleblemente, a go, en la quietud permanente de la Historia.
la más pura historia revolucionaria de su pue La luz inconfundible, clara y tibia de Morelia, entra por los cristales del balcón, sin que Sé que mañana he de tocar carne de histo el soliloquio haya terminado. Pero hay que ria en un hombre todavía joven, cargado de saltar rápido de la cama. En la puerta han sopotencias y propósitos, alerta y sensible, des nado dos golpes discretos. El Coronel Sánchez velado y ansioso. he ahí la terca interroga Gómez. perspicacia, tacto, penetración vieción. cómo este héroe nacional auténtico que ne a buscarme. Su jefe, el General Lázaro Cárha pasado, con merecimientos irrebatibles, a denas, me espera en la Erendira, junto al lago los altares cívicos. acaso no son eso, alta de Pázcuaro.
res cívicos, las grandes pinturas murales de Méblo.
otros El aprendiz (3er. Mensaje)
Por Alexander BIERIG (En el Rep. Amer. Veo en tu pequeño estudio que te ha gustado la casita. por cierto, por sus medidas y otras singularidades, es bastante atractiva. Pero, como ya tantas veces, te has equivocado.
Te ha gustado el objeto en su ambiente, dentro de lo que lo rodeaba, y allí, según me lo imagino, formaba una agradable mancha de colores luminosos en un verdor multimatizado. tú no te has dado cuenta de que precisamente en el conjunto estaba la belleza. así, en lugar de echar la casita hacia atrás, pintándola desde lejos, te has arrimado lo más posible. con el resultado pagas ahora tu error.
Has creado una monotonía fastidiosa, sin gracia alguna, sin armonía. Casi desde el borde inferior del marco, sin perspectiva u otro atrac Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica