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REPERTORIO AMERICANO 361 Lucha y dolor en la vida de Charles Péguy Por Claude Pierre UTARD (En La Nación de Buenos Aires.
Enero 11 de 1948. II Péguy (Dibujo de Juan Carlos Huergo. El hombre es un aprendiz, y el dolor es su maestro. Jamás el verso del poeta ha parecido más cierto que al estudiar la vida de los hombres de genio. Al igual que los santos, todos llevan el sello incomparable, la insignia real: el sufrimiento.
Péguy no escapa a la regla. Naturalmente. según una de sus expresiones favoritas. es un hilo de dolor que tejerá la tela rugosa y cruda la toile rugueuse et écrue, como calificó él mismo a su vida de su existencia señalada por el signo de la contradicción.
Su infancia apenas ha terminado. Se acabaron los años felices del faubourg Bourgogne y el rosado patio de Sainte Barbe, el querido colegio. Está en la Escuela Normal. Nadie sabrá nada de cuanto él sufrió en ese ambiente tan diferente de cuantos hasta entonces bañaron su alma, su corazón y su espíritu. Pero el señalado cambio de carácter que sufre en ese momento indica claramente sus reacciones íntimas.
Ya es un Péguy de ruptura el que aparece.
Sus ideas no hacen sino un todo único con él.
Los que no están de acuerdo con sus ideas no pueden entenderse con él. Mi amistad vale lo que vale. Suele ser rugosa. No exige pequeños deberes. Grandes deberes o nada. Comenzar así la vida es trazar caminos difíciles. En Sainte Barbe lo rodeaba una atmósfera propicia para construir sus grandes proyectos ideales. Sus compañeros verdaderamente embrujados por su prestigio seguían con entusiasmo los planes que él trazaba para el porvenir, y en ningún momento ponían en duda las reformas que él proyectaba para enderezar a la sociedad. En la Escuela Normal esa camaradería que tanto le gustaba, ese coude a coude que siempre apreciará, ese calor del espíritu de equipo que le es tan necesario como el aire y la luz, habrán de faltarle. Al recordar sus gustos de siempre, el afecto la admiración más o menos acentuados que lo han acompañado desde su infancia, se adivinan fácilmente las razones que hacen de él ese joven sombrío, ardiente y estúpido del cual habrá de mofarse él mismo después. Cuando recuerda su propia juventud, uno se da cuenta de cómo la soledad del corazón, las burlas en aquellos años de adolescencia en los que todo adquiere tan pronto un cariz trágico, bastaban para oscurecer y envenenar una existencia. Para acuñar un carácter.
Sin embargo, en la biblioteca de la escuela encuentra Péguy un clima propicio. El bibliotocario Herr se impone a Péguy por su erudición, su bondad; y su tranquilo fanatismo servido por un desinterés absoluto conquista para la causa socialista al joven neófito. Decir que lo conquista para el socialismo es expresarse mal, porque desde su infancia y gracias al herrero Boitier y a sus amigos, Péguy es socialista y no dejará de serlo jamás. Herr sirve al partido. dócilmente ejecuta sus consignas y se somete a las disciplinas para el indiscutibles.
Pero Péguy sirve a un ideal y no a un grupo de hombres. No aceptará jamás que se los juzgue infalibles. Cuando se aviene a ser enrolado en el Partido Socialista no adivina que Herr y quienes son como él se hallan en la fuente de sus penas más profundas. Por el momento sólo sufre en la Escuela Normal de una falta de oxígeno. No respira a sus anchas, ni siquiera en la Turne Utopie. como ha bautizado al cuarto que comparte con tres compañeros la verba burlona de sus condiscípulos. En efecto, toda la escuela juzga a Péguy insoportable, orgulloso, imposible. Lo era, a no dudarlo.
El, cuya imaginación hacía de sus amigos y de sus queridos maestros tipos de humanidad superior, seguramente juzgaba natural que también a él lo considerasen prometido a los destinos más sublimes. Sin embargo, nadie parece haberlo visto desde ese ángulo en la Escuela Normal. Cómo no habría de sufrir, entonces, al verse relegado en un plano que consciente o inconscientemente su carácter juzgaba inferior a su valor? Porque ya adivinaba instintivamente la fuerza creadora que dormitaba en él. menudo confundimos el orgullo, que es la estimación exagerada de uno mismo, y la conciencia de sus posibilidades, que no es sino una apreciación justa. Péguy sufre al sentirse incomprendido. Es la primera vez que encuentra en su camino esa zarza de espinas tan hirientes. No es la última!
La muerte de su amigo Marcel Baudoin le bace encarar por primera vez también en toda su crueldad el dolor de la separación definitiva e irreparable. Quería con una dilección especial a ese amigo de la adolescencia y encontraba perfectamente normal reemplazar ante la familia del difunto a aquel a quien consideraba como un hermano. Se casó con la señorita Baudoin. Con desenvoltura heroica y esa tendencia natural al sacrificio, que es uno de sus rasgos constantes, carga sobre sus espaldas un fardo harto pesado. Pronto le causa dolor. En efecto, Madame Péguy muestra su profundo descontento por una alianza que no le gusta desde ningún punto de vista, y que dice no le conviene a su hijo. Charles lo juzga de manera distinta; afirma que su deber es adoptar a la familia del desaparecido. Sean cuales fueren las consecuencias de su decisión, el motivo es noble y perfectamente desinteresado. Madame Péguy no comprende. casi se produce la ruptura entre ella y su muchacho. son garcon. Ambos se habían llevado tan bien en todo momento que el dolor que una vez más inuestra su trágico semblante en la vida de la viuda alcanza esta vez al hijo claramente en pleno corazón. Ya no se trata de picaduras de alfileres, de malestares, causados por la incomprensión y las burlas de los camaradas. Esta vez, sí, por cierto, es el destino de Péguy lo que ya se desenmascara y lo conduce hacia la scledad del corazón.
En efecto, en todas las circunstancias jamás retrocederá frente a sacrificio alguno cuando esté en juego cualquiera de sus ideales. En nin gún caso dimitirá, sean cuales fueren las consecuencias. Siempre se entregará íntegramente, a despecho de las penurias y las dificultades. Así se da sin reserva al asunto de Dreyfus.
El affaire sacudió a toda Francia, que la condena de un capitán judío había dividido en dos bandos ardientemente belicosos. Al adivinar una injusticia, Péguy dirá después en términos magníficos: Una sola injusticia, un solo crimen, una sola ilegalidad, basta para deshonrar a todo un pueblo, si es universalmente, nacionalmente, comodamente aceptada (1. Aquel proceso adquirió desde el principio el aspecto de una cruzada y nunca pudo perder ante sus ojos semejante carácter. Por fin se entraba en una época en el curso de la cual el país iba a liberarse de viejas levaduras, a aprender de nuevo el sentido de las palabras verdad y justicia. Resulta notable señalar el sentido neto del calor del sacrifico que posee Péguy, Se proclama ateo y, sin embargo, afirma que el affaire va a traer de nuevo la felicidad al mundo mediante la restauración del trabajo y de la pobreza (la pobreza que según su entender es estado ideal, punto de vista que coincide una vez más con la enseñanza cristiana. Toda la juventud de Francia, dreyfusista o antidreyfusista, vibraba con pasión ante las palabras prestigiosas de Libertad, Justicia, Fraternidad, en un terreno y con un entusiasmo igual a las de Patria, Honor nacional y Tradiciones beredadas en el otro. Péguy lo afirmara: Nosotros hablamos el mismo idioma patriótico. Hemos tenido las mismas premisas, el mismo postulado patriótico. Los antidreyfusistas profesionales decían: No se debe ser traidor y Dreyfus es un traidor. Nosotros los dreyfusistas profesionales decíamos: No se debe ser traidor, y Dreyfus no es un traidor (1. y unos y otros defendían fanáticamente su punto de vista. Péguy era el más exaltado de todos. Alcanzaba el punto culminante y feliz de su vida. Por eso adivinamos su indignación y su dolor cuando se dio cuenta de que todo el proceso, en manos de viles políticos y al servicio de las más bajas combinaciones. degeneraba: las consignas eminentes, rectas y puras estaban mancilladas y deformadas; los ideales elevados, desbordantes de entusiasmo, empequeñecidos; la sublime corriente verdaderamente mística y religiosa que había circulado en todo el país por ambas partes, se hallaba canalizada, domesticada e iba a morir en las arenas estériles de partidos políticos esclavos de disciplinas partidarias. No! No, eso no era lo que él había soñado. Dónde estaba el rejuvenecimiento y dónde ver a esa resurrección de toda una nación?
Haber tenido el valor de erigirse en testigo y de haberlo puesto todo en eso, todo su Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica