REPERTORIO AMERICANO 133 AHORRAR es condición sine qua non de una vida disciplinada DISCIPLINA es la más firme base del buen éxito LA SECCION DE AHORROS del BANCO ANGLO COSTARRICENSE (el más antiguo del país)
está a la orden para que usted realice este sano propósito co se espantara de algo que vió, o por los gritos asustadores de todas ellas, o por una frenada a destiempo, fué lo cierto que el corcel paró de súbito y su jinete saltó limpita de la silla, cruzó el cerco de madreselva y cayó con toda suerte en los restos holgados de una parvita de alfalfa seca que iba diariamente disminuyendo el buen diente del caballo. Salto de acrobata en los circos tan celebrados que de cuando en cuando llegaban al lugar, no vió nadie mejor ni más correctamente cumplido que aquel de la muchacha amiga del buen humor y de las flores del cerco. Su descripción, más o menos mejorada y agrandada, anduvo durante días por todas las casas amigas y halló eco propicio en la escuela, que era donde se amplificaban gustosamente las informaciones de la ciudad, nunca demasiado abundantes ni variadas.
Cerco tan hermoso, crecido en trémulo encanto por la leyenda de las viboras que iban a reposar sus noches cálidas, no servía, naturalmente, para casi nada. Pollos y gallinas abandonaban cuando querían sus espacios de tierra para salir a picotear ilusiones en la calle vacía; entraban y salían por debajo perros y gatos de la vecindad si la oportunidad lo permitía, pues el Negro. perrazo de la cría de Calderón, metía miedo justificado a cualquiera, inclusive a los muchachones hurtadores de fruta, pícaros y arrojados aprendices de amantes de lo ajeno.
El cerco era un símbolo que señalaba el linde de la finca, cosa de utilidad para la oficina de Impuestos, y alegría de los ojos que pasaran por allí con ganas de gozar la apacibilidad de su verde. Las tardes eran propicias para que se detuviera alguna muchacha arrancara flores que se llevaba luego a la cara aspirando su perfume. Nadie dijo nunca nada, porque todos los cercos de Uruguay tenían flores y en todo rincón se llenaban de colores macetas, ollas viejas y cacharros surtidos. Además de que mamá aseguraba que a la madreselva le hace bien que le arranquen flores y aun gajos, pues ello resulta una poda que la alivia del tupido característico que le ofrece AHORRAR nombre de madre y de selva precisamente. Cosas de oír a las señoras, que saben un poquito de cada tema y lo embellecen con suposiciones de fabulario infantil.
El cerco de madreselva, sin una espina, perfumado, grato a los ojos, inofensivo e ineficaz como guardián de pertenencias, se advierte ahora, a la distancia insalvable de los años, del mismo tono que el corazón de aquella muchacha que lo saltó sin querer en una de sus aventuras de amazona sonriente.
Era puro símbolo el cerco que podía cruzar quien quisiera; no guardaba nada; no defendía propiedad alguna; no pinchaba ni dolía. Su única reserva era legendaria: las viboras. Su verdadera misión era poetizar las fronteras de una casa sencilla y pobre, llena de encantos baratos, que hoy se nos antoja una reducidísimo paraíso que se perdió al irse de la vida sus moradores.
bores para el bordado de tapiz de los praderíos; o ya, salta corretón por los desniveles rotos, para verterse en trinos sobre las guijas, que, liricamente engañadas, suenan con el timbre de las monedas; o, en fin, se entretienen con un tiroteo de líquidos balines de platino a las alondras que pajean en las márgenes, o las tórtolas calientes que se bañan en las orillas, después de rebozarse grifadas de sus arenas. Luego, el río se siente adolescente y recoge y se perfuma su cabellera azul y fluída, alejándose con rebuscada gracilidad narcisista, herido de secretos erotismos, con últimos sueños de tierras vírgenes y dulcísimas, en el casto pudor de sus soledades. Se imagina que las estrellas, y alguna luna que se siente joven.
miran sus músculos con femenina complacencia, y suenan hacérseles corazón, en acericos encendidos, y acercarse a sus orillas como labios. Su fantasía, entonces, exubera en prodigios. Enamorado de las fuentes, ba soñado náyades, en los rinconcitos umbríos, que le esperan. Los árboles mismos de su riberas, los ve como canéforas gentiles, bien quebradas de cintura por los piropos del viento, mientras bilan, con sus dedos finísimos de hadas, los sutilísimos velos del silencio, quedándose atrás como nidos de rumores y portadoras de rocío. Pero, luego, ya adulto el río, desposado con la tierra, zahondado de conciencia en el patriarcalismo de sus sembrados y sus frutos, avanza más seguro de su señorío varonil, más hondo de sueños y de voz, hasta que, al fin, cansado y lento, rico ya de experiencias y de indulgencias para las locuras jóvenes de todos los regatos, que vienen hasta él para contarle aventuras no siempre ciertas, se deja caer en la nada fluvial del océano. así, de viejo. cuánto tiene que contar. El Ganges conoce todos los avatares del alma India; es sereno y profundo, como Brahama. El Ohio conoce todos los vaqueros, como el Amazonas todos los secretos de la selva. El Rhin sabe toda la lírica de las Walkyrias, como el Danubio todos los amores de las princesas y los violines; el Támesis, los problemas de las fábricas; el Tiber la historia de los Papas, y el Nilo, anclano, ha caído en la infantilidad de contarnos su propia historia tejiendo de mimbres la propia cuna. Hasta el Rubicón y el Manzanares, guijarrosos y miserandos fantasean y dilapidan y sueñan historias como si fueran caudales. Ya sé que los hay próceres y de altiva cuna y de noble historia: el Jordán, el Nilo, el Ganges, cuyo sólo nombre es título de proceridad. Ya sé que para Holderlin, el Rhin es el Padre Rhin, que. caminando silenciosamente funda ciudades. sé que el Sena, como el Vístula, como el Támesis, funda urbes. qué hay ríos que, por viejos o filósofos o ilustres de nacimiento, ante una ruinas, un templo, un castillo, se paran pensativos, melancólicos de su propia historia ilustre. Pero no siempre bemos de creer las aventuras que cada uno cuenta y sueña. No vamos a creerle cuando él se imagina que tiene nayades sentadas en sus riberas, o cuando cuenta que las muchachas, enamoradas de su canción, se han quedado allí soñando amores imposibles, con la nostalgia infinita de lo que se va. Sin embargo. Sin embargo. Ulises llega a un río de hermosas aguas, y, después de haber nadado por el mar durante dos días, suplica humilde y tenue. Ten piedad. oh rey. porque es para mí una gloria poder suplicarte. El río amansa su corriente y acoge a Ulises, salvándole de las iras de Poseidon, el de la sonrisa innumerable. No será verdad que tienen alma los ríos. Pedro CABA.
Valencia, España. 1949. Será verdad que tienen tienen alma. En el Rep. Amer. Será verdad que los ríos tienen alma? Un río es un ser con cintura propia, andadura, pulso propio y una clara vocación de caminante soñador y cancionero. Un río, no sólo es un sér en tránsito de lo mineral bacia lo vivo; no es sólo una cinta elástica de agua, que es ya el mineral más humilde, servicial y sensitivo, sino que parece tener algo de humano. Tiene escalofríos y sensibilidad de piel, andadura obcecada y, dormida, de sonámbulos, y una plástica vigorosa de músculos contractos. Hay ríos gráciles y finos; abiertos, mansos y rientes; y concentrados y pensativos, y majestuosos y gruñones, y con barbas venerables. Los hay que cantan, los hay que lloran y que meditan, y los hay que sueñan, llenándose de imágenes, como la frente de un poeta. Nubes y pájaros, flores y rocas, forman, entonces, el pensamiento móvil de su alma enamorada, que se ahoga a fuerza de soñar.
Siempre el río tiene algo de personalidad. Por eso, los ríos figuran en la Historia junto a la vida del hombre, hasta el punto de que la Historia está latida de pulso de ríos. Nuestra propia vida, nuestro propio pulso, tiene algo de fluvial. Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar. la historia toda del hombre tiene perfiles de líquida andadura, por lo que le llamamos el curso de la historia. Con la vida de Alejandro, suena el Indo; con Brahama, el Ganges; con Napoleón, el Vistula, el Rhin, el Danubio; con Isabel de España, el Tajo. El Jordán, nos purifica un poco con sólo su evocación y su recuerdo.
Siempre, en todo acontecimiento de importancia, un río. Porque un río es siempre más personal que un buque o una montaña. Será verdad que los ríos tienen alma. Por de pronto, todo río tiene nombre y tiene biografía. Se conoce su cuna de canchalos y las rizadas holandas de espuma en su natio altanero y alborozado, o las mansísimas humildades de donde brota en silenciosa secreción de tierras tiernas. Se conoce su Infancia juguetona, diversa, irresponsable, ya desmelenándose en vagos andares por vegas ubérrimas y delgadísimas cañadas, o ya regalándose en joyería a las violetas y la yerbabuena, o fingiéndose collares de luz para las margaritas; y gola rizada para los cantos, y hebra de tam Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica