John Dewey

REPERTORIO AMERICANO 135 Las abejas deben también llorar El jovenzuelo levantó su sombrero y saludó: Buenos días.
Es un cuento de Eduardo JENKINS DOBLES Rosa hubo de mirarlo extraviadamente. En el Rep. Amer. sus labios rígidos, sus oídos incapaces de interpretar los sonidos. El boyero se sonrojo y azuzó la yunta nerviosamente.
La llama resaltó en la noche, solitaria y giendo café en los meses de cosecha, agotántrágica como un goteron de sangre contra una dose de invierno a invierno y agotándose nunOlor a café caliente y tortillas llegaba desmuralla de ébano. Rosa aplicó el fósforo al ca. Recordó las numerosas noches de insom de los ranchos erectos a lo largo del camino: bajo y saliente techo de paja, inexpresiva y nio, a la orilla del lecho donde Lina forcejea un mugrio cerdo escarbaba una mata de yusilenciosa como los ídolos que sus antepasados ba con la fiebre; rememoró los esfuerzos por ca; el rocío iba evaporándose. La mujer siguió una vez tallaron en troncos gigantescos. enseñarle buenas maneras y reglas morales de adelante, adelante, loma tras loma, elevando espero hasta que la fogata tomó fuer vida. Años de sudor, fatiga, devoción y espe pequeñas nubes de polvo en el sendero.
za, ensanchándose y rugiendo como si quisie ranza.
El sol apareció completamente y se remonra calcinar el propio cuerpo de la noche. Su tó alto en Mas ahora Lina había partido: Lina, su horizonte y empezó a calcinar la corazón no necesitaba quema: era ya un acersolo motivo de existencia. La madre no había tierra, los techos, las flores amarillas, la carne vo de cenizas. Pero las múltiples arrugas que llorado cuando se entero de su escape con un de los labradores y la propia estrujada carne marcaban su frente parecían aún extenderse apuesto, untuoso abogado que solía visitar la de la mujer. Su pelo, canoso ya, reverberaba en orgulloso desafío. La mujer no parpadeó.
zona conduciendo un brillante automóvil, huscomo si fuera de plata irreducible.
ni permitió un suspiro hacerse al aire, desde meando litigios y murmurando tentadores ale Rosa percibió, súbitamente, la aguda masu pecho. No se escuchaba más sonido que el gatos en los rústicos y confidentes oídos de las ceración que le producían varios guijarros desrabioso crepitar del rancho en llamas y el larmuchachas campesinas. No, el orgullo no le lizados en sus sandalias. Para removerlos se go, angustioso aullido de un coyote hambrienpermitió llorar. No había sollozado, tampoco, detuvo a la sombra de un frondoso árbol.
to, en los cerros.
Rosa agarró el motete de ropa, trastos y en aquella lejana tarde cuando su marido fué En el áspero tronco se distinguía una protransportado a la casa en brazos de amigos funda cavidad donde anteriormente una colpequeños recuerdos como una barata fotoquebrantados, muerto al caer desde la copa de menà de abejas había residido. Las abejas son grafía de Lina, la fugitiva hija de diecesiete un árbol al que había subido para cortar le tiernos y humildes insectos que laboran aleaños y empezó a ascender la colina, midienña. La mujer recordó, pero continuó rehusando el camino polvoriento en despaciosos y megre e incansablemente siempre que posean una do a verter lágrimas.
reina. Pero si la reina se ausenta, su corazón cánicos pasos. No miró atrás, ni al firmamento, ni a los anchos biguerones, sino que man El primer lavado gris de la madrugada pronto se hace polvo, se vuelve añoso, y la tuvo su vista fija adelante. Al alcanzar la cumcomenzó a revelar la forma y color de los camrazón para trabajar desaparece. Las abejas enbre del cerro, ella torno a contemplar por la pos, los bambúes y casas de adobe. Un gallo tonces huyen, abandonando todo excepto el vez postrera.
rojo en la rama de un naranjo aguijoneó el sol recuerdo de una vida antiguamente feliz. VueLas fieras llamas empezaban a morir, se naciente con las espuelas de su canto y saltó a lan sin derrotero fijo, desesperadas, sabiendo reducían a un montón de brasas. Las nubes tierra seguido por una bandada de sumisas que es necesario continuar bregando pero sude humo todavía colgaban sobre el lugar, len hembras. La vida se volcaba de nuevo sobre el plicando la llegada de la muerte. Las abejas, tamente cediendo su siniestro brillo rojizo, sa mundo, nadie sabía por qué.
dueñas de la miel y la industriosidad, desdeñosas del llanto que doblega su simple orgullo.
cudidas por un viento arreciante. Rosa perciUn jovenzuelo se acercó guiando una yun Rosa trató de incorporarse y continuar su bió un grupo de vecinos que se congregaba alta de escuálidos bueyes que parecían apenas jornada sonámbula, quizás hacia el lejano varededor, ya agitando sus manos o caminando capaces de arrastrar la ruidosa carreta, sobrelle de San Isidro donde un pariente vivía. Pede un lado al otro, ya permaneciendo rígidos, cargada de cañas de azúcar. Pronto llegaría al todos tratando de entender por qué.
ro sus piernas no obedecieron; su fortaleza trapiche vecino, donde la caña sería introduci moral estaba derrumbándose. Ya nunca podría Un pájaro desvelado grito huecamente y da en los cilindros y el dulce jugo puesto en una bocanada de aire perfumado por el allevantarse de nuevo.
la paila. Los niños vendrían a vigilar con adto zacate y las flores amarillas que cubrían los. Qué le preocupa, señora. Puedo ayumiración al grupo de trabajadores, uno concampos. penetró sus fosas nasales. Nuevadarla en algo?
duciendo los bueyes que hacen girar los exmente los agudos cuchillos de la congoja se primidores, otro agitando el hirviente caldo, La voz, varonil y solicita, sacudió a la clavaban en su pecho.
otro más alimentando el horno con brazadas anciana como un rayo. Su rostro frenético Recordó a Lina: su sinuosa figura y caderas anchas y vívidas como las de una pode leña y bagazo. Los niños habrían de traer apuntó al desconocido: latas donde saborear la espuma y reirían ale La reina ha muerto, la reina ha muertranca que retoza en las praderas; su piel cogremente y saltarían aquí y allá y esperarían to.
briza y ojos de negra lava: su sonora voz y hasta que los pericos pudieran hacerse sumer el llanto la avasalló, como si una incálidos gestos; sus largas trenzas que se bamgiendo un poco de caldo espeso y moreno. soportable masa de nubes negras pudiera, de boleaban sueltamente cuando ella se movía, aleya en un balde de agua fresca. Niños de súbito, descargar su angustia amurallada en grando cada objeto, tarea y momento. La mamanos pálidas y dientes agujereados, niñas en una larga, larga lluvia.
dre recordó los interminables años de lucha: andrajos y de largo pelo negro que se columlavando ropa en el arroyo cercano, arrancanpia sobre los hombros.
Univ. of Fla. 1948.
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