REPERTORIO AMERICANO CUADERNOS DE CULTURA HISPANICA Tomo XLV San José, Costa Rica 1949 Viernes 10 de Junio No. 10 Año XXIX No. 1085 El trágico de la libertad Por Roberto GIUSTI (En La Prensa de Buenos Aires.
Enero 16 de 1949. PBAIXENCI Victor Alfieri El nombre de Víctor Alfieri, a los doscientos años de su nacimiento, que se cumplen hoy (1. llega a nosotros cargado de emocionantes recuerdos. En los albores de la patria decir Alfieri no ora pronunciar un nombre más entre tantos famosos en las letras europeas; era suscitar la imagen de un gran poeta civil, odiador y debelador de tiranos. como la palabra tirano está indisolublemente unida al arte de Alfieri, conviene conocer qué extensión él le daba, abarcando en ella a todos los gobiernos absolutos de su tiempo. Debe llamarse tiranía escribió en el tratado homónimo indistintamente cualquier gobierno en el cual quien está encargado de la ejecución de las leyes puede hacerlas, destruirlas, quebrantarlas, interpretarlas, impedirlas, suspenderlas o también solamente burlarlas, seguro de la impunidad. por tanto, sea este quebranta leyes hereditario o electivo; sea usurpador o legítimo, bueno o malo, uno o muchos, de cualquier modo, quienquiera tenga fuerza efectiva que baste para obrar así es tirano; toda sociedad que lo admite es una tiranía; todo pueblo que lo soporta es esclavo.
Este concepto, desenvuelto en el conflicto entre el opresor y los oprimidos, es el substrato de las tragedias suyas más populares. En los primeros lustros del siglo XIX sus héroes pisaban las tablas de nuestro teatro naciente, inspirando en los espectadores criollos sentimientos mezclados de horror y de piedad. Varias generaciones los escucharon hasta los años posteriores a Caseros, sin excluir la época de Rosas, ignoro con cuáles concesiones en ésta a la censura policial. Sus acentos terribles y solemnes anduvieron confundidos largo tiempo en la escena universal, y en la nuestra, con las declamaciones, llantos y suspiros de los dramas románticos más populares. La obra de Alfieri que al parecer más atraía al público porteño fué Polinice, donde muestra toda su monstruosa fealdad moral el feroz usurpador Creón. Se la representaba con el título de Los hijos de Edipo y llegaron a disputársela una misma noche del año 1840 los dos únicos teatros porteños, entonces en competencia: el Argentino (el viejo Coliseo situado frente a la Merced) y el Victoria. Pero también gozaban de favor las otras tragedias de libertad. como las llamó el propio autor: el Filipo, Bruto y Virginia.
En el último tercio del siglo pasado Buenos Aires todavía alcanzó a escuchar en su verso original a los héroes alfierianos, encarnados por actores trágicos de la talla de Adelaida Ristori, Tomás Salvini y Ernesto Rossi.
Durante el auge mayor del poeta, entre nosotros no sólo se le representó en dudosas versiones españolas o en infieles arreglos locales, mas también fué traducido e imitado por los escritores porteños. Esteban de Luca puso en Por Fabre. versos sueltos el Filipo. Juan Cruz Varela no le bastó traducir a Alfieri, como lo hizo, en prosa, con su Virginia, sino que se sintió tentado a emularlo en Argia, inspirándose en sus tragedias Polinice, Antigona y Mérope, y siguiéndole el paso en el diálogo trágico.
Tampoco niega la ascendencia alfieriana el ingenuo propósito declarado por Varela en el prólogo, de haber querido disparar sus tiros contra los tiranos, personificados por el feroz Creón e identificados por el autor con los monarcas absolutos de la Santa Alianza.
Por esos mismos años, en el otro extremo de Hi noamérica, el cubano Heredia, desterrado en Méjico, traducía el Saúl, forjaba en la misma fragua las consabidas flechas contra los tiranos y se proponía calzar el coturno americano prometiendo componer con el buril de Alfieri tragedias de asunto indígena.
Esas armas que el poeta piamontés proveyó largo tiempo contra la tiranía y el fanatismo religioso, ahora son piezas de museo orinientas; pero la voz estremecida y estremecedora de sus personajes, aunque ya no se escuche en las tablas, sigue siendo ejemplo de un célebre y singular estilo trágico, caracterizado por la brevedad sentenciosa por él largamente estudiada en los latinos, principalmente en Salustio y en Tácito: un diálogo austero y lapidario, cuya energía todavía subyuga en la lectura a pesar de la constante tensión retórica que lo vuelve monótono. Tomó Alfieri sus héroes, conforme a la tradición de la tragedia clásica francesa, a la común cantera de la historia y la mitología antiguas; no todos, porque algunos asuntos de sus tragedias son de propia invención; pero a unos y otros les dió rostro original y les infundió terribles y arrasadoras pasiones, entre las cuales sobresalen la ambición, la venganza y el odio, y se sublima el amor de la patria. Lo mismo que sus obras, construídas con rigurosa sobriedad, desdeñosa de todo lo episódico, accidental y efectista, sus personajes, generalmente pocos, pues excluye en la medida de lo posible los secundarios, marchan rectilíneos hacia el objeto que el autor les ha señalado, llevándolos a él con mano férrea. Lo que puede haber en esos caracteres de impuesto desde afuera, de idea abstracta.
queda rescatado por la fuerza expresiva del diálogo que da visos de verdad teatral a la pasión. aquel defecto, si muy visible en sus primeras tragedias, principalmente en el Filipo, histórica y psicológicamente falsa, se atenúa en las de la madurez, de psicología más compleja, cuyos rasgos sutiles y recónditos hacían manifiestos. según se lee en fidedignas crónicas, los grandes intérpretes de antaño, tal Gustavo Modena en el Saúl, o Adelaida Ristori en la Mirra.
Quien como Alfieri conoció por propia experiencia, viviéndolos hasta extremos difícilmente alcanzables, el desorden y la impetuosidad de las pasiones, y fué una mente sobremanera aguda en el análisis de los motivos de las acciones humanas, como lo acredita en su autobiografía y en las minuciosas y severísimas censuras que él hizo del carácter y la conducta de sus criaturas teatrales, mal podía ser un frío constructor de entes vacíos, por más límites que opusieran a su clarividencia psicológica el rígido molde trágico adoptado y las criaturas que él remodelaba, generalmente hechizas, estereotipadas por una pesada tradición literaria, mitos figurados bajo formas humanas.
Ahora las candilejas se han apagado definitivamente en el teatro trágico y la escena está muda. Si la voz de Corneille y de Racine todavía se oye en Francia, antes se debe a una celosa política cultural que a los altos e inmortales valores literarios de los autores del Cid y de Fedra.
Pero hubo un tiempo en que la voz de Alfieri, desencadenaba en su patria y fuera de ella, furores de entusiasmo. El había puesto a los tiranos en la picota en sus obras más aplaudidas, y exaltado las virtudes republicanas; él era para sus compatriotas el anunciador de la Italia futura, unida y fuerte, libre del yugo extranjero, ya vaticinada por Dante, Petrarca, Maquiavelo y los mayores italianos.
La Revolución Francesa, a la vez que favorecía la difusión de su fama en todas las naciones conquistadas o sacudidas por los nuevos ideales, ponía a dura prueba los sentimientos del poeta. La doncella purísima bajo cuyas formas él se había figurado la Libertad, mostra(1) Aunque Alfieri da en su Autobiografía la fecha del 17 de enero de 1749 como la de su nacimiento, y es la comúnmente adoptada, nació el 16 y fue bautizado el 17. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica