REPERTORIO AMERICANO 93 Historia de soldados Por el poeta ecuatoriano Jorge Enrique ADOUM (En el Rep. Amer. Cuando de ti me desentierra el día con sus ásperos oficios, y me repone a los sucesos como si al final de esa navegación nocturna en donde hemos orado y conversado, llorado y permanecido, debiera regresar a recoger mis pasos, caminando a morir, como el anciano vencido a lento paso por sí mismo, sólo entonces, friamente despegado de tu piel, gravemente solitario, entro a mi vacío traje que te sintió a su lado cada víspera, pregunto por ti, por mí, por qué sucede, por qué así, hablando de las cosas cuya balanza se rompe sin perdón en tus rodillas.
por los prófugos perros agredidos el aceite ritual o la ceniza bruja y mi violento alcohol que en tu deseo ardía, con que entró hasta tus piernas la pobreza: y nada sino la lluvia con sus cordeles turbios, Tiada sino tu olor a corcho envejecido y aquello que nos quema en la piel o nos penetra por su propia humedad de dolor, como la ortiga.
Por eso, cuando digo miedo y amanecer sin sexo como un viudo, y alaridos golpeándose las alas en maderas salvajes, es como si hablara de una maldición, de 13 personas a la cena nupcial en que he nacido, de azúcar derramada, de quebrada arena estelar, llegada de qué espejo roto por mi mano.
Después de aquel tendero elemental que espantó tus muslos de hermética cerveza, después de ese judío persistente, después del otro que a pie disperso te perdía, fuí yo el último soldado, el de los últimos pies, el que vino a recoger solamente tu vestigio como la condecoración del que cayó a mi lado. Es que siempre será igual, siempre este ancho domingo creciendo entre paredes. Es que debes atarte las manos a los senos para que nunca, nunca, te peinen en la noche, para que no derriben a tu madre, que no la toquen on sus sillas y su retrato, junto a su baraja tartamuda y a la cáscara de su padrenuestro. nunca me dirán qué carta, qué escalera de sangre, qué madrugada lila te desató los pies para que vayas de cama en cama, de cuerpo en cuerpo, huyéndote otra vez, temiéndote, olvidándote. Fué acaso tu deseo desertor, ola ciega que se rompe antes de encontrar su cúpula, quien llevó mis cenizas a tu vientre baldío?
Oh ausente, siempre ida porque nunca estamos juntos, porque nunca trajiste tu heráldica animal, tu herrumbre transparente al lado de mi pelo que te empuja, porque nunca tuvimos una cama precisa que oliera a cuerpo doble, a aceite comulgado, ni una noche repetida a cuyo cauce rueden nuestros zapatos juntos, ni un suelo donde puedan quebrarse las tazas de los dos, las manchas salidas de los dos, tu paso de menta o nieve porque duermo, o tus ligas y medias y enaguas y preguntas regadas que me digan: Por esta puerta, desde esta palabra, hacia esa fotografía empezó a partir.
Nada que en mi presencia puedas reconocer un día: Esto fué mío. Esto te dejo.
Te he lavado el rostro, los pañuelos.
Esta es una lejana historia de soldados donde siempre se vuelve al cuartel espantoso. hay un himno a redoble, a latigazo puro, tambor de funeral, marcha en regreso de sólo los pedazos que han quedado, y hay un eludir las tuberosas de la muerte, una invitación, como la luz de un dormitorio, a buscar tu cabello original, tus primeros pechos, para decirte, a ti, que traías a mis dientes un pan robado, una naranja nocturna a los stidos. Vengo para cuidar lo que me queda: el ojo solitario, el único brazo defendido, la rodilla que espera tu cansancio. Vengo todavía con un trozo de fusil, con una espina victoriosa.
Oh nunca defendida, cintura de aguacero ceñida a mi voz seca de soldado, llena de paja y corazón como una hoguera.
Quito, Ecuador.
Las efemérides del Marqués (En el Rep. Amer. No fuiste tú, pequeña tejedora, perseguida y herida por ti, ni son tus manos donde esta mitad de un pan apresurado crecería.
Fué la primera sílaba, el hallazgo de lo duro y ajeno en mi abandono, lué mi subsistir por un clavo, por un diente que otro había usado, por las uñas, los huesos o la mujer del hombre derribado. Ya venía con mis ángeles enfermos, ignorando la inicial extranjera de los pétalos, el pequeño lenguaje del encuentro, las palomas. hasta de las caderas sacramentales que acechaba sólo tuve el regreso a tu humilde cadera, sólo los pedazos de las cosas, sólo el polvo familiar, lo permitido. la memoria de Mario Sancho. Yo te traigo esta moneda salvada de pagar o de perderse, esta esperanza, esta duda de escoger entre la comida temblorosa que trae en tu cuchara dos bocados y el hotel por una noche en donde callas y comprendes y donde solamente somos una mujer y un hombre, pasajeros, sin nombre, sin vestidos, adquiriendo sólo trozos de sueño después de que has temblado, como si dijéramos abrigo, alimento, cereal, gavilla, como si en esta hora de crecida hambre ritual aún nos fuera dado elegir qué instinto, qué sombra compartida, qué bisel nos mata menos. Yo solamente buscaba en tu puerta arremetida Repertorio Americano me trajo la infausta nueva del fallecimiento de Mario Sancho, al que vi, por última vez, hace años, en Managua, cuando dirigía alli Nicaragua Informativa. Recuerdo que sobrellevaba melancólicamente su alejamiento de la Patria. Supe después que había logrado rehacer su vida en los Estados Unidos, donde formó un hogar, tal como lo había soñado.
Con motivo del fallecimiento del celebrado escritor cuya obra queda casi toda dispersa en periódicos, revistas y sobre todo en las cátedras que regentó a su regreso a Costa Rica quiero evocar momentos suyos de París, vividos a la vera del nunca bien alabado Marqués de Peralta, al que sirvió de secretario en la Legación, por breve tiempo. Nada mejor para pintar la psicologia de ambos personajes, que relatar una anécdota, que me fué referida Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica