172 REPERTORIO AMERICANO EVOCACIÓN PATERNA Las siete llagas Dr. García Carrillo Corazón y Vasos Por Alfonso REYES (Envío del autor, en México, Véanse las tres entregas anteriores. CITAS EN EL TEL. 4328.
Electrocardiografía Metabolismo Basal Radioscopía no tirada de Zacatecas, tiene ánimos para salva: los depósitos de la 4a División, que se habían quedado en esa plaza, y evitar que les echen mano los rebeldes.
Tenía, simbólicamente, siete heridas de guerra salvo rasguños y contusiones sin contar las que causaron su muerte.
Aún alcanzaba los diecisiete años, cuando los vaivenes del servicio lo llevaron a las campiñas de Querétaro. Ya estaba fogueado, ya la hoz había silbado junto a él.
No se le quitaba la maña, adquirida en los días pueriles, de retozar con peligro. entonces la guerra consentía los duelos singulares, y aquellas hazañas aisladas, comparables a las aristías de los héroes homéricos.
Con un grupo de oficiales, entre los que andaban otros generales futuros Juan Hernández y Clemente Villaseñor se acercaba todas las tardes a la plaza sitiada; para desafiar individualmente a los enemigos, unos extranjeros, y otros, mexicanos ofuscados. Aquello ocasionaba breves escaramuzas y caballerescos pasos de armas, y tenía sus puntas y ribetes de indisciplina: propio achaque de un pueblo hecho a pelear en guerillas, y por afición más que por oficio.
Era el de marzo de 1867. El general Tomás Mejía asomó con una pequeña escolta. Aguijaron a su encuentro los temerarios oficiales, resueltos a dar un buen golpe. Pagaron caro su atolondramiento. De repente se vieron envueltos por una columna que, por todas partes, pareció brotar de la tierra.
El teniente Reyes se encontró rodeado por un piquete de húngaros que usaban unos sables cortos y anchos, con un lomo hueco en que corría una gota de azogue para dar mayor inercia al tajo. El teniente rompió la lanza al primer tope, como en los torneos de antaño, y se mantuvo repartiendo varazos con la contera, mientras los húngaros se encarnizaban en él a su sabor. Cayó del caballo. Le dispararon al pasar, desde arriba, y allí lo dejaron por muerto. Casi inconsciente, logró arrastrarse hasta un arroyo, en busca de agua.
Perdió el sentido.
Por la noche, sus compañeros vinieron cautelosamente a buscarlo. Juan Hernández, provisto de una linterna sorda, dió con el cuerpo tumbado de bruces y medio metido en el agua. Tenía tres heridas. La primera, un lanzazo entre ceja y ceja, que por suerte no dejó señal apreciable, aunque sí cierta debilidad en un ojo. Muchos años después, para presenciar unas maniobras en Francia, como le sobrevino una fluxion de sangre, se aplicó un parche de cualquier modo, y al regresar a París el ojo estaba ya perdido; aunque solamente se lo confesó a mi madre, y creo que hasta hoy poco se supo. La segunda herida fué un balazo en el cuello, que de casualidad no interesó nervios, huesos ni arterias. la tercera, un bayonetazo en la espinilla que astilló el hueso sin más que las consecuencias inmediatas, aunque él siempre dijo que había sido una de sus heridas más dolorosas.
Cuando la plaza se rindió, el herido entró en camilla, acompañando a los vencedocontra las fuerzas del general Pedro Martinez, sublevadas contra Juárez. Una escolta se adelantó a reconocer el terreno. Al trepar la loma, el teniente dijo: Mi capitán, oigo ruido de armas. No será ruido de miedo. le contestó el capitán, que seguramente ignoraba con quién tenía que habérselas.
En llegando a lo alto, se descubrió a la vista el campamento de los rebeldes. El capitán consideró que ya había visto bastante, y ordenó la media vuelta; pero el teniente, herido en lo vivo, a la fuerza casi le arrebató el permiso de guardar el punto, con un sargento de su confianza. Había concebido un plan digno de la Dolonía que figura en el canto de la Ilíada, donde, solos Odiseo y Diomedes, dan muerte al espía Dolón, al jefe Reso y a sus tracios, y regresan a las naves aqueas con un refuerzo de caballos robados al enemigo.
Valiéndose, pues, de la igualdad de los uniformes, el teniente y su sargento se metieron sencillamente entre los rebeldes; y, haciéndose portadores de un mensaje, preguntaron por el general Martínez. Se les dijo que sólo se encontraba en el campamento el segundo en jefe, el Cuartel Maestre, que lo era el coronel Jáuregui, a cuya presencia lo llevaron.
En voz baja, el teniente dijo al sargento. Nos conformaremos con éste.
Lo abordaron frente al zaguán de una hacienda, y sin perder tiempo en palabras, el teniente lo levantó en vilo desde su caballo, y rompió por entre la soldadesca a galope tendido. Se produjo al confusión, que todos se tiroteaban entre sí, no pudiendo imaginar lo que sucedía, ni admitiendo que dos hombres solos fueran capaces de esta audacia y creyendo cada uno descubrir un adversario en el que encontraba. Una bala mató al sargento; otra le rozó el cuello al teniente, sin lograr arrebatarle su presa. así, con su fardo a cuestas bien abrazado, jubiloso y chorreando sangre, volvió a incorporarse a sus tropas, que lo recibieron tocando dianas y apenas querían dar crédito a sus ojos. los pocos días, mi padre ascendía a capitán. Años después, cuando ya era Jefe de la Zona en San Luis Potosí, aquel mismo Jáuregui resultó su subordinado, y fueron amigos hasta el fin. En cuanto al general Martínez, al morir dejó a su hijo Nicolás en manos de mi padre, que siempre lo tuvo como propio y le dió carrera en el Colegio Militar.
El y Gustavo Salas fueron sus primeros ayudantes durante su comisión en París. Paso de largo sobre ciertas cosas sombrías. Nicolás murió en combate contra los revolucionarios en 1910. esta herida ni siquiera la computo, porque es uno de tantos percances que acaban por perder valor en la existencia del combatiente, y porque ni siquiera le impidió concurrir, al otro día, a la acción del Mal Paso, contra la gente de Martínez. Allí recibió un balazo en el pecho. Hagamos con las dos heridas una sola. Ni así pudieron con su increíble resistencia. Pasa otro día más, y todavía, en la reCuando el general Ramírez Terrón se levantó en Sinaloa, mi padre, Coronel de Caballería, recibió del General Carbó la orden de reducirlo. Contaba con su 69 Regimiento y algunos otros contingentes de poca monta.
Sus fuerzas apenas alcanzaban un tercio de las contrarias. Estas se habían fortificado en la Casa Municipal de Villa de Unión, y consistían, sobre todo, en infantería y cuatro cañones. La situación era desesperada.
El de julio de 1880, mi padre atacó, casi a machete puro, aquella fortaleza artillada y defendida por un cuerpo de infantería.
En los primeros instantes, perdió las dos tercias partes de sus hombres, y los demás comenzaban ya a dispersarse. Las fuerzas que debían protegerlo, informadas por los fugitivos, lo abandonaron, dándolo por perdido y muerto. Tal noticia llegó a mi madre, que se puso al instante en camino para recobrar sus restos.
Mi padre, entretanto, con sobrehumano esfuerzo, todavía atacó y fué rechazado dos veces. Llegaron a morirsele en las piernas hasta siete caballos. Se valió de mil estratagemas y aun arrastró un barril sólo cargado con piedras como el cofre del Campeador, pretendiendo dinamitar la torre de la capilla, de donde los adversarios le hacían fuego. Junto al fin, a sus escasos supervivientes y a sus oficiales, y entró con ellos hasta la plaza. Comenzó a dar órdenes ficticias a Felipe Neri, para fingir que aún contaba con fuerzas. Le entendió el intento el bravo Neri, cuadróse como para recibir instrucciones, y se alejó al galope, simulando que iba en busca de nuevas tropas apostadas por el contorno.
Entretanto, el Coronel Reyes adelantó el caballo, a pesar de los disparos que le hacían desde lo alto de la Casa Municipal, e intimo la rendición a los adversarios, volviéndose de tiempo en tiempo a los suyos para seguir dando órdenes quiméricas. Ya no le quedaba más gente que el pequeño grupo de su cortejo, pero nadie lo hubiera creído. Un hombre que se atrevía a tanto, pensaron, sin duda era dueño de la situación. Su presencia de ánimo realizó el milagro. Algún caballeroso adversario lamento no saber quién fué comenzó a gritar. Alto el fuego. No se asesina a un hombre que está ofreciendo parlamento! Entonces se produjo una lucha entre los mismos defensores de la Casa Municipal, que empezaron a pelear entre sí, unos por seguir combatiendo y otros por rendirse, y aun algunos arrojaban ya a la plaza sus fusiles.
Ramírez Terrón bajó en persona a parlamentar con mi padre. Este sólo se dio cuenres. llegamos al 14 de febrero de 1870.
Combatía en Zacatecas, al lado de los leales. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica