REPERTORIO AMERICANO CUADERNOS DE CULTURA HISPANICA Tomo XLIV San José, Costa Rica 1948 Viernes 20 de Setiembre No. Afio XXIX No. 1059 EVOCACIÓN PATERNA Charlas de la siesta Por Alfonso REYES (En Todo. México, y 10 de junio.
de 1948. Envío del autor. Solía mi padre a la siesta, tumbarse un rato a descansar sin dormir. Entonces, en orden disperso, me contaba lances de su juventud militar. veces, yo mismo lo provocaba.
El había contraído en sus campañas y lo fomentaban su actividad febril y las tremendas responsabilidades de su situación oficial y pública, no sé qué dolencia calificada de atonía digestiva, que se manifestaba en colicos y otros trastornos. El me aseguraba que, de mozo, comía como un tigre, peleando con los alimentos. Pero yo ya solamente lo vi sustentarse con té y naranjas, maicenas y otros insípidos engrudos. veces, ni siquiera podía Lon el plato de cereales. Nos lo ofrecía a sus hijos. Mis hermanos bajaban la cabeza, se hacían invisibles yo no sé cómo. yo me prestaba, por darle gusto, a engullirlo todo, cerrando los ojos y aceptando pacientemente mi destino. Su extraordinario vigor físico, sus constantes deportes de armas y caballos, sus herculeos ejercicios matinales, parecían realmente incompatibles con aquella alimentación ascética. aunque, cuando llegaba el caso, él se curaba con feroces prácticas pantagruélicas, enormes cantidades de agua de sal y cosas al tenor, yo había descubierto por mi cuenta que el hacerlo charlar y recordar sus pasadas campañas era un tratamiento infali2. DATATIS)
Doña Aurelia Ochoa de Reyes ble. poco, saltaba de la cama en paños menores y empezaba a pasear por la alcoba, desplegando ante mis ojos maravilldos verdaderos cuadros de guerra.
Yo bien hubiera querido y mi ternura se atrevió a sugerirselo verlo consagrado a escribir sus memories cuando regreso de Europa, en vez de verlo intervenir a destiempo en los últimos acontecimientos que lo condujeron a un fin trágico. Pero era difícil que prevaleciera el deseo de un muchacho sin experiencia para colmo, picado de la araña y que vivía siempre en las nubes) sobre el peso de tantos deberes y tantos intereses nacionales coaligados por la fatalidad. Mi brújula no se equivocaba, y tengo derecho a lamentarlo.
Los antiguos hablan mucho del Leteo, río infernal del olvido. Pero ¿y el torrente de la memoria? Quien se deja azotar por sus aguas paradisíacas parece bañarse en sí mismo y sale siempre recobrado. Esta ablución purificatoria debiera practicarse metódicamente como un ejercicio espiritual. Acaso la vida tenga por fin inmediato el crear un poso de recordaciones. La persona es una unidad algo movediza, y como el mismo metro patrón. necesita rectificarse periódicamente comparándose consigo misma. El cronómetro de la conciencia padece infinitesimales desvíos. No hay que dejar que se adicionen: un buen día suman ya una cantidad computable, y entonces es tarde para el remedio. veces, olvidar es dulce, pero siempre es aventurado: al que olvida se lo llevan los pájaros. veces, recordar es amargo, pero nunca inútil, salvo en los trances enfermizos de la idea fija. Los especialistas realizan hoy curaciones casi increíbles con sólo obligar a sus pacientes a sacar hasta la luz meridiana de la inteligencia algún amasijo de dolores que el miedo había relegado en los fondos cenagosos del ser. No busca otra cosa la terapéutica onírica, o averiguación de los símbolos biológicos que el sueño refunde a su manera: tratamiento tan antiguo casi como el hombre. Siempre se lo aplicó en los templos de Asclepios, y es muestra de la fragilidad humana el que se lo haya abandonado durante siglos, entregándolo a las burdas supersticiones. Odiseo, antes de Freud, arranca violentamente a sus compañeros de la morbosa flor de loto, vicioso deleite, para amarrarlos otra vez en la nave de su vida habitual. El hilo de Ariadna participa en algo de la cadena, es cierto; pero gracias a él escapamos del Laberinto. Yo lo que sé es que mi padre solía restablecerse cuando yo le administrabu la excitación del recuerdo. El mal del instanta desaparecía como desdeñable accidente en el nivel general, en la curva estadística de la persistencia. Ya se comprende que yo lo hacía por instinto, y di por casualidad con la solución del enigma. Pero hallar el sentido a la casualidad es el triunfo humano por excelencia. aun aquí, otra vez, es la memoria quien nos permite, al registrar estos resultados totales, la realización de triunfo semejante.
Hablando, hablando, mi padre volvía a ser quien era. Brotaba de él aquel magnetismo que todos sintieron en su presencia, y del que huían, con secreto aviso, sus malquerientes, como aquél que se prohibía las lecturas religiosas porque sospechaba que acabarían por convertirlo. así, las sencillas charlas de la siesta cumplían el doble prodigio de devolverme ileso a mi padre, y de poblar mi imaginación con perdurables estímulos. Todavía recurro a ellos, y cada vez me aficiono más a abrir el viejo arcón prestigioso, aromatizado de años. Allí, si vale decirlo, siento que me embriago de lucidez.
Por desgracia nunca llevé cuenta y razón escritas de estas conversaciones. Hoy temo equivocarme y mezclar especies. Comienzan a faltarme los testimonios más cercanos. Sólo me queda una serie de escenas mal zurcidas.
No siempre se hablaba de guerra. Los temas de las charlas eran variadísimos. Tratabamos de poesía y de historia, que eran las lecturas predilectas de mi padre. Algo he escrito ya sobre esto, y lo repito para completar su figura, que la opinión sólo ha conocido en otros aspectos muy distintos. La posteridad recogió los rasgos más ostensibles de Gral. Bernardo Reyes Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica