114 REPERTORIO AMERICANO por exceso de corazón. Poeta, poeta a caballo!
Cosas pueriles Mi padre charlaba, a la siesta. Aquella tarde, fué la infancia. Llovía suave e incesantemente. Días grises y velados, incomunicados por el telón de un rumor monótono y discreto! Poco a poco, la mente parece adoptar otro clima, la sensibilidad se aguza o embota no lo sabemos. un tenue sonambulismo ilumina nuevas avenidas del paisaje interior: la fotografía al infrarrojo deja ver otros relieves ocultos que el rayo solar no nos entrega. Mi padre empezó a recordar esas insignificancias pueriles que de repente se nos acercan, reclaman su sitio y quieren ser evocadas.
El niño había oído vender por la calle un dulce que se llama María Gorda. Debía de ser cosa suculenta. El nombre era prometedor. Pero una Maria Gorda valía nada menos que un peso. Juntar un peso, con sus pequeños ahorros domingueros, no era fácil para un chiquillo de entonces. El peso verdaderamente valía entonces su peso en plata. Aquel estupendo tejo mexicano que rodaba por todo el Mundo, hasta los mercados de la India y la China. En Saigón, lo encontró lo cantó Farrére. Aquel peso grande y sabrosamente estorboso, de honrado espesor, que abultaba en el chaleco y confería vastas virtudes!
Pero con paciencia se junta el peso. Oh desengaño! La golosina resultó abominable.
No hubiera podido disolverla toda la saliva del Mundo. Era una masa elástica que se amontonaba y se pegaba en la boca y no pasaba por el gaznate. El agrio y el azucarado parecían pelear sin ponerse nunca de acuerdo, si no era para hostigar paladar y lengua. el niño lloraba sin consuelo, hasta que la madre juzgó oportuno acercarse, sacudiendo como solía las grandes trenzas, a modo de fustas amenazadoras. Adiós, María Gorda. primera decepción de la infancia. Cuántos engaños se habrán cometido en vuestro nombre, oh Marías Gordas!
Dos sonetos: Condolencia y Semblanza (Envío del autor)
aquella existencia al servicio del país. En él se celebra el guerrero de la Mojonera, Santiago Ixcuintla, Tamiapa, Villa de Unión; se admira al organizador del ejército; se respeta al administrador honrado y al gobernante de profunda visión; se discute al político del último instante. Pero en esa su justicia explotiva y ruda, la fama desconoce implacablemente la intimidad estudiosa de aquel amigo de las letras humanas que, en sus contados ocios, no desdeñaba el escribir, aparte de las monografías y los discursos políticos tal su historia militar de México, tal su biografía de Díaz recién desenterrada páginas de mera literatura en prosa y en verso. Se informaba con inteligente curiosidad de los libros nuevos. Supo de las inquietudes poéticas de su tiempo, desde el Romanticismo al Modernismo, al punto que recitaba de coro El estudiante de Salamanca y El Diablo Mundo, y Rubén Darío más tarde cuyos ejemplares tengo anotados del puño y letra de mi padrelo llamó su amigo y, a su muerte, le consagró una página en La Nación de Buenos Aires, comparándolo con los capitanes romanos de Shakespeare. Siendo coronel de caballería, educaba a su regimiento con ciertas Conversaciones Militares de sentido moral, y no sólo con ejercicios tácticos (Academias de táctica de caballería. Su Ensayo sobre el reclutamiento, que data de su mando en San Luis Potosí, será base de su futura comisión en Europa y quedó arrumbado en los archivos de la Defensa, y acaso haya inspirado las últimas leyes militares. Para aliviar la vida de cuartel, una vez que hubo desempeñado cierta comisión en el norte de la República, resumió en un volumen toda la Historia Universal de César Cantú. La heroica antigüedad era su constante pasto espiritual, y el arte, una afición sólo interrumpida por los apremios del deber público.
Yo no he hurtado mi vocación. En mí, simplemente, había de desarrollarse una de las posibilidades del ser paterno. Después de todo, América, como solía decir Rubén Darío, es tierra de poetas y generales. algunos, que sólo quisiéramos ser poetas, acaso nos pasamos la vida tratando de traducir en impulso lírico lo que fué, por ejemplo, para nuestros padres. la emoción de una hermosa carga de caballería, a pecho descubierto y atacando sobre la metralla. Reyes, Carta a Cipriano Rivas Cherif, Madrid, mayo de 1921, recogida en Los Dos Caminos, 49 serie de Simpatías y Diferencias. Para mi padre, yo era como el paje del violín (isu violín de Ingres. y él reservaba para mí todo el tesoro de su vida literaria secreta. Abandono, casi niño, el Liceo de Varones de Guadalajara para ingresar a las filas liberales y pelear contra la invasión extranjera. Cuando yo le preguntaba como a qué hora había adquirido su cultura nada común. Sobre la cabeza de la silla. me contestaba. Entre dos galopes. Entre uno y otro combate!
Siempre lo senti poeta, poeta en la sensibilidad y en la acción; poeta en los versos que solía dedicarme, en las comedias que componíamos juntos durante las vacaciones por las sierras del norte; poeta en el despego con que siempre lo sacrificaba todo al ideal; poesu genial penetración del sentido de la vida y en su instantánea adivinación de los hombres; poeta en el perfil quijotesco; poeta lanzado a la guerra como otro Martí. En la muerte de mi padre: José Ignacio Rodríguez Caracas. Adiós, padre querido, no sea mi lamento obstáculo al disfrute de tu sueño sagrado, yo sé que es necesario ser fuerte y resignado pues Dios inexorable decreta este tormento.
Adiós, padre querido, la paz que Dios te ha dado te sea eterna y dulce. Perdón, padre, presiento que el valor me abandona; perdón que abora siento que el rostro con mi llanto lo tengo ya anegado.
Adiós, no para siempre, descansa solo ahora; quizá cuando aparezca la luz de nueva aurora mi alma irá a buscarte allá en la Inmensidad.
El cuadro disolvente se esfuma y deja lugar a otra imagen. Un día esto sucedió años después, el muchacho estuvo a punto de morir por una verdadera inocentada. Vivía en el Liceo de Varones, o más bien allí dormía, un joven pasante en medicina a quien los chicos sólo veían salir por la mañana y regresar al caer la tarde. Cometía el pecado de no hablar con ellos, de ignorarlos. El jovencito está demasiado absorto en su conquista del Mundo y no siempre tiene ojos para los niños. Era impopular, ni qué decirlo, entre la gente menuda. Rodeado de mimos paternales y de solicita atención por parte del maestro; festejado como un héroe cuando acierta a decir que Bucarest es capital de Rumania, que dos y dos son cuatro, o que una isla es una porción de tierra rodeada de agua por todas partes; equilibrado, siquiera provisionalmente (pues ya tendrá la vida para que se envenene. en una figura egocéntrica del universo. el niño fácilmente se considera un objeto privilegiado de la creación y no puede perdonar un desaire.
Se tomó, pues por voto unánime, la resolución de castigar a aquel señorito insolente, que entraba y salía con su libro bajo el brazo dándose aires de persona mayor, sin saludar a nadie, sin pellizcar los mofletes de éste ni alizarle al otro la cabeza. Se discurrió una burla magnífica, y mi padre se ofreció a ejecutarla.
En plena noche, se le presentó envuelto en un lienzo blanco y con un fúnebre capuchón, pretendiendo ser un fantasma. Llevaba en la mano el consabido cráneo y la palmatoria con la vela encendida. El pasante no entendía de cosas de ultratumba. Ignoraba la buena retórica que el folklore prescribe en tales casos. No previno el fantasma, no se consideró obligado a decirle: En nombre de Dios te pido que me digas si eres de este mundo o del otro. Sino que ipum, pum, pum. tiró de la pistolita que escondía debajo de la almohada y hacer fuego sobre el aparecido. Por suerte que tenía una puntería tan mala como su genio adusto. Hubo gritos y carreras, alarma general en el Liceo de Cuasi Varones. Hubo que pedir perdón en todos los tonos. Ah sí! Pero desde el día siguiente, como ya había una complicidad entre ellos, el pasante sonreía, saludaba, acariciaba, decía dos o tres cuchufletas a los chicos y, en suma, se había humanizado. entonces, padre amado, qué gozo será verte, saber que sea por siempre la dicha de tenerte, y a tu lado sentirme toda la Eternidad.
La lucha fué tu rito; la entereza el escudo sin par en tu camino y en todos los embates, tu nobleza orló rutas de fe por tu destino.
Se impuso por tu vida la belleza de la fe y la moral; y al desatino de la injuria y el mal y la aspereza supo brillar tu ejemplo, purpurino.
Fuiste grano de amor y de consuelo, diste tu ayuda al prójimo en tu celo y al que te hizo algún mal, diste perdón. quizá por ser tanta tu dulzura una noche de julio fresca y pura se desbojó tu amante corazón.
ta en Leonardo RODRIGUEZ MARTINEZ.
San José, Costa Rica, agosto de 1948. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica