REPERTORIO AMERICANO 135 ANTONIO URBANO EL GREMIO Teléfono 2157 Apartado. 470 Almacén de Abarrotes al Por Mayor San José, Costa Rica minando. Yo se de hombres que muertos de dos de Dios. Tenía también parientes y promanera repentina, vieron poco antes cosas ex jimos que blasfemaban, que se volvían contraordinarias: era que estaban habitados ya tra Dios a las primeras adversidades, en los de la muerte, era que andaban ya en otro mínimos momentos de dificultad. Tomás Dámundo, y apenas les quedó tiempo para con valos, un soldado federal que por mi tierra se tar sus visiones.
quedó al venir la Revolución, usaba una reta ¿Por qué permiten, dijo un día Che hila de maldiciones y blasfemias que en fuerza cú Cueto, que Hono ande a estas horas en el de oírlo, sin que un rayo lo partiera, acabó monte?
por atenuar mis temores. Un día, oyéndolo Checú era un hombre incapaz de miedo, renegar de su propia madre, le dije: incapaz de una mentira. corrimos todos a Tomasito, tú, cuando te enojas, hasta comprobar que Harro dormía tranquilamente de tu madre reniegas.
en su hamaca.
Teodoro Morales, mi tío carnal, a quien Pero yo lo vi, dijo el hombre.
tratábamos con el diminutivo de Dooyo, teA los cuatro días Checú Cueto murió. nía en su altar a un San Rafael. Siempre que Era que la muerte reinaba en él desde el día salíamos a campear, esto es, a recorrer parajes, en que apareció enfermo.
sesteaderos y reparos del ganado, o a lazar Nada de esto que oí día con día me pro ganado arisco o cimarrón, faenas que entradujo sino un pasajero escalofrío, un momen nan peligro, se acercaba al altar y decía en táneo terror. Lo que me espantó cuando niño voz alta, entre mentiras y veras: San Rafael, fué Dios. Al diablo hasta creí verlo, sentado protégeme, porque yo soy tu padre.
al pie del monte, o huyendo entre el monte, como nunca murió en las demandas, apartando las ramas con las manos, o arriando acabé por superar la presencia de la Divina ganado, imitando las tonadas vaqueras. los Providencia de mi casa, más que mi sombra, duentes, que ahora sé que eran liebres, desfigu fiel.
radas por las sombras y las supersticiones, los Pero ¿cómo y cuándo logré salir de aquehe perseguido a caballo junto al mar, entre lla cárcel? No lo sé. Lo cierto es que un día, yerbales, puestas casi en sus patas traseras, blan ya hombrecito, tras un rudo batallar, me sucas para mayor aumentar su estatura, para me pe actor de mi propia vida. Sin ser un pecajor acercarse a la conseja de que son hombreci dor, sino por el contrario un temeroso de Dios, tos con pantalones blancos. Pero nada de eso me costaba sudor y lágrimas todo lo que iba me espantó. Antes de los doce años, pude atra. alcanzando. altas horas de la noche, pervesar tranquilamente atrios, cementerios y pan dido en inmensas soledades, prieto el corateones. Lo que me espantó fué Dios. Pero no zón de sufrimiento, veía de pronto formarse me espantó el Dios que yo oía que vivía en el en el cielo una nube y crecer, crecer, comencielo, que imaginaba gigantesco, de grandes zar a correr un viento oloroso a tierra mojabarbas blancas y solemnes, topoderoso; no el da, oír un trueno gigante desgarrar las entraDios creador del cielo y de la tierra, ni siquie ñas de la noche y desatarse la lluvia inmiserira el Dios implacable del diluvio, sino un Dios corde. ahí era padecer frío, esquivar con resólo mencionado, sólo leído su nombre en zos y signos de la cruz las descargas eléctricas.
una imagen que mi madre tenía en el rancho: bien un asaltante o un revolucionario, souna Divina Providencia que reinaba en un al licitar la cabalgadura y dejarlo a uno un tar. Imagen tan milagrosa que en todo tenía niño apenas a pie veinte leguas de su casa.
potestad: curaba toda índole de enfermedades, Seguí vivo, es cierto; pero sin que alguien devolvía a los chiqueros los cerdos extravia ayudara en ello. el temor de Dios se me dos, a los corrales las reses robadas o desapa fué yendo. En los peligros, que yo supuse recidas. Era una estampa que tenía a Dios en los mayores, solía retornar su nombre, su imael centro y al lado distintas escenas y leyen gen. Me encomendaba a él, pero ponía todo das verdaderamente escalofriantes. Las escenas lo que estaba de mi parte para superarlos. En representaban la muerte de un justo, la muer la muerte nunca pensé, sino hasta ahora pote de un pecador, entre otras barbaridades. co. Morir no era, pues, un problema. Lo que a los lados, textos que advertían que Dios lo era un problema era la vida, que la sabía en ve todo, lo sabe todo, lo oye todo. Por qué, orden. Morir nunca me espanto; lo que me me he preguntado ahora que soy hombre, que espanto, cuando fuí dejando de creer, era el soy incrédulo, que no tengo la más mínima castigo que me estaba reservado. Veía la espreocupación religiosa, la Iglesia cultiva con cena de la muerte del pecador, de su llegada tanto esmero la conciencia del pecado? Lo al infierno en medio de llamas. Oh Dios, hace, me he dicho, para sobrevivir, porque cómo me atormentaste!
sin eso. podría señorear sobre las concien Nuestra fe, nuestra vida ordenada, no cias?
bastó para que llegáramos a lo más grande de Pobres son los diablos, porque no ven las miserias. Abandonamos el rancho. al irla cara de Dios, decía el viejo Vale, criado nos, dejamos en el altar a la imagen de la de mi casa. Pero era el caso que nosotros tam Divina Providencia poco lo veíamos, aunque si sus obras: sus De vez en cuando, camino de un rancho grandes puestas de sol, sus noches de plenilu más lejano donde trasladamos nuestros pocos nio, igualitas al día, salvo que la luna no ca intereses, me detenía en la antigua casa, llena lienta. Si Dios lo veía todo, lo sabía todo, si de murciélagos, de lechuzas, de reptiles, de lo oía todo. dónde podría uno ir que no lo espanto, en suma. Una vela de estearina que persiguiera? este Dios debo no haber pa siempre permanecía en el candelero ayudaba a decido placeres solitarios, no haber mentido, guiarse dentro de ella, a localizar algún trasto obedecer y respetar a mi madre, que era su o simplemente para echar una mirada a la magen por su rigor, por su sentido de la jus humilde casa que cobijó mi infancia. Un siricia, por implacable cuando había llegado la lencio que parecía hacer ondas, que parecía hora de castigar. Muy niño, tuve conocimien hablar, llenaba la casa abandonada. Un noto de la mujer, lo que nunca, en ninguna cir che, tras una larga y penosa jornada, me decunstancia, crei un pecado en fuerza de ver tuve en Rancho Nuevo, que así se llamaba.
engendrar a animales y gentes, que sin em Prendí la candela. El pavoroso silencio se ilubargo, seguían creyentes, piadosos y protegi minó, se agazapó en los rincones. Deshojé unas mazorcas, las desgrané en un morral y salí al potrero próximo en busca de una bestia remuda. Mientras estuve fuera, tal vez el aleteo de un mirciélago o una racha de viento, o uno de los reptiles que he dicho, tumbo la vela sobre la imagen de la Divina Providencia, de suerte que al volver la encontré a medio quemar. No sé de dónde diablos me vino un deseo de reír y reí con una risa vengativa: reí de ver la imagen que tanto me espantaba, convertida en una tabla ahumada.
Montado en mi caballo continué el camino y nunca vi a Dios más grande, más lleno de estrellas, más dulce de rumores, más cerca de mí que aquella noche.
Cantaban los pájaros nocturnos un canto que nada tenía de queja, sino de alabanza, temblaban las estrellas en el cielo y la luna, una mínima isla solitaria, flotaba entre nubes de plata. El mar, entonaba un canto placentero. yo caminaba, sin otra meta que el amanecer, para poder mirar la salida del sol que supuse más claro que nunca, más lleno de bendiciones.
Andrés HENESTROSA.
Mi querido don Joaquín: Entre los escritores mexicanos de la hora presente, Andrés Henestrosa tiene el secreto de la tierra y el valor humano indispensable para hacer de él una especie de milagro. Su libro Los hombres que dispersó la danza es uno de los tesoros de la literatura indígena. El relato que ahora le envío. posterior a esa obra le dirá a usted y a los lectores de Repertorio qué tremenda sinceridad hay en este joven centauro que escribe desde la ciudad como si estuviera en una montaña, y tan fuerte para decir lo suyo que los oídos hipocritones huyen despavoridos, incapaces de aguantar la descarga que les lanza un guerrillero de la palabra.
MARCO TULIO ZELEDON Abogado Atiende la representación de casas extranjeras, la inscripción de marcas de fábrica, y toda clase de asuntos de su profesión.
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