REPERTORIO AMERICANO 181 Respeto a la materia (En Todo. México, Julio 22 de 1948)
JOHN KEITH, SAN JOSE, COSTA RICA Agentes y Representantes de Casas Extranjeras Cajas Registradoras NATIONAL (The National Cash Register Co. Máquinas de Escribir ROYAL (Royal Typewriter Co. Inc. Muebles de acero y equipos de oficina (Globe Wernicke Co. Implementos de Goma (United States Rubber Export Co. Máquinas de Calcular MONROE Refrigeradoras Eléctricas NORGE Refrigeradoras de Canfín SERVEL Balanzas TOLEDO (Toledo Scale Co. Frasquería en general (Owens Illinois Glass Co. Conservas DEL MONTE (California Packing Corp. Equipos KARDEX (Remington Rand Inc. Pinturas y Barnices (The Sherwin Williams Co. Duplicador GESTETNER (Gestetner Ltd. Londres)
Sin caer en las caricaturas del estetismo a lo Ruskin, ni pretender que se escriba con pluma de oro y en vitela finísima, no me den a mí esos genios hechizos que creen conquistar y hasta demostrar la inspiración haciendo ostentación y gala del desaseo que rodea su trabajo y de la poca o ninguna estimación que conceden a las materialidades de la obra.
Yo entiendo muy bien el desconcierto que se apoderaba de mi inolvidable amigo Jesús Acevedo hombre de mi generación que, siendo arquitecto, dió un día en pasear por el territorio de la literatura al sentir, por comparación con los útiles de su profesión oficial, el escasísimo apoyo de instrumentos en que se sostiene la tarea del escritor: papel y pluma, tintero a lo sumo, y nada más. Se sentía como despojado y vacío, como el cirquero que anda en la cuerda y le quitan el balancin!
Por otra parte, tampoco niego esas horas de arrebato en que la efervescencia mental parece anular el tiempo y el espacio. Don Francisco de Icaza se contaba que, allá por los días en que don Marcelino Menéndez y Pelayo dirigia la Biblioteca Nacional de Madrid, lo sorprendió un día en plena labor. Es todo un retrato de época. Las cuartillas se habían ido al suelo. Los libros hacían amenazadoras torres de Piza encima de la mesa. El tintero se había volcado y la tinta chorreaba generosamente hasta el piso. Don Marcelino se había cortado un dedo con la pluma: las plumas de entonces eran verdaderos cuchillos.
Y, angustiado por dar término a algunos de aquellos majestuosos párrafos que, en carga cerrada, le salían del alma cabalgando en el número ciceroniano y armados en facundia latina por no interrumpir el hilo del discurso mojaba la tinta en su propia sangre y seguía escribiendo con esa apretada letrita que ha de perdurar de siglo en siglo. Esta escena tiene al menos la autenticidad de las emergencias. No es prevista ni premeditada para impresionar al espectador. no puedo decir lo mismo de Victor Hugo desde su isla inglesa, encerrado todas las mañanas en su mirador (las tardes eran de Julieta. y tirando al suelo las cuartillas conforme las iba escribiendo, sin paginarlas siquiera, para que luego la familia las recogiera piadosamente y las ordenara una a una, arrodillándose efectivamente a sus pies.
Sea como fuere, estas excepciones geniales no autorizan la negligencia, el olvido de la belleza en las cosas que nos rodean, y menos cuando se trata de las cosas que más amamos. creer que tal negligencia sea prenda de altas virtudes intelectuales paréceme ya francamente abominable. Un filósofo contemporáneo ha descubierto inconscientemente su equivoca condición moral, de que luego daría pruebas públicas y ostensibles, confesando, en un ensayo juvenil, que no podía soportar la belleza en los objetos de uso diario. me resultaba incalificable André Gide cuando declara que no puede leer los libros en ediciones pulcras, que éstas las guarda en sus anaqueles (acaso con la idea de venderlas luego, como hemos visto ya que lo hizo. y que prefiere leer a sus autores favoritos en libros de cordel, comprados en las estaciones y en los kioscos. Puerta estrecha, todo eso! Ganas de afear la vida por gusto, creyendo que así se merece el cielo! El encanto material lo hizo Dios, y el exigirlo e imponerlo es la mejor garantía de conservación para civilizaciones y culturas. El hábito hace al monje, como ya lo saben hasta los párvulos.
Alfonso REYES.
cias espirituales y físicas del matón, la admiración por los desdichados que descuellan en el juego trágico de eludir la autoridad. Se entera de otra gavilla cultora de un riesgo no menos desdeñable: hallar en las tiendas prendas y objetos aún no extraviados; no siente con bastante certeza el drama que la revelación implica; más tarde cuando el rigor de la autoridad policial da fin a aquella opulencia formada más allá de la ley, percibe la inverosímil pobreza, sentimental y espiritual, del triste mundillo. Comprende su soledad y desamparo, agravados por la desaparición de la madre, del gran amor ennoblecido de la madre. No tiene más que una experiencia y la vislumbre de una evasión a una vida de dignidad: apenas un corazón angustiado.
Esta vez, Llewellyn abandonó la limpieza del lenguaje, la pureza de las palabras ingenuas, triunfalmente combinadas en la explicación de los más delicados o más íntimos actos humanos, desdeñó la tersa sucesión de vocablos comunes que enhetró en la primera novela. El autor se introduce en el personaje, y el monólogo silencioso o verbal de éste, es el del autor, y a la inversa; los personajes declaran sus sentimientos o manera de ser con los retruécanos, distorsiones, imágenes, abreviaturas y contracciones, omisiones y adiciones fonéticas del especializado idioma de la delincuencia o de la plebe más vulgar. ratos, el hilo verbal se adelgaza hasta quebrarse, en la penumbra de la jerga peculiar: continuada, ilimitadamente, apela a los más inesperados e inconcebibles desvíos verbales.
Forma y contenido, como debía ser, se corresponden con precisión. Me parece que la novela de Llewellyn logra una indudable finalidad: promover un sentimiento de rechazo y conmover con la familiaridad de aquel ambiente detestable, que sin embargo aparece con humanidad y ternura, como nuestro mundo normal; la simultaneidad del sentimiento de rechazo y de encanto es permanente.
De la frecuentación de los arrabales de la sociedad y del idioma emergen dos probleuno ético y otro literario. Cualquier lenguaje, cualquier palabra, implica o presupone una concepción moral, de idéntica manera que una filosofía comprende una ética y una estética. La literatura y la palabra expresan lo más intimo del hombre con hondura y extensión inalcanzables de ninguna otra manera. Las palabras gobiernan y desgobierUna novela de Llewellyn; arrabales idiomaticos Por Antonio GALLO La primera novela de Richard Llewellyn, Cuán verde era mi valle, tenía una trama simple, las vicisitudes de varios personajes, vulgares y excepcionales, con movidos por el amor y el trabajo, por los cambios de la vida social en Gales y denunciaba un realismo imaginativo unido con una fluencia poética, muy original en la novela inglesa, en la cual es tan difícil la innovación. Llewellyn se valió de los elementos más nobles de la vida cotidiana, nacional y religiosa de aquel pueblo. Bruscamente, en una segunda novela, None but the Lonely Hearth. Un simple corazón desolado. se desplaza a un barrio pobre de Londres. Ernest Verdun Mott se cree artista porque es hijo de un hombre que lo fué; no es (En el Rep. Amer.
Envío del autor, en Buenos Aires. más que un muchacho egoísta y desamparado, anheloso de una manera de vida comoda, satisfactoria; no sabe buscarla fuera del miserable mundo circundante ni reconoce las alegrías humildes de su vida cotidiana: la tienda de muebles de segunda mano, de la madre; el parque de diversiones en que la hermosa Ada da el cambio para una de esas máGuinas con ranura para la moneda y con mecánicas sorpresas previsibles; la feria de entretenimientos adonde acuden los demás jóvenes, ambiente en el cual menudean las rivalidades vulgares. La inocencia de estos seres enmascara la delincuencia de una banda. Gradualmente, Ernest se sumerge, casi se ahoga en penurias y horrores, practica las violenmas. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica