REPERTORIO AMERICANO 137 Canto a Iberoamérica UNIDOS POR LA RAZA AMÉRICA POEMA EN UN PRELUDIO, CUATRO MOVIMIENTOS UN FINAL Por Eduardo JENKINS (En el Rep. Amer. Envío del autor, en Gainesville, Fla. 19 RE PRELUDIO Para decir un canto, sólo una voz enhiesta.
Sólo una voz violenta y pura de cascada.
Un grito que se encienda con el roce y rebote de siglo a siglo vivo; que a filas llame al aire, a la luz cotidiana, al pájaro del viento y al pájaro en el viento, al limo y la semilla nueva de la esperanza, al cauce y al torrente, al mugido y la hierba, al labriego y la aurora, a la silueta errante y el nido del espejo, al fino campanario y el musgo de plegarias que lo asciende, a la desprevenida ola y el tornado, al sueño y la amargura, al hombre, al claro hombre.
Sólo una voz que ordene el corazón del hombre: el mar, la tierra, el cielo, la palabra en su sitio.
Yo siento en mi garganta la cascada de un río de corolas que se yergue; de una guitarra donde el viento suena, con cuerdas de palmera y sal sonora, con caja de caoba y esmeralda, ductil al tacto como un muslo virgen.
Yo tengo solamente la corola de una guitarra donde el viento suena, donde cabe esta voz súbita y pura que viene desde el polvo y el olvido, desde las grutas donde el eco vive, por las grietas del tiempo y la distancia.
Yo no sé exactamente qué distancia existe entre el hallazgo y la conquista.
Yo sólo sé que nacen casi juntos y se parecen tanto que a veces los confunde una mirada, como a las gotas de agua y de rocío, pero tienen un cauce diferente, una rosa en el viento diferente.
Cuatro siglos y medio desde entonces, desde que tus arenas, tus algas, tus espumas, tus delgadas palmeras divisaran tres velas en tu brisa, tres quillas en tu mar, y el audaz peregrino ordenara a los genios, señor de los prodigios, encender nuevos astros en tu pecho.
Quizás no florecíamos, nosotros los de hoy, ni en el delgado tallo del presagio, aún desintegrados y esparcidos: lirio en el valle, nieve en la montaña, agalla en ágil pez, violeta y polvo, lágrima absorta o mineral dormido.
Pero nos duele ahora en el sitio más hondo y caudaloso, en esta isla gris de la amargura, que nuestro abuelo blanco, pastor de las victorias, ilustre en las batallas y el dominio, no izara su pupila, iris de la dulzura, sobre el muro del tiempo y de las sombras, y en su casa admitiera, en la red de sus sueños, a nuestro abuelo indio, el de la piel de cobre, para golpearlo, sí, con la palabra sabia, mas nunca con el látigo o el aro, como lo hiciera siempre, por ejemplo, un Fray Bartolomé, clarividente, el de la casa abierta y luminosa.
MOVIMIENTOS Un día que la estrella apenas si recuerda, que entre los calendarios el tiempo despedaza, el indio recorrió tus formas iniciales, e inauguró tu sangre sobre el campo, con águilas y ciervos, con plumas en la frente clavadas sobre el llanto, en las saetas que a la nube hieren y el grano de maíz con su ancla en la tierra y la caricia; en la primera luz que se detiene ante el abierto pecho de una virgen, abierto hacia tu voz como una puerta, hacia el hondo torrente inexplorado. es que el indio ignoraba, agreste todavía, todavía en la infancia, que habitas solamente en una entraña viva y temblorosa, o que huye tu voz cuando la muerte su silencioso resplandor derrama.
Ah, en los primeros años, el anhelo no crece más alto que el instinto, y busca este indecible fruto del hallazgo como la bestia pura sobre el pasto, el ijar floreciente y las aguas salvajes, viviendo antes del cauce de ciudades y rumbos, en la edad de los bosques y las fieras, antes de que los parques florecieran.
Un día amanecieron, tus hijos los de antañocuya sangre hoy canta en nuestras venas, con una adolescencia súbita en el alma, y escucharon tu voz, como las marejadas, golpeando la playa de sus pechos. para inaugurar el libre gesto, el torso erguido y ancho que rodear no puede ni la suave cadena, menos aún el hierro o la miseria, fué necesario enarbolar la espada, y la insignia del grito donairoso, los cascos del caballo, la sed y la vigilia; y dominar las nieves, los soles, los barrancos, el llanto que en los ojos la amargura descarga.
Porque un adolescente es alguien ubicado donde nacen las rutas, donde apenas se diga. Partir es necesario. porque la espera entonces es sólo resignarse a que la ancianidad calcine los ensueños. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica