REPERTORIO AMERICANO 195 Mi primer contacto con la injusticia (En El Gráfico. La Habana, octubre 21 de 1916)
Dr. García Carrillo Corazón y Vasos CITAS EN EL TEL. 4328.
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conseguir una suscrición al Repertorio Americano Fué mi padre gran viajero. Parte por afición, parte por motivos de salud, peregrino mucho por América y Europa, hasta que los años lo obligaron a mayor reposo.
Por esta razón, los primeros de mi vida fueron, no dirigidos, sino suavemente empujados por mi buena madre, quien, ya por ser yo el más pequeño, y bastante más pequeño, de mis hermanos, ya por mi semiorfandad, me crió como a un verdadero Benjamín. Todo su empeño era quitarme las espinas de un camino tan enzarzado como el de la vida y evitarme los esquinazos, donde todas las calles son esquina.
El resultado tuvo que ser un muchachuelo tímido y receloso, en un pueblo de arrapiezos fornidos, capaces de darle un susto al miedo. Algo fantaseador también era, pero en ello no tuvo parte ni culpa mi madre, mujer muy casera y muy de su tiempo y de su pueblo. consecuencia de todo esto, cambié mucho de escuela y después de colegio. Bastaba que no me encontrara del todo a mis anchas, para que yo mismo, con bien pobre excusa, o sin ninguna, me diera de baja.
Al fin, por razón de proximidad, capital para lo asustadizo de mi madre, fui a dar a una de las dos escuelas superiores que aabía por entonces en la ciudad. Era escuela municipal, es decir, para alumnos gratuitos, pero los admitía pensionados. Como mi familia era acomodada, tuve la mala suerte de ser de estos últimos.
Digo mala suerte, porque de allí se derivó mi primer tropezón con la injusticia, de que conservo memoria.
Era el director más bien de pequeña estatura, pero recio, en juto, hombre que rara vez sonreía, y cuya mirada severa, a través de los cristales cuadrados de sus espejuelos de oro, me parecía que trataba de insinuarse por las entretelas de mi pobre cabecilla, dispuesta a dejarse penetrar. Tenía don un concepto, que llamaré singular, de lo vidrioso de sus funciones, a causa de esa mezcla de discípulos que pagaban y que no pagaban; y, por no parecer parcial a favor de los primeros, solía pasarse de imparcial, es decir, solía saltar a pies juntillas la raya de ecuanimidad y caía de cabeza en plena parcialidad. mí me tocó experimentarlo.
Entre mis condiscípulos, uno de los más aventajados, de buena familia, pero pobre y que como tal, estaba en el colegio, gozaba de gran predicamento con el director; y, a lo que recuerdo, lo merecía. Era bastante mayor que yo y debía mirarme con desdén, por mi carácter un tanto añoñado. Cierto día, sea por bromear por amedrentarme, hubo de decirme: Tengo un cartucho de picapica y voy a soplártelo por entre el cuello de la camisa.
Me llené de terror y de escozor. Todo atortolado y sudoroso, me fui para casa y discurrí escribir una carta, lo más patética que me fuera posible, a nuestro don que me pareció entonces, a pesar de su corto talle, un Briarco centimano. Detrás de su sombra imponente y protectora me ponía yo, para que con un solo gesto me librase de la lluvia maléfica que ya me torturaba.
Temblando me dirigí de nuevo a la escuela, llena a esa hora de chicos y de bullicio, me deslicé como pude hasta la mesa directoral, y esquivando encontrarme con los ojos de mi verdugo, presenté humildemente al Director mi cartapacio, rogándole que lo leyese a solas y se dignase contestarme.
Del todo inesperado y para mí insólito fué el caso que se me presentó. Don leía y se sonreía, se sonreía socarronamente; a poco me hizo un gesto para que me detuviese donde estaba, y empezó a leer en voz alta iqué horror! iqué profanación. recalcando mis pueriles y torpes frases; y así que hubo terminado su lectura y mi suplicio, me miró por encima de sus cristales cuadrados y me dijo campanudamente. Si te pica, te rascas.
No sentí picazón, pero sí sobre mi cabeza el golpe de una gran losa, que todavía, de cuando en cuando, me pesa.
Las piedras del Cerro de la Muerte Enrique José VARONA Vedado, 12 de setiembre, 1916. Leyenda indígena. En el Rep. Amer. Siete veces tuve la gran impresión de cruzar a pie, el Cerro de la Muerte. Aquella soledad! Aquel frío y aquella enorme extensión dominada por nuestra mirada, son de tal fuerza que nunca pueden olvidarse!
Pero. cada vez nos llamó la atención un enorme montón de piedras entre las cuales había una mayor.
Esto fué un gran volcán, pensamos y esas son muestras de una erupción fantástica!
Los compañeros siempre nos recomendaron no gritar; no disparar un tiro, pues. el Genio del Cerro desataría todas las furias y vendrían el temporal, la oscuridad, el huracán, el frío intenso y. ila muerte!
Habla la historia, me contaba el compañero, de una gran expedición de españoles, que saliendo de Cartago, se dirigió a explorar la zona sur.
El guía, viejo indio reducido a servidumbre, era leal a sus amos.
Al principiar el ascenso explicó al jefe, altanero capitán español, sin más ley que su voluntad o su capricho, la leyenda del Cerro y le suplicó que ordenara a sus fuerzas no hacer ruido, no gritar. no desafiar, en fin, a esas fuerzas silenciosas y ocultas, imponderables, como decía Bismarck, pues el Genio enfurecido, no los dejaría con vida.
El capitán, orgulloso y altanero, le ordenó callar y le dijo: España no acepta amenazas o imposiciones de nadie. ni de nada.
Al llegar a la cumbre el dicho capitán ordenó a sus soldados formar y prepararse y después de un grito de desafío, ordenó hacer descargas de mosquetes y todo el ruido que pudieran o desearan. La orden fué cumplida.
La leyenda agrega que el Genio lanzó contra los insolentes todas sus furias y después de la oscuridad, del frío, del terror brilló esplendoroso el sol iluminando el montón de piedras que fué lo único que había quedado del. insolente y altanero capitán y de sus ignorantes y obedientes soldados.
Juan José CARAZO.
Costa Rica. Octubre de 1948.
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