REPERTORIO AMERICANO 101 tiende. Ponga Recuerdos del alma, asi se llama: Voy a morir porque lo dude el cielo, ya me retiro por toda la eternida, pues tú te quedas gozando en este mundo, roga por mí, siquiera por pieda.
Voy a enseñarte onde está el sepulcro, alla en la tumba onde voy a descansar.
Si gusta, puede copiar también una de desprecio, en ésta hay que buscarle bastante sentimiento al canto; se llama No importa: Despiertate palomita, palomita encantadora que te viene a dispertar un joven que ti adora. Por qué mi has dispertado?
Me mandáis quitar la vida. En tu camita amorosa volvete a quedar dormida.
Volvete pal rincón, dale un besito a tu almuhada que mi corazón lo sabe que pa mi lu has dao.
No quiero que te levantes ni que abandones tu cama, solo vengo a decirte: adiós negrita de mi alma.
Hora lo que se llama una despedida, pa cuando uno se va desterrao, o por buscar trabajo, largo, o que lo anden persiguiendo por algo. Puede ponerle El forastero: Yo soy un forastero que vengo de ajeno pais con una voz tan venturosa y triste; yo pasaria la vida en este mundo desengañado de cuanto me dijiste.
Pues, bella Elisa, por qué mi has olvidado?
Tené de mi compasión.
pues no lo dudes, que tuyo soy hasta entregarte mi amable corazón.
No importa mujer, no importa que desprecies mis finos amores que ya sabes que llevo ilusiones con una joven más bella que tú.
No quiero que mi ames, ni amarte, ni que sufras por mi adoración.
Yo te juro por siempre olvidarte y nu hacer de tu amor ni mención, Cuando ya seguía mi camino, hubo momentos en los cuales no habría sabido decir si lo que llevaba en mi mano era realmente un manojo de canciones simples que a mi se me antojaban ser, en la vida de aquel amigo músico, liquenes coloreados por el sol sobre algún tronco o sobre alguna roca áspera, o si no sería más bien un haz pequeñito de flores humildés recogidas a la orilla de algún camino apartado en donde brotaran para regalo de abejas de los campos y de soñadores vagabundos.
Rubén coto San José, Costa Rica Bulmaro la Brea Todo agitado y sudoroso el jinete, hizo parar. Miren. exclamaron a un tiempo todos.
el caballo frente al zaguán. Descendiendo Croque pualla viene, vamos a darles len ende un salto, con la palma de la diestra cuentro extendida golpeó fuerte la puerta. Al es poco, en cuatro palos, cubierto con un truendo, los perros ladraron furiosos y una sarape, rígido y chorreando sangre, penetró voz firme de hombre dijo dentro: el cadáver en el zaguán llevado por cuatro. Quién!
Nuevos llamados enérgicos urgieron.
robustos campesinos. Tras la comitiva de a pie, escoltado por veinte montados, cami ¡Voy. fue la respuesta, y en el pasadizo naba silencioso Roberto. En su rostro traia escuchóse una carrera violenta. Los canes una mueca de dolorosa cólera.
gruñeron alarmados, yendo de un lado hacia otro. La puerta se abrió.
Bajando del caballo, anduvo hacia dentro. Eres tú, Melitón. Qué pasa!
Apenas traspuesto el umbral, cuando la maEl gañán, tartamudeando busca la palabra dre prevenida salió dando gritos, arrojándose primera.
al cuerpo yerto que descendian. su vez. Qué pasa. Qué! impaciente le interroel hijo fue rápido, y ambos quedaron asidos al cadáver garon por segunda vez. Sí, madre; lo mataron estos. En la. Na a, el lamo.
cabeza, jijos lagran Pero te juro ven ¡Qué!
Al lamo, en Corral de Piedra.
garlo, como que hay Dios en el cielo! Ya. Con un. di!
estamos cansados Sospechoso, mi padre!
Han herido a don Gulmaro. Qué mal les hacia este pobre ranchero. Mataron a papá!
Trabajar para darles comida a los que no No, está lastimado junto a casa don hacen nada. Sospechoso. Mal ajo! Todos Roque, delantito el encinal grande. Los rolos que cuelgan son para ellos espías. Indales fames. y descubriendo el cuerpo con moviDe manos del mozo, Roberto arrebató las miento brusco, agregó dirigiéndose al cortejo riendas del caballo y de un brinco estuvo que había crecido: arriba. Sobre el tembloroso penco y mienMirenlo, ahi lo tienen. Como él, también tras se calaba el barboquejo, completamente los vuestros han muerto, por sospechosos.
exaltado hizo una recomendación al indio: Mañana lo enterrará mi madre como pueda.
Está pendiente. No chistes a mamá. Verdad? Yo no sé lo que piensan ustedes impulsado como por fuerza explosiva de todo, pero yo me largo a vengarlos partió el jinete en un cerrar y abrir de ojos.
aunque me juegue la vida. Si ustedes.
Pronto, caballo y hombre encumbraron la Si, si. respondieron unánimes noscuesta del cerro. Rato después, torcieron en otros también nos vamos.
el primer recodo del camino, dejando tras con las caras contraidas y los ojos acesi un reguero de polvo.
rados por extraño odio, cada uno fue recordando amargamente entre si al padre, al hermano o parientes muertos, porque aquella. Qué herido! Lo mataron al probe los región montañosa era el paso ineludible de indinos objetaba un hombre de entre un las bandas rebeldes y escoltas federales.
grupo estacionado frente a la casa de don Calma, calma recomendó Roberto la Bulmaro la Brea.
Brea. Quier tenga que cuidar viejos y ni Quesque ya viene en camino el difunto nos, no va. Que se quede. Los demás, en dijo otro.
sillen sus caballos y dentro de media hora, aquí.
Primero veinte, después cincuenta, cien, quinientos soldados enviaron a perseguirlos.
Todo inútil. Los golpes audaces de la partida eran certeros y diezmaron a las tropas, sin lograr estas siquiera verles el polvo.
Inventáronse planes, urdiéronse trampas con el objeto de cazar a la fiera. En vano. El rebelde anochecia en un lugar y amanecia a veinte leguas de distancia. Conocia, igual que sus hombres, el terreno como las palmas de sus manos, burlando así las persecuciones Las escoltas al principio acometieron con ganas, pero no les duraron mucho. Tal era el pavor. pretextando disculpas, limitáronse en poco tiempo a guarnecer los pueblos, lo cual no quitó que de cuando en cuando les hicieran matanzas.
Pero un día, alguien chismeó al destacamento. Los alzados visitaban sigilosamente por las noches a sus familiares, enterándose por ellos de los movimientos de las tropas.
El jefe de la guarnición no se dio por aludido de los rumores. Limitose a echar con desdén una bravata, mas vigilo desde entonces estrechamente los hogares y especialmente el de La Brea.
No se hizo esperar éste. Vino a dar un abrazo a su querida vieja y de entre las manos se escapó, dejando hecho un veneno al oficial.
Con eso hubo. otro día, los familiares de los alzados fueron presos. cundió la alarma de que las mujeres iban a ser deportadas y los hombres fusilados, llegando la noticia a las madrigueras rebeldes.
Así lo cumplieron.
Caminaba la cuerda penosa de mujeres y varones por quebrada senda, cuando una descarga sono a distancia. Eran ellos! En el mismo sitio de donde partieron los disparos, trepado en alta peña, un hombre solitario y firme agitaba una bandera blanca hecha con una garra en señal de paz. Otra idéntica se izó del lado federal, deteniendo las tropas la marcha, y a poco, una pareja de montados de cada fuerza avanzaron respectivamente a su encuentro.
Breve conferencia: a cambio de la libertad de las mujeres y hombres pacificos, se entregarian La Brea y los suyos. tornaron al pueblo. Pero muy de mañana, fueron los rendidos quienes esta vez partieron amarrados codo contra codo, al mismo destino a que iban consignados los otros.
Al frente de los presos, Roberto La Brea, igual que potranca cerrera, marchaba braceando, el sombrero a media cabeza, erguido el busto, casi hasta alegre como todos los compañeros que seguían detrás.
Al pasar, la gente murmuraba. Chulo hombre, no debian matarlo!
Ilusos. Forjadores de héroes populares.
Solamente los corridos y la guitarra recordarán llorando a esos humildes. Tantos quedaron asi en la revolución. para qué? una legua distante del pueblo que estaba a una vista, comenzó la tragedia. La Brea el primero, terminando con el indio Melitón. De trecho en trecho en cada árbol del camino, colgaron a los cien hombres Carbonizado el cuerpo, la lengua de fuera, saltados los ojos y despidiendo olor infecto.
El mismo La Brea se echó la reata al cuello y dijo. Hora!
Las esposas, hijas y madres, formando grupos aqui y allá, espantaban los zopilotes hambrientos sin atreverse a tocar sus cadáveres para sepultarlos. rezaron. Su protesta única nació sencilla y cristiana: Que Dios los perdone. Alfonso Fabila México, 1928 Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica