Carmen LyraJoaquín García MongeViolence

248 REPERTORIO AMERICANO Recordando a CARMEN LYRA (En Rep. Amer. Por mi viejo amigo César Godoy Urrutia me entero del fallecimiento de Carmen Lyra, la más original y simpática figura femenina del magisterio y de las letras centroamericanos.
Con ella se va un jirón de historia cívica para Costa Rica, a la que, para honor mío, e!
destino quiso vincularme en mi función de peregrino intelectual como representante de la revista interamericana Cuasimodo que fundáramos en Panamá con ese otro gran ingenio malogrado, el escritor portorriqueño Nemesio Ca.
nales.
Con el vaho de melancolía con que en la vejez se reviven recuerdos bizarros de la juventud, evoco el cuadro y los personajes del episodio popular que tuvo por escenario a San José de Costa Rica y en el que me tocó actuar inopinadamente. Rememorar los hechos en que la exaltación cívica de un pueblo manso de corazón pero sin vocación de esclavo, lo echi un día a la calle a clamar contra los despóticos usurpadores del poder que lo humillaban, tal vez sea éste el mejor modo de ayudar a levantar un monumento de gratitud y simpatía en el alma de sus conterráneos, a aquellos que.
velando por la honra de la patria, a pecho descubierto se enfrentaron desde la plaza pública con la bicéfala dictadura de los hermanos TiCarmen Lira noco.
Cúpole al magisterio, a los escolares y a la juventud la iniciativa de aquella santa rebelión. a Carmen Lyra el de haber sido la musa roja del movimiento. He aquí una evocación relámpago de los sucesos.
la policía apaleaba a Carmen Lyra por haber intentado defender de idéntico atropello a un grupo de niñas en el parque que lleva el nombre de Morazán, el libertador centroamericano. Me trasladé con premura al lugar del hecho y viendo que la policía continuaba actuando con violencia sin conseguir dispersar al público, invité a nuestra heroína a que tomásemos un coche y la trasladé al único lugar en que podría hallarse segura: el consulado de los Estados Unidos. Así lo hicimos; pero al llegar a éste una multitud entusiasta se encon traba ya delante de la agencia consular. Cambiadas las primeras palabras con el consul, fuimos interrumpidos por el tiroteo entre la policía y algunos jóvenes que nos habían acompañado. Una avalancha de mujeres trepó corriendo las escaleras del edificio en cuyo primer piso funcionaba el consulado. La presen cia del cónsul en el balcón desde donde apos.
trofaba a la policía por haber disparado sus armas sobre el edificio, refreno momentánea mente su actitud. Pero no tardó en circular la noticia de que Carmen Lyra había sido sentenciada a muerte tan pronto se le lograra echar el guante.
Por mi parte no quise abandonar el consulado sino cuando el jefe de policía acompañado por el cónsul argentino me dió su palabra de no proceder contra mi libertad.
Carmen Lyra con su modestísima humanidad, pequeñita y en juta de carnes, con su rostro iluminado de virgencita azteca, pasó a ser desde ese momento el simbólico personaje de la libertad de su patria. Parecía mentira que un cuerpo tan menudo y frágil pudiera albergar un alma de mujer tan dulce como grande y heroica. La adorable maestra que había hecho del amor y la belleza su evangelio pedagógico para la niñez; la poetisa de la humilde gente que volcara en los Relatos del tío Silvestre una sutil filosofía henchida de humanidad y optimismo, estaba predestinada a ser también la encarnación del coraje cívico y del insobornable espíritu republicano del pueblo de Costa Rica.
Trunco aquí el desenlace de los acontecimientos, porque el objeto de estas líneas no es historiarlos hasta el final sino asociarlos a la excelsa costarricense que acaba de sumergirse en el seno de la eternidad.
to listas sobre el drama político de su patria. empezó a enjuiciar a la dictadura, apelando párrafo a párrafo al testimonio del auditorio con esta pregunta. Digan ustedes si lo que afirmo es verdad o es mentira. Es verdad. remachaba al unísono la asamblea. todo esun representante del Ministro de Instrucción Pública presenciaba cohibido el espectáculo.
Propuse entonces un plan de organización del magisterio, destinado a hacer de la escuela común instrumento redentor de la ignorancia de los pueblos tal cual lo previó Sarmiento, con lo cual creí poner punto final al acto. Pero no fué así. Al salir del local donde había un piquete policial vigilando, el magisterio formó silenciosamente una columna que al ponerse en marcha me llevó consigo.
Al llegar frente al Teatro Nacional, joya de la arquitectura, la policía montada se disponía visiblemente a intervenir. En tales circunstancias alguien colocó una silla y una mesa para que yo hablara. Lo hice por instinto de conservación, encareciéndoles a mis colegas amigos que se retirasen a sus casas si querían evitarme un hecho doloroso porque yo venía de un país donde las mujeres y los niños eran sagrados.
Este fué el prólogo del movimiento popular. La policía sable en mano desalojó los colegios y las escuelas y cometió otros desmanes.
Al día siguiente se produjo el incendio del diario oficialista. Sanción del pueblo. El espectáculo tuvo su doble atractivo: a la columna de fuego que empenacho de densa humareda las calles de la diáfana ciudad, se sumó el de la intervención de grupos de muchachitas de las escuelas que se dedicaron a tajear las mangueras de los bomberos ante el aplauso de la muchedumbre al ver que éstas eran inutilizadas dejando que las llamas hicieran su obra purificadora.
Se propagaron desde ese momento los tumultos entre núcleos de ciudadanos calificados que se enfrentaban resueltamente con la policía montada cruzándose breves tiroteos entre sí.
Encontrábame de regreso en el hotel cuando algunos maestros llegaron para decirme que Después de haber dado mi primera (y última) conferencia sobre la Cultura argentina, epilogada con las anécdotas de Sarmiento, en el salón del Colegio Nacional de la arcádica ciudad de San José con la aquiescencia del ministro de instrucción pública (hombre de ciencia sin perfil político. fui invitado por los maestros primarios para que les hablara sobre el magisterio argentino. El acto se llevó a efecto en el Edificio Metálico donde funcionaba una escuela modelo. Creo que no faltó un docente de la enseñanza primaria.
Por mucha que fuese la prudencia con que traté de exponer mis ideas, objetivando en lo posible el desarrolo del gremialismo docente en la Argentina, no pude dejar de destacar el espíritu Sarmientinamente democrático que lo animó en la lucha.
La concurrencia, en su mayor parte femenina, que colmaba el salón, no tardó en ir mechando con preguntas intencionadas la plática del conferencista al punto de convertirla en un diálogo apasionante que insidía en la llaga patriótica del auditorio. Quise definir mi posición ante la asamblea. Todos los pueblos indoamericanos. les dije tenemos en el vecino un espejo donde mirarnos para vernos en nuestras deformidades y en nuestras perfecciones.
No soy un político ni un nacionalista que ande en aventuras, sino un educador y un escritor en jira de estudioso de la geografía humana de esta patria grande que es América. Es to no me permite cerrar los ojos ante las desgracias nacionales como la que os aflige a vosotros y que tal vez está en vosotros reparar.
Pero no había neutralidad posible ante aquella asamblea enfebrecida de un ardor civico largo tiempo contenido.
Culminó el acto con la actitud de una joven y distinguida educadora (sobrina del Obispo) quien con una soltura singular dijo que ella iba a completar el panorama aboceteado por el orador, con algunas pinceladas reaEliminado de la escena tras un breve carcelazo, después de haber presenciado el ametrallamiento del pueblo que más adelante sería vengado por la justicia inmanente con el trágico fin del principal actor, fui obligado a abandonar el país en un tren especial. Me dirigí a Nicaragua donde publiqué un artículo sobre la semana roja en San José que benefició en armas y soldados a la causa de los revolucionarios. Luego pasé a la república de El Salvador continuando mi jira de conferencista, donde me llegó la invitación del presidente electo don Julio Acosta para retornar a Costa Rica en calidad de huésped nacional Fué entonces cuando conocí a fondo a los eficientes obreros de la cultura costarricense, uno de los cuales, el maestro de los maestros don Joaquín García Monge, bien conocido y bien amado en todo el continente, desempeñaba la cartera de Instrucción Pública.
De las formas en que fuí honrado por el Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica