192 REPERTORIO AMERICANO su el mismo lunar sobre el hombro izquierdo. Decia lo que no se debe decir. Lo mismo silPero cuando el capitán decía «Dios» y se cedía con su sonrisa, con sus dudas, con imaginaba cierto ser de una santidad austera, hablar y su callar. su hermano se imaginaba la figura de un gn. Era muy respetado por todas sus gentes, bernador, y su hermana, la de un apucsto ge querido por algunos, por unos cuantos adorado.
neral.
No sentia ambición alguna, ni envidia, ni celo Eran ajenos, extraños unos a otros, más que profesional. Leia mucho, sobre todo libros de las gentes de diverza raza.
ética y de sociologia; y era capaz de pasar. Pero la academia militar, el servicio, la largas horas los ojos sobre un teorema, sobre casta, no pudieron quebrantar cierta bondad una tabla, mirando, por decirlo así, más allá nativa del capitán. Era como sì el peso de to. de las palabras y de las cifras, con el asombro dos los linajes de su nombre gravitase abru y el estupor de un niño ante el cual se abre madoramente sobre la copa de su espiritu, y se cierra una caja silenciosamente, misterio hasta que algún día se rompiese o al menos samente. No podria llamarse desgraciado, pero cediese, o de pronto se inclinase de modo tal, rebosaba una inquietud dulce, temblorosa, como que toda aquella riqueza secular de altanería, la de un animalejo del bosque sorprendido a todo aquel sentido del deber y de la tradición, campo raso por la luz clara del amanecer, o cayera ruidosamente al abismo y sólo quedase como un árbol que tiembla con todas sus mil eu pie una vasija vacia, ingrávida, presta a células al amago de la tormenta. Era como un todo lo original, a todo lo nuevo e inaudito, explorador de la humanidad. La humanidad de un modo, por decirlo asi, mistico.
suele destacar avanzadas de estos hombres, Sin olvidar que en el hermetismo de su vida, antes del gran trueno que anuncia los grandes en la cual, por mucho tiempo, un hombre valia designios. Son poetas, mártires, adivinos. Así menos que un libro, se desarrollaron tenden puede saber, por sus éxtasis, por sus gritos, cias y costumbres, que, medidas con las nor por su muerte, si es ya tiempo de arrojar los mas de una profesión rígida, habian de pare dados sobre la tierra. El piso de lo cotidiano cer extrañas, desconcertantes. Soliloquios en temblaba bajo sus pies inquiridores; y asi pudo los que el «yo» se formó, lentamente, una acontecer que él, hombre nada militar, aunque segunda imagen que, al crepúsculo, se sentaba oficial de gran porvenir, sintiese la erupción. frente a él. Ensayos de adivinación, hechos, de la gran guerra como algo que habia de re antes de decidirse, con botones, con ventanas, dimirle. El suelo cedia, se agrietaba, se decon pétalos. Imponerse el deber de contar rrumbaba estrepitosamente; entonces era cuaninentalmente hasta doce, antes de dar una or: do podría verse si en los abismos desnudos den. cosas porecidas. Con todo, siempre las. se descubría la faz de Dios o la del Diablo.
realizaba en secreto y casi por diversión; de Pero nada de eso aconteció. Hubo muerte, manera que apenas pasaron todas ellas del destrucción, espanto, sufrimiento, mentira, sauumbral del subconsciente.
tidad; pero se trataba simplemente de un Sorprendia que sus asistentes, pasado algún aumento en cantidad de lo ya conocido; un tiempo, acostumbrasen a pedir el relevo; no hacinamiento, un apelotonamiento, un espasmo, porque los tratase con dureza, sino porque un hartazgo. Ninguna cuarta dimensión, sino solía ocurrir que, al despertarse a media noche, fenómenos, leyes, necesidades de las dimenveían al capitán ante el camastro, con una siones conocidas. Ni Dios ni Satán se revevela encendida en la mano, contemplándolos laban; sólo se descubría el hombre, hasta ensimismado, cayiloso, el semblante.
que fué apareciendo toda su desnudez de. Qué clase de hombre eres tú? solía pre milenios atrás; y de los incendios de la ca, guntar ¿Sabes tú qué hombre eres?
tástrofe comenzó lúgubremente a destacarse, Tres veces estuvo a punto de casarse y las entre los escombros, el dislocado esqueleto, tres rompieron el compromiso sus futuros sue incandescente, pero sin purificar por el fuego.
gros. Por consideraciones sociales. decian, El capitán sintió frio y un comienzo de asco.
Preguntaba por lo que no podía ser preguntado. Le repugnaba la guerra tanto como la paz, el hambre tanto como la hartura; el miedo tanto como la esperanza. Permaneció en filas porque no sabía dónde quedarse. Si andaba erguido era tan sólo por no revelar la pesadumbre que en secreto le oprimia los hombros, la carga terrible de una palabra que transpasó su sueno como sus vigilias. Como creiste te scrá hecho El dia en cuya mañana había visto el capitán al prisionero terminó de un modo cruento, re. bosante de odios, hecho añicos; sólo hacia la noche se llegó a alcanzar el objetivo de la operación, después de la cual descanso el batalldı.
Por el cielo intranquilo palidecían las estrellas, mientras cegaba la luz de los cohetes, cuando el capitán ensilló su caballo y galopó duramente hacia la aldea de cuyo nombre se había enterado por la mañana.
Jinete y cabalgadura se iban durmiendo con el sueño del agotainiento. Pasó bastante tiempo hasta que el capitáu diese con la granja en cuyos.
sótanos se encerraba a los prisioneros. Se levantó el cuello del capote, y mientras se dirigia lentamente al corral, y contestaba el santo y seña al asustado centinela, intentó divisar en la oscuridad, grabar bien en su memoria, el terreno, las cosas, como si luego tuviese que dar noticia de ello, al regresar.
En el suelo empedrado ardia una vela, que lanzaba a la corriente de aire la sombra del soldado dormido en los peldaños. El capitánaunque sus manos temblaban de fiebretempló algún tiempo el rostro juvenil que, por exceso de fatiga, parecia casi muerto. Luego, tocó el brazo del dormido y miró, sin aspereza, los ojos inquietos. Está bien dijo. Eran dias pesados. Quisiera entrar por allí. Tengo que hablar con el. con el minero. Me conoces. Mi capitán. El señor comandante estuvo por la mañana. Muy bien. Están allá, abajo. Qué harán con ellos. Por la mañana. dijo el soldado de repente, en voz baja, mirando hacia donde sus dos sombras trepaban por el muro El señor teniente está en casa del general; fué a recoger la firma.
El capitán asintió, extrajo una linterna del bolsillo y la encendió en la vela. Una luz enciende otra pensó rápidamente. Por qué no un honibre a otro hombre?
Sabía que el otro 110 dormiria, y no se sorprendió, cuando en uno de los sótanos próximos se alzó tranquilamente su rostro, de un haz de paja. Colocó la luz sobre un estante de fruta, situado a media altura de la pared, arrastro una caja de madera, se quitó el casco y se sentó algo curvado, plegadas las manos alrededor de las rodillas, contemplando al través de los cristales de sus gafas, muy atento pero discretamente, el mudo rostro del prisionero.
Éste le contemplaba con la cinica franqueza de un adversario, no sin curiosidad, pero ya con la leve superioridad de un condenado a muerte. Peores caras hay entre los asesinos dijo, al fin.
El capitán se encogió un poco, pero en seguida, en vez de responder, sonrió. Me llaman el Centurión de Cafarnaumdijo después.
El prisionero le rogó que le explicara eso, y el capitán refirió los motivos de aquel apodo. No me corresponde dijo al terminar. Debio de haber sido distinto, muy distinto. agre.
gó esta mañana pensé que tuvo que parecerse a ti.
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