Bourgeoisie

330 REPERTORIO AMERICANO. UNA NUEVA CIUDAD DE HISPANOAMERICA Tú no perdonas, ciudad blanca, ciudad nucia, Para Fernando González el divino pecado del talento: prisionarte quiero, ciudad nueva, soñar, cantar reír, en tu regasoj no en mis brazos: en la cadena de una oda bárbara, el menor maternal de todos los regasos, en estos versos, como tú, sin espíritu, es arrojar margaritas a los cerdos.
desquebrajados, inútiles y fútiles Tú te duermes con una sinfonía: como ti, paraíso de la monotonía y del hartazgo.
Entre Ford y Beethoven, te llevas al mecánico creso: das puntapies a quien te nombra a Virgilio. Eres la ciudad miope y sorda, pero blanca bella y te avergüenzas de un desnudo en marmol, como una mujer desnuda. Eres la ciudad sin entrañas, Pero eres luminosa como el palacio del sol sin espiritualidad, sin ensueño, sin pasado.
y silenciosa como una pobre aldea.
Tu porvenir lo señaló el indice grotesco de Sancho tu padre espiritual. No miras Eres brutal y ceñuda como la babilonia panqui al futuro de las urbes inmortales; y no eres sonriente como Lutecia divina, porque tienes los ojos puestos en el Hoy, como un gastrónomo, porque tu rol en la comedia humana como cualquier de tus alil y un gastrónomos.
es roncar y rugir como una bestia.
Pero eres brillante como el palacio del sol.
Si Tebas fue levantada con las armonías de la lira de Anfión, tus muros fueroii construídos Eres la hinóspite y sórdida ciudad donde hasta Helios con los rezos de lánguidos patriarcas.
cobra a precio de oro el kilowatio.
No te digo que no tienes alma Eres la burguesía constituída y edificada: porque en, verdad la tienes, pero es un alma de cemento armado.
ahorcaste a Apolo un día Si otra ciudad como blasón ostenta qua Como eletaste la mejor de tus estatuas.
ser el sepulcro del Divino Loco Hasta Bolivar erigido a base de limosnastú eres la cuna de Tartufo en medio de su círculo de árboles, olorosos a incienso, o la ciudad donde él mejor viviera.
her pensado bajar de su caballo y dedicarse al agio como un mortal cualquiera.
Ya estás aprisionada, ciudad mía, en la cadena de esta oda bárbara, Eres la ciudad sin cerebro, pero centri potente en la cadena de estos versos trágicos, aun más que tus ventripotentes y calzos feligreses.
desquebrajados, fútiles, inútiles y fatuos Custodiada por ásperas montañas, has de morir un día, borracha de gasolina y oraciones, como tú, ciudad nueva: luminosa como el palacio del sol, blanca y bella como una mujer desnuda y ahita de cemento.
y sileneciosa como una pobre aldea. lo he de cantar tu miserere, un miscrere de cemento armado!
Ciro Méndia Medellín, Colombia.
de David, hijo Palestina Novela americana, inédita 17 «Se alegro enormemente de haber podido verse como lo deseaba desde el dia de la muerte de su padre, desde muchu antes. Se alegró de reconocerse talento, pocu simpatia, inclinación al sadismo, odio a casi todos los hombres, amor a casi todos los animales y deleito en el milugro continuo, fluente, de la existencia. El autor.
oficiAl día siguiente David tuvo algo que consideró una verdadera revelación. Fue estando en na, un poco después de las dos de la tarde (ese día y esa hora vivieron con él hasta el momento de la muerte. en uno de esos ratos en que despertamos de la vida a algo distinto, sobresaltados como al final de una pesadilla; visionarios como en los minutos graves en que la digestión crea cuerpo y espíritu, débiles de humanidad pero sobrecargados de una esencia superior a ella. Da.
vid sintió que nunca se casaría con Ester.
Fue un instante en verdad absurdo, durante el cual su vida cruzó rápida a través de muchas cosas, como por túneles de zarzas, horadando una extraña sinfonía cuyas notas se habían solidificado rumorosas, junto a él, o pasando entre doble fila de aceros desnudos y chocantes. Había un hombre que hacía diez y ocho años, teniendo él nueve, sentía por la noche, dormido, la misma dulce y estrujante sensación que tuvo al estar con la primera mujer. Había un hombre que, poco después, gozaba persiguiendo los escarabajos para luego aplastarlos lentamente con una piedra. cazando ratas en trampa, con el fin de clavar las hembras, vivas, en una tabla de la huertą siempre barrida por él, y castrar con su navaja de Bosillo a los machos. En ese mismo tiempo aquel hombre no resistió la tentación de probar líquidos y sólidos inmundos.
Gozaba entonc acaricando a un niño de la vecindad; pero gozaba más cuando en mitad de la risa la criatura lanzaba un aullido de dolor por el pellizco que él le propinala de repente.
Aquel hombre más tarde soñaba con las ciudades que le habían descrito como las más perversas del mundo: Paris, Berlin, Barcelona y Ja Habana. Leia libros de alta corrupción y ensayaba cada noche un camino nuevo para llegar al placer solitario o en compañía de la mujer.
Pensaba que también él sería capaz, como algún héroe de las novelas sicalípticas, de pasar toda una noche, entre una mujer y un hombre jóvenes.
Admiraba, relamiéndose, los pechos erguidos de una hembra y la rodilla blanca y redonda de un mancebo. de cada ocho mujeres poseídas, dos eran varones en su imaginación desatada. Odiaba, a pesar de todo, a los hombres afeminados, y su espíritu vibraba integro con vigorosa masculinidad junto a la carne extraña, como vibran los instrumentos de cuerda al unísono con cualquier cascada de agua.
Todo ello, entre brumas y nebulosidades, picado por botonazos de luz, atravesado por las horas de cien relojes distintos, flotante en un caos incognoscible, alentado por indecisa humanidad nonnata, todo ello atravesó su vida en aquel minuto. el residuo del ataque, el bagazo espiritual de aquel viaje en retroceso, fue la firme convicción ya dicha No me casaré nunca con Ester Flórez.
Un rato después como si tal afii ma ion le hubiera sido propinada en inyecciones intravenosas, intramusculares, intraóseas ya formal: parte de su cuerpo, de su vida; era carne de su carne, sangre de su sangre y hueso de sus huesos.
Le parecia que hacía años, desde que tenía nueve, aquella convicción estaba adherida a él, internada en el laberinto humano de su cuerpo, consustarciada consigo para siempre sub specie aeternitatis.
Entonces sintió que regresaba de otro mundo, de otra vida, y caía en Palestina, en su tienda, sobre aquel taburete de cuero crudo, frente a aquel escritorio donde había un pelícann renicero, al lado de la caja de caudales y de una pi rámide de café seco, gris, no trillado. Se dio cuenta de que él era un ciudadano de aquella población colgada como una fruta enorme de un picacho de los Andes: que su papá había muerto hacía varios meses, borracho, despeñado por un barranco; que él había logrado colocar definitivamente en el juzgado y en su reemplazo a su hermano Lázaro; que el negocio de café era la salvación de su casa y la esperanza para los estudios de su hermanita Lia; que Ester, al parecer, estaba predestinada a llamarse Ester Flórez de Fernández; y que como ya no sería con él, podía ser debía ser. con Lázaro; y últira sensación que él no era ningún imbécil, que araba el licor y a Judit López más que al licor, que aquello de embobarse uno era precisamente no dejar esclavizarse por una mujer cualquiera, y que la vida era una sola, buena, única, deliciosa, igual para él; vicios y pocas virtudes, que para otros. vicios solos o solas virtudes.
Se alegró enormemente de haber podido verse como le deseaba desde el día de la muerte de su padre, desde mucho antes. Se alegró de reconocerse talento, poca simpatía, inclinación al sadismo, odio a casi todos los hombres, amor a casi Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica