IRepertorio Elmericano SEMANARIO DE CULTURA HISPANICA San Jose, Costa Rica. 1931 Sábado 18 de Abril Tomo XXII Núm. 14 Año XII, No. 534 El niño.
El poema de las beropins.
Lectura y glosn de escritores venezolanos (y propósito del Congreso del Niño.
La casa abandonada La rosa de los vientos.
Al margen de los Persiflanes que se refieren a gentes y casas de escuelas.
SUMARIO sovulod Ivanov Canales interoceánicos: Panamá, Nicaragua. Amighetti Saludo a Costa Rica.
Pedro Emilio Coll Langston Hughes, el poeta atro estadunidense. Juan del Camino Poemas.
Azorin Lil Academia Estadunidense de Artes y Letras Nieto Caballero Nocturno.
Tablero (1931. Carinen Lyra Victor Valdivia Vicente Lombardo Toledano Rafael Losano Langston Ilughes Persiles Mux Jiménec El niño De la Rerista de Occidente, Setiembre, 1920, Madrid El autor de este cncnto. strolod Itanov, ya es conocido del público español por su novola El tren blindado num. 14 69, que forma un volumen de la Biblioteca de la Revista de Occidente. Hoy damos a nuestro lectores wna Ncua muestra de la literatura rusa actual con esta narración, ocurre, como aquella novela, en las este pas siberianas; son sus personajes también restos de los ejércitos rojos o blancos. que alli combaticron. Nota de la dc o. We podian resistir más, ensillaban los caballos y corrían por la estepa tras las mujeres de los kirguises. las mujeres de los kirguises se tumbaban de espalda, sumisas, en cuanto divisaban a los rusos. Inınóviles, con los ojos ſuertemente cerrados, esperaban tendidas en el suelo; y era tan repugnante tomarlas así, como si se pecase con una bestia de ganado. Los kirguises temían a los mujiks y manteníanse muy lejos, en la estepa. Cuando dirisaban a un ruso gritaban y blandian arcos, fusiles; pero no disparaban, tal vez porque no sabian.
Galerien La Mongolia es una fiera salvaje.
Una fiera salvaje y triste. Ali la piedra es como la fiera, el agua como una fiera. Alli las mariposas mismas muerden.
No se sabe lo que el hombre mongólico tiene por corazón. Viste pie.
lcs de animal, y en su exterior se parece a los chinos. Habita lejos de los rusos, lo más lejos, pasado el desierto de Nor kor. todavía se cuenta que habría llegado, allende China y la India, a azules tierras ignotas. Junto a los rusos viven aquí kirguises; kirguises del Irtich, que por miedo a la guerra se han corrido a la Mongolia. éstos si se les conoce; sí tienen corazón. Un corazón de mica, transparente hasta el fondo, pero que no vale nada. Poco a poco han ido llegando, sin prisa, con el ganado, las mujeres y los niños por delante. Hasta los enfermos han traído con ellos, Pero los rusos mwjiks sanos y robustoshan sido acosados hasta aquí, sin compasión. En los montes de roca viva han abandonado todo lo que era inútil o débil. Los que no murieron por si mismos, fueron rematados a golpes.
Mujeres, hijos y ganados, su hacienda toda, alandonada, cayó en manos de los blancos. Como lobos rabiosos.
en primavera, vivían los mujiks en sus carros y tiendas, añorando la estepa y el Irtich.
Era unos cincuenta. a su cabeza, Ser.
gio Selivanov. La tropa se llamaba Contingente de partidarios del ejército rojo del compañero Selivanov.
Se aburrian. Mientras huyeron por las montañas perseguidos por los blancos. sentian angustia ante los gigantes peñascos oscuros, pero cuando llegaron a la estepa les pareció aburrido y yermo. La estepa es igual aquí que a orillas del Irtich: arena, hierba áspera, un cielo forjado, duro, todo hostil, inculto, salvaje. Pero todavía era peor por la falta de mujeres. Hablábase de ellas por la noche, contábanse crudos chistes de cuartel y cuando ya ng Afanasij Petrovich Trubatschow es el cajero de la partida. Lloriquea como un niño de teta, y también su cara es la de un niño: menuda, lampiña, sonrosada. Pero sus piernas son largas y fuertes como las de un camello.
Para parecer terrible tiene que estar a caballo; una vez en la silla, su rostro se hunde y se hace grisáceo, perverso, espantable.
El día de Pascua, tres hombres salieron a la estepa en busca de buenos pastos. Selivanov, el cajero Afanasiji Petrovich y Drevesinin. Las arenas humeaban bajo la lumbre solar. Del cielo descendian oleadas de viento Can.
dente; el suelo irradiaba también seco calor hacia la temblorosa bóveda celeste, y el cuerpo de animales y hombres era pesado y duro como piedra. Selivanov dijo con voz ronca; iQué buena era allí la hierba. todos entendieron que hablaba del Irtich: Mudos quedan los rostros, como si el sol abrasara sus voces igual que a la hierba en la estepa. Rojos y estrechos, como rasgadas heridas de anzue.
lo, miran sus ojos. Entonces Afanasij Petrovich replicó, con voz plañidera. Pero también allí hay sequía.
Si voz lloraba, pero sus ojos no. Era a su caballo, fatigado, jadeante, al que se le arrasaban dolorosamente los grandes y secos ojos.
Uno tras otro cabalgaban así, por sendas de cabra, adelante, cada vez más dentro de la estepa. Tristemente ardían como ascuas las arenas; el encandecido viento, que olía a arena, se abatía en torno de los hombros y cabezas. El sudor ardía dentro del cuerpo, porque no podía atravesar la reseca piel. la tarde, cuando salían de una pequeña hondonada, Selivanov señaló al Oeste: El poema de las begonlas manos de 80 años las cuidan, sin fatigarse de cariño contra la ventanasus hojas trasparentes como un segundo vidrio hecho alma hojas anémicas temerosas de soi como las doncellas melancólicas, del tiempo de la colonia. mighetti San José, Costa Rica, Abril, 1931. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica