188 Repertorio Americano. Humildes cántaros rotos Octubre llegó con sus temporales. Los canasteros comenzaron a subir a la montaña a traer bejuco para tejer canastos, Como era un hombre rubicundo, llamábanle Juan Colorado, labor muy vendible en tiempo de las cogidas de café.
para distinguirlo de los otros Juanes del barrio: Juan JaJuan Colorado se preparó a ir por bejuco. Indispensable cobo y Juan Gabrielo, así apellidados por los nombres de sus era hacer algo, no podia estarse mano sobre mano con respectivas mujeres, Jacoba y Gabriela.
semejante chapulinada que tenía buen diente.
Su cabana estaba a la entrada del lugar, al pie de la colina En una madrugada, balo un temporal que lo mandaba Dios en que se asentaba el pequeño caserlo, e indudablemente tal Padre y con un frío de los que se estilan en esas alturas, posición hacía juego con los bienes de su dueño.
salió de su casa y se incorporó a los bejuqueros que pasaban.
El riachuelo que pasaba frente a la puerta, a ser un riaTres leguas lo menos tuvieron que hacer para llegar a la chuelo filósofo, habría reparado en la diferencia mancha de bejuco que podía abastecerlos a todos.
fortunas que existía entre el dueño de la última casa, encaramada casi Muy avanzada la tarde regreso, abrumado por la carga, en el cucurucho de la colina y el de la primera, la más baja.
con el vestido hecho una sopa y los pies destrozados. Hizo otro viaje dos días después entre la tristeza de la niebla y el Aquélla, casa grande, confortable, de dos pisos, rodeada de jardines y con grandes corrales. Corria y corría el arroyuelo, frío, para procurarse el bejuco necesario.
Por fortuna, el temporal se fué y un sol que era un conporque en lo ligeras sus aguas no tenían rival, y no acababa tento seco los tallos verdes. El viernes, veinte canastos grande salir de los bosques, prados, rastrojos, pertenecientes al amo de la hermosa casa rodeada de jardinés. Le movia un des y bien trabajados estaban listos para la venta. Bien es aserradero y un molino de almidón de yuca. jamás acababa verdad que no soportaba el dolor de espalda, y las manos a de contar las cabezas de ganado que se inclinaban para abrepesar de su dureza le sangraban. no podia ser de otro modo; toda la semana inclinado: primero el asiento en el cual var en sus aguas. Por fin metía su frescura en el pegujar de la colocación de los parales exigia cuidado si no se quería Juan, dentro del cual no se estaba ni dos minutos.
deshacer más tarde toda la labor y luego, usted teje, y usted ¡Con hijos si lo enriqueciera Nuestro Señor! Por suerte teje. los ojos le dolian. Preferible era volar machete todo un aquel aire bendito de las cumbres del Barba y aquellas aguas santo dia.
que no encerraban en sus linfas los tricocéfalos y ankilostomas Beto, el muchachillo de nueve años, fabricóse con los resde los médicos, los tenían tan sanos y tan guapetones, que tos del bejuco, tres cestitas primorosas que adorno con fancuando asomaban a la puerta, la cabaña de Juan parecía hutásticos dibujos rojos y verdes. Las vendería a las niñas de milde cesto por cuya boca asomaran amapolas y rubias flores la ciudad a veinticinco céntimos cada una y con el dinero, de paira.
compraríase una dulzaina, sueño dorado del niño desde el turno, en qüenzscuchó embobado a un campesino, sacarle múEl verano se acercaba y el dueño de la casa grande, tersicas a una. Tocaría en las tardes bajo el cobertizo y los gritos de sus hermanos le harían coro. La llevaria siempre en el minadas las rozas que hizo, en sus montañas, no tenía más bolsillo, y en la montaña, cuando fuera a acompañar al padre trabajo que dar a las gentes del lugar. Conversábase en las a alistar un tronco para el aserradero, en tanto que éste. lo tardes, bajo los cobertizos, de irse alistando para bajar al labrase con su hacha, el tocaria en su dulzaina. Los jilgueros valle a las próximas cogidas de café. Juan Gabrielo iria con lo acompañarían. Seria una cosa. muy. cómoda dijera el? oir sus muchachos a la hacienda de don José Manuel; Matías y su música entre la quietud fresca de los bosques.
los suyos a la de don Quito. en verdad, que hubiera recordado así nuestro salvajillo, La yunta de Juan Colorado, de bueyes tiernos, casi unos medio desnudo, sonrosado, con la piel espolvoreada de un terneros, pero valientes y voluntarios como ellos solos, pacía finísimo vello dorado, enredadas entre la maraña de su cabatranquilamente la yerba que Dios le reparaba en el camino, llera leonada las hojas y flores que el viento dejara al pasar porque su amo no tenía en qué ocuparla. Había cesado el sobre él, y tocando su dulzaina al pie de un tronco musgoso, acarreo de trozas y ahora podían descansar a pierna suelta.
al dios Baco niño, arrancando melodias a la siringa. Habrian había que pensar en llenar a la menudencia sus barri dado ganas de vestirlo con la piel de corzo salpicada, calguillas inconsecuentes. Entre tanto, se ayudaban comiéndose la zarle los coturnos y poner a su lado la férula adornada de milpa hecha en un terreno prestado. De noche, a la hora de pámpanos.
la cena, a falta de otra cosa, los niños echaban en el hogar Juanico y a Baltasar, encontrólos el sol del viernes en sendas mazorcas tiernas, envueltas en su tusa, que una vez un moral, con la sonrisa entre un embadurnamiento de jugo asadas, eran despojadas de ella. La cocina llenábase del sa de moras que les cubria la punta de la nariz, las mejillas y broso olor que entonces despedían y las dentaduras ágiles co la barba. Escogían las frutas negras y despreciaban las rojas menzaban a arrancar los dulces granos, muchos de los cuales que parecían racimitos de gotas de sangre: de aquellas, dos esponjáranse como azahares.
eran puestas entre la boca y una iba al balde que portaban.
También había que pensar en cubrir aquellas carnes, capa la hora del almuerzo, sin embargo, estaban en casa con ces de acabar con la paciencia de la buenaza de Natividad, dos cuartillos de moras dentro del recipiente. Querían que tal era el afán de asomar su sonrosado y tierno encanto a otro día su hermano Beto, que iria con el padre a la ciudad, curiosear por las innumerables desgarraduras de las ropas. los vendiera y con el importe les comprara unos sombreros: La aguja de Chica, la mayor de las niñas, una madrecita de que la cabeza del uno ya andaba a la intemperie y la del otro estaba cubierta no más por una copa.
once años, no tenia punto de reposo: zurcir, remendar, hacer milagros. No había en la casa una prenda de vestir que no Chica y Felicidad fuéronse después de comer al bosque a luciera remiendos de diferentes colores y telas. Con un saco traer san migueles en botón. Eran ágiles como ardillas y daba de manta, marca Gallito, fabricaba en un abrir y cerrar de gusto verlas retozar entre las ramas más altas de los más ojos, una camisa a Beto o a Juan Chiquillo y daba no sé qué altos árboles. Sus hociquillos rojos se confundían con los linverlos muy ufanos, vestida la camisa en la cual campeaba el dos capullos de esta flor de un arbusto de nuestros, bosques.
gallo de la marca, ya en el pecho, ya en la espalda.
Trajeron los delantales llenos y mientras los otros chicos les Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica