Repertorio Americano 203 panos, las ramas, el tronco se apiltrafan de brevas rasgadas; Huerto de cruces todo se impregna de un olor de confitura tibia y agria.
Las moscardas vienen a chupar en la cara de Manihuel. Este urticulo ganó el Premio Mariano de Cavia, corresEl sol de Junio acerca a Sigüenza la impresión del paño de pondiente al año 1924. Grabiel Miro nació en Alicante el año 1879, publicó su primer novela, La mujer de Ojeda, a los invierno de las ropas duras del difunto. La piel y el hueso veintiún años de edad; dióse a conocer en Madrid al ser prede sus pulsos hundidos exhalan un frfo mojado bajo la tempemiada, por El Cuento Semanal, su novela Nómada, y luego ratura y el azul estival. veces, llega una respiración salina destacóse como escritor de hondo misticismo y depurado y le mueve una grena seca a Manhuel y le alborota a Siestilo, con su obra Figuras de la Pasión.
güenza su cabello; a los dos.
En el portalillo los rapaces del pueblo piden que les abran. Gasparo se amohina. Un labrador intercede. Está siemЯ media mañana principia a removerse el entierro de Ma pre cerrado el cementerio. Hoy no hay escuela, y hay entierro.
nihuel por el camino del Calvario. Las piteras están Es un gozo y una ansiedad que no pueden resistir los chicos.
flor; tortas de flor amarilla y apretada como girasoles. Zum En fin, les abre, y pasan a botes atropellándose, como si ban las avispas. Cantan los gallos en los estercoleros de las saliese una lluecada a picar en un lebrillo de afrecho.
cuestas.
Zumba el azul. Pasan tan cerca los cuervos, que se les Lleva la cruz parroquial un mozo labrador de sotana ve el buche gordo de alimento blando y dulce de viejos, y corta y alpargatas nuevas. Los monacillos alzan los ciriales en el filo de los muros se mondan el pico pringoso de la gracomo follajes frescos, y el sacristán, con gafas de mal lector nilla encarnada y pastosa de las brevas.
y cráneo moreno, calvo y español, lleva el acetre de bronce Los chicos corren apedreándolos desde las tumbas. Maen el brazo como un cesto de fruta; en puño, el libro de nihuel sigue fermentando bajo el sol y el campaneo glorioso los responsorios, y de su belfo le mana el caño de su Réquiem. de San Pedro y San Pablo.
Detrás, en los hombros de cuatro jornaleros, se tuerce el Una mata de pasionarias sube colgando por el nicho donde ataúd negro como una barca vieja, hundida en el azul. han de sepultar a Manihuel. En cada flor hay una abeja que Resplandor amarillo de las vestimentas, de oro pobre y late. gorda, llenándose de jugo de los clavos del Señor. Gasfelpa de luto. El párroco, con antiparras de mendigo, se abre paro Torrealba quiebra con su escardillo la corteza de yeso los alones de la capa pluvial y se pisa el alba. El vicario y adobes, y saca entre los follajes un ataúd estrecho, blanco rojo, sedando bajo su sombrilla, se para, enjuga, se asoma y andrajoso. En seguida lo rodean los muchachos para mirar al valle, un alfoz verde de almendros y de higueras.
por las rajaduras. a lo último, sigue gente enlutada, que va remansando. Es Lluiset, es Lluiset!
en el portalillo del cementerio. Si que es Lluiset dice Gasparo Lluiset, nieto del Aparece Gasparo Torrealba, el sepulturero, y destapa el difunto, era monaguillo de la parroquia. Un carro de estiércol ataúd. El sol se aprieta como un jugo en la nariz de Manihuel. le chafó una rodilla. La criatura penó mucho para morir. Se Una abuelita arranca la almohada del difunto para llevársela enrollaba, y se le quedó la pierna hinchada y horrenda como a la familia, sin mullir la huella helada de la cabeza.
una pata de buey viejo.
Gasparo, Sigüenza y los jornaleros se quedan solos en el Los chicos le atendian devorando el ataúd con los ojos. huerto de cruces.
Sigüenza lo abre.
Pasan cuatro cuervos en vuelo suave. Parece que abran Está Lluiset con su sotanilla podrida y sobrepelliz, que el azul con el corte de las alas. Se remontan croando. No, parece de recortes de papeles; un pie, el de la pierna intacta, dan pesar de cementerio. Son pardales de buen malhumor; y se le ha caído entero en un rincón, y el otro sigue cuajado en medio de la mañana ahondan y hacen más agreste la en la pata deforme de bestia.
soledad.
Todavía hay que bajar un ataúd despellejado muy grande.
Gasparo se reía llamándoles galopos, Nunca cometieron Aquí está la suegra de Manihuel dice Gasparo Torralaquí daño los negros compadres. Se posan en el último tapial ba. Murió a los noventa y siete años.
mirando las higueras, ahora que se regañan las brevas con rajas Los chicos rebotan de gozo por la golosía de mirar.
blancas y huelen de maduras. Acuden de la Aitana. Bajo sus Es una vieja corpulenta; toda, hasta la mortaja y las calojos redondos van pasando los campos calientes: de algún zas plegadas, es de barro cocido. Le cuelga en el seno una derrumbadero, quizá les sube et husmo de una carroña; en bolsica tiesa. Gasparo se la toma, y le descubre un sapo un muladar aldeano puede que fermente el bandullo de una seco, liso, de manecillas primorosamente miniadas.
res; en algunas tierras, secanas y enjutas, hay un rodal Esto lo ponían de remedio contra los aojos. lo desde gleba removida, crasa del unto profundo de haber hace entre sus uñas hembras. De súbito, se revuelve, y arroja enterrado un jumento. Todo lo adivinan los buenos pardales, del hortal a los rapaces y atranca la puerta.
que se ponen a volar encima redondamente. Pero su regocijo Riéndose del susto que les dió, se llega a la desenterrada, se lo trae el verano con sus higueras verdes, plorosas, de y principia a catarla con su pulgar remachado desde los todas las castas mejores que se crían en los bancales tran hombros a la calavera, que aún tiene en el hueso la mueca quilos, escalonados al pie del campo santo. Porque ellos saben de la agonía.
que aquello es un campo santo; y que lo cuida Gasparo To Entran en el nicho la caja de Lluiset; encima, la del abuelo; rrealba, y saben también que es día de fiesta y no hay labrie y han de aupar, en lo último, el ataúd de la vieja. Pero Gasgos en los huertos.
paro mide con legón cadáver. Ni destapado ha de caber. Ay, los galopos. dice Gasparo.
Le sobra la calavera, y se la desgaja, llevándose un sartalejo Los galopos apeonan brincando por las tapias como due de vértebras de cartón, y la envía rodando al fondo de la nas que se arregazan el faldellin para sus albricias y caran sepultura.
tonas. Por cuervos jóvenes que sean, parecen viejos. Se aso fumar junto a la muerta descabezada, que no parece una man, tienden las alas coronando las cruces, graznan como si muerta. Los bordes del cuello tronchado se llenan de sol y se asustasen y se fuesen y, de improviso, se precipitan, y las de brisa. Lo que menos se le ocurre a Sigüenza es decir lo higueras se abollan y retiemblan. En un instante los pám que todos hemos dicho alguna vez. No somos nada. Porque Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica