Repertorio Americano 89 EL NOCTURNO DE LA INCINERACIÓN EL NOCTURNO DE LA BELLA DURMIENTE Frente a frente, esta noche, nos hemos despedido de todas nuestras cartas de amor. No fué al olvido, no fué al agua piadosa del símbolo pagano que hube de echarlas. Nunca me temblé piás la inano; pero estrujé las cartas y como Brummell luego, vencedor de mí mismo, supe echarlas al fuego.
Esta noche pasado por tu casa. Entreabierta la ventana, te he visto de pronto en el diván de la sala. En tus ojos ba vibrado un alerta; y cono adivinándome, has sentido un afán.
Al lado de tu madre, departías con unas muy amables visitas sobre un precario tema: cierta malicia acaso te diría importunas palabras con motivo de mi último poema. En la mesa en que un día rompi la mano mía con golpe que en el alma me duele todavía, Porque desesperado no sé por ti qué baría, Antro del repujado metal de un tarjetero in uisitorialmente se improvisó un brasero. las cartas escritas Dios sabe cómo y cuándo, de contener un solo pensamiento nefando, por la virtud del fuego, se iban purificando.
En tu actitud había como el pulcro cuidado de quien tal vez pretende disimular su estado de alma con un esfuerzo que urde, al fin, un disfraz.
Reparé en que, rizado como nunca, el peinado prestábale carácter romántico a tu faz.
Tú, ante mí, en pie, clarándole una intensa mirada, avivar parecías la propia llamarada en que las cartas fueron, al fin, leves despojos. Trípode y holocausto! Mi fantasía alada bubo de imaginarte sibila, vestal y bada.
Tal las cartas ardían al calor de tus ojos.
Me hiciste impresión de una figura cortesana, que retrasada un siglo quédase en el salón, a descansar acaso de bailar la pavana o a suspirar por muchas cosas que ya no sop.
Trajeada tú de luto, como adorno sencillo lucías una rosa tarmeja en la cintura: up ascua de mi Il serüo te prestaba su brillo alumbrando de roj tu negra vestidura.
Se te alarga el vestido; se te ipfla un miriñaque; y te corona linda peineta de carey. Tiempo es de que mi verso del encanto te saque, para que te desposes con el Hijo del Rey. Tus pupilas veces Chocaban con las mías.
El corazón, entonces, me saltaba al Infierno de metal repujado, donde en sus agonías chispas eran las cartas; y murmurar me oías. Oh, si este fuego amado llegase a ser eterno!
En la calle suspenso, quédome ensimismado vieudo, de tu ventana por entre la vidriera, cuadro plástico que hace revivir el pasado en up mágico grupo de figuras de cera.
Oigo que en la consola del salón encantado ronrubea la antigua paloma de un relo: y no llego a enterarme de la hora que ba dado; pero se me figura que estoy soñando yo.
Lenguas de fuego azules fueron las postrimeras; y por ellas lamida, me imaginé que tu eras la Laura que en la gloria su firme huella marca en el cual cera blando corazón del Petrarca. al extinguirse el fuego, blanco fué el sumo leve; y en él Beatriz me impuso su pureza de nieve.
Beatriz, Laura. Imposibles amores de Poetas!
Un clavicordio suena. Se agita una melena.
Abanicos de nácar se mecen a compás.
Hay un hervor de encajes en la noche serena del luto en que, hace an siglo, como sumida estás.
Reanudase el tresillo, que en la mesa enconcuada cuatro viejos señores juegan en un rincón.
Agil tu madre cruza cortigo una mirada: suspiras tú; y te llevas 18 mano al corazón. del humo en las largas espirales inquietas, me ví yo, vueltas dando, pasar contigo solo, como en el beso absurdo de Francesca y Paolo. Pienso que nuestras almas se han fundido en un beso, progectando en los siglos una sola figura; y nuestra unión parece tan perfecta, por eso, que sólo Dios podría notar la soldadura. Pienso yo en que un Pirata llegó a tu tierra un día, pienso yo en que enrolado viué en la expedición, pienso yo en que raptarte quise y hacerte mía; pero, súbito, hirviente volcán hizo erupción.
Muerto fuí yo? iQuién sabe. Pienso en que de repente quedaste, por cien años, suspensa en tu cuoción. No será ésta la historia de otra Bella Dormiente, que va abriendo hoy los ojos al oir mi canción. En el instante último y más que todos triste, en carta por el suelo de reparar hubiste; y al inclinarte para cogerla presurosa, cual si Dios lo quisiera, se te cayó la rosa. Déjamela en recuerdo. te supliqué eu voz baja.
Después. la Noche Eterna me envolvió en su inortaja.
Te alejaste. Hacia donde? Sé que no es al olvido.
Vas a casarte. En Vano! Para mí no te has ido.
Viéndote yo esta noche, por entre la vidriera de tu ventana, siento como un golpe de mar que, en la piratería de mi alma aventurera, parece que te hiciera de pronto despertar.
Despierta tu palabra, despierta tu latido y despierta el ambiente risueño de tu hogar, mientras que voy yo, en cambio, quedándome dormido cual si babiese nacido sólo para soñar. es así como el fuego de la rosa bermeja que en el suelo caída tu recuerdo me deja, me está el alma quemando para toda la vida coal si fuese la brasa de tu boca encendida.
San José de Costa Rica, 1923. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica