Repertorio Americano otros, manantiales siu fin de alerta bría de hacerse público. iQué cambio Las cejas eran prominentes, el cráneo doras euseñanzas, en la reputación de Carlyle, si se com grande y eleyado, hirsuto el cabello.
En vida, como ya he dicho, vib para con la de los días en que los jó. La nariz y la barba de armonioso ta.
Carlyle coronada su frente por el lau. venes autores como James Handay baño, y, en general, el aspecto del rel glorioso. Muchas injusticias e io dejaban mi compañía por un cuarto maestro tenía una dignidad inconfun.
comprensión sufrió, pero los escogidos de hora para solamente contemplar al dible y propia. Uo síntoma de debili.
lo escucharon. Si el vulgo literario viejo sabio a través de la intimidad de dad era la flacura del cuello, y la falta sólo se asombraba ante su fuerza, si su balcón!
de robusto desarrollo se acentuaba por el público lo veía como a algo raro. He leído todos los libros de Carlyle, ligero encorvamiento. Su voz se ati.
los prerrafaelistas, refinados e inteli. pues cuando no los podía comprar me plaba cuando quería animar el melan.
geotes, si los hay, lo entendieron bien los prestabau y con todo el respeto de cólico tono de su plática. Seguir su y no pudieron menos que inclinarse que es capaz mi naturaleza he visto a charla era escuchar la lectura de sus respetuosos ante el viejo profeta, lo puestro profeta arrastrándose por las libros. No sostenía nunca un diálogo, que debió alentarlo a seguir en la bre. calles vecipas, bajo el peso de su tris. pero la ternura del hombre se delata.
cha indiferente a las moscas de que te genio me pareció que no llevaba ba con la naturalidad de sus adema.
habla Nietzsche.
nuoca con él a la alegría. Extrava. nes y la exactitud oportuna de sus Whistler logró hacer un retrato de gante, como en realidad era su aspec. primeras palabras. Como todos los Carlyle merced a los buenos oficios de to en su lepto vagar, debe advertirse grandes hombres que he conocido, no una dema italiana, pues al bronco es que nunca dejaban los transeuntes, ni toleraba uinguna afectación. El precritor no le agradaba exhibirse y era siquiera el más grosero mozo, oi el sumía, no sin motivo, que la gente impaciente en demasía. Cuando Whis. colegial más impúdico, de callar res. los jóvenes en particular. deseaban tler empezó a trabajar en el retrato, petuosos a su paso. Se apagaban los que él hablara, do que escuchara a: Carlyle suspiró con alivio al ver que gritos inútiles, el ocioso ajetreo aste otros, y tal seguridad era la norma de se empleaba un grueso piocel. Por la apariencia grotesca y la interpama. su conversación.
desgracia, el minucioso Whistler hubo jestad de Carlyle. Es digno de notarse Sus comentarios entusiásticos a mi de emplear más adelaute pinceles muy también que ninguno de los graciosos Pastor Mercenario y ui Oveja Desca.
sutiles, y entonces el filósofo se impa. incidentes callejeros, ni de los juegos rriada sobrepasaron a wpis wás atrevi.
cientó y sus protestas fuerou poco pia de los chicos o los retozos de los jóve. das esperanzas. Una carta de Mrs, dosas, costando a los presentes gran des Lacía detenerse a Carlyle, ni vol. Carlyle me probó que po fuerou pasatrabajo apaciguarlo. Consiguieron al ver la cabeza. sus ojos siempre bajos jeros ni superficiales sus elogios: fin que permitiera terminar la copia se veían a sí mismos. pesar de este de su rostro. El cuerpo fué trazado hábito de concentración mental, esta Querido señor Hunt: después, utilizáudose un modelo. ba presto a tornar a la realidad. Un ¿Me hará usted el servicio de permi.
Nada nos ayuda a entender a un día, mientras paseaba por una angosta tir a Mr. Watson que vea su pintura?
artista como conocer su vida y la im acera, acertó a pasar uoa dama en. Como be despertado su curiosidad presión que producía en sus coetá. vuelta en ancha criooliga y mil cintas; muy vivamente, we considero obliga.
neos inteligentes y comprensivos. Los Carlyle se edredó en uva de ellas y da a conseguir que la conozca.
prerrafaelistas dejaron cartas y algu. cayó, pero sin perder la presencia de Mr. Carlyle dice. Es verdadera.
nas impresiones sobre el filósofw de ánimo desepredó sus pies y se levantó, medte un gran cuadro. El más gran.
Chelsea. William Holman Huot, el hizo una amplia cortesía a la señora y de que ha pintado un wodernol y devotísimo historiador de la herman siguió su paseo, sin descomponerse, como es sabido que Mr. Carlyle sólo dad prerrafaelista, escribió, en su libro con elegante gravedad, sio manifestar alaba de manera negativa. Do es monumental sobre ella, estas hermo. a la dama cingún enfado ni el más up mal cuadro, un piptor que no sas páginas, de las que se destaca clara leve asomo de burla.
deja de tener cierto mérito. etc. etc. y viva la inquieta figura del filósofo: Con aoterioridad a esto, no visitan. el presente eutusiasmo de positiva ala.
te de Carlyle, al abandonar la casa de banza es inusitado y es además tan «Cuando yo vivía en Chelsea. éste para verme, informó de su propó ardiente que le hace decir que la pin dice habitaba una casa vecina a la sito a Mrs, Carlyle, y la señora se in tura de usted no será igualada. apor de Carlyle, quien se había granjeado formó interesada sobre mi persona y ninguno de nuestros contemporáneos. ya, gracias a su genio purísimo, tal trabajo, curiosidad en la que fué par. Sinceramente: respeto y admiración que se conside tícipe también su esposo. Esto me in.
raba como verdadera beregía el limi. dujo, cuando bube acabado algunas JANE, CARLYLE. tar de cualquier modo la adoración pinturas, a pedir a este mutuo amigo que se le prestaba. Aunque Thomas que averiguara si el profeta y su es. Semejante éxito be apimó a repetir.
Carlyle carecía del brillo indispensable posa se dignarían bonrarme con una les mi invitación a visitar mi estudio, a los profetas que regeneran y alien. visita. Aunque yo no lo exaltaba tanto Mrs. Carlyle, charlando con amigos tan a los fracasados hijos de los hom. como sus incondicionales adoradores, míos, había afirmado a menudo que bres, la lectura de cualquiera de los sí reconocía en él a uno de los verda. ella había sido una belleza y que sus capítulos de él no puede menos que deros gigantes de Inglaterra. Obse. familiares mucho se opusierou a su COD vencer a cualquier hombre que quiando mis deseos, acudieron Carlyle unión con Carlyle. También a mí me piepsa del gran valor del tumultuoso y su señora.
dijo alguna vez lo mismo. Parecíame genio del filósofo. No puedo explicar En su primera visita, me pareció absurdo que la mujer que querced a me, por lo tanto, la variación que ha más alto y joven que cuando lo veía su matrimonio se babía convertido en habido en el sentimiento hacia él des. por la calle, y su rostro, a pesar de una de las celebridades de su tiempo pués de su muerte, ni cómo puede una sombra de apergaminada tristeza. en vez de vegetar al lado do alguna mantenerse tal antipatia estando como era uno de los más pobles que he en. respetable mediocridad pudiera penestán sus libros al alcance de todos. contrado. Sus ojos azules de grandes sar en lo que por él había renunciado.
Esta antipatía ha nacido quizás de órbitas, muy hundidos, tenían los pár. pesar de esto, pude observar que que la inteligente Mrs. Carlyle, a falta pados superiores caídos sobre el iris y estaba orgullosa basta la vanidad de de confidentes vivos, confió a su Dia. los ipferiores dejaban al sol a veces 60 esposo. Mieutras él hablaba, ella rio sus sufrimientos, ajena a que ha. toda la parte baja de la córpea. se colocaba a sus espaldas, y cuando Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica