Repertorio Americano 41 ΕΙ donde punca se oye el silencio. Había sido un destilador de septimientos poema vivo del Para la biliosidad ingenio, un alquimista del amor her.
mano de la muerte, un crótico impoN atardecer de primavera vi en el sobre que rodaban pausadas sus horas tente para amar con fruto. Había sido campo a un ciego conducido por a romperse en el olvido en espumosa el cantor de las opulentas rosas de una doncella que difundía en torno de crestería de dulces recuerdos: era la cien hojas, sia perfume, ni fruto, todo sí pimbo de reposo. Era la frente de luz que alumbraba sus tinieblas, con pétalos encendidos, nacidas al borde la moza trasunto del cielo limpio de lumbre de amor; era la gloria en que del groso estercolero.
pubes; de sus ojos fluía, como de ma. se proyectaba al infinito; era en fin, Enfermo de la ciudad, después de uantial, una wirada sedante, que al su poema, el poema vivo de sus entra. haber vertido cu estrofas intrincadas diluirse en las formas del contorno las ñas amasado con su carne y con su la espuma del amor cerebralizado, bañaba en preñado sosiego; su paso espíritu, y con su sangre y con su tuvo que recogerse al campo a reno.
domeñaba a la tierra acariciándola, y médula, con sus potencias y con sus var en su frente la vida del cuerpo. el aire consonaba con el compás de su sentidos.
allí sintió por momentos volverse idio.
respiración tranquila y profunda. Pa. Había sido Julián, el ciego, de jo. ta, que el filtro en que ceroía sus ex.
recía aspirar a ella todo el ambiente ven un rimador ingenioso, y por ioge. quieitas sensaciones se le enturbiaba, campesino, de ella a la par tomando nioso, frío, un cerebral producto de la que la carne se le hacía tierra. No poavisador refresco.
ciudad donde pocos van al paso y día sufrir el contacto con el aldeano Marchaba a la vera de los trigales verdes, salpicados de encendidas ama.
polas, que se doblaban al vientecillo, bajo el sol incubador de la mies aun no granada. En acorde con las cadencias de la marcha de la joven palpita.
ba, al pulsarlo la brisa, el follaje tierno de los álawos, recién vestidos de hoja aun en escarolado capullo e impregDados de la lumbre derretida del cre.
púsculo.
Apagose de sudito su marcha la la vista de un valle rebosante de quietud.
Pasó sobre él la doncella su mirada, una mirada verdaderamente melodiosa, y depurado entonces el pobre terruño de su grosera materialidad, al espejarse en las pupilas de la moza, replegábase.
desde ellas a sí mismo convertido en eosueño del virginal candor de su ino. cente contempladora, Humanizaba al campo al contemplarlo, ella, más bien que mujer, campestre naturaleza en.
carnada en el femenino cuerpo virgiual.
Cuando se hubo empapado en la visióu serena inclinóse al ciego, e ios.
pirada de filial afecto, con beso silencioso, le trasfundió el alma del paisaje. Qué hermoso. Qué hermoso! exclamó el padre entonces, vertiendo en una lágrima la dicha de sus muertos ojos. se volvió a besar los de su hija, en que perinchía inconsciente piedad.
Readudaron su camino, henchido el ciego de luz intima, de calma su lazarilla. Dios le bendiga! dijo al cruzar con ellos un cansado caminante, sin.
tieodo sobre sí la espiritual limosna de la mirada aquella. Mi vida, mi eternidad, mi luz, mi gloria, mi poema! rezaba al oído de su hija el ciego en tanto que la ritGamis mica pulsación de la mano que cogido le llevaba recogía la vida de la cam.
piña toda. Era, sí, su vida, el cáliz en que apuraba con apsia el jugo de la creación; era su eternidad, la eternidad DORAS LA HEPATIO DIABLITOS. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica