124 REPERTORIO AMERICANO Recorren así la planicie hacia el castillo imaginario.
Recorren así la planicie guiados por acre olor de osario.
Quién ha muerto, quién? Las tres niñas galopan los rudos caballos.
Los mendigos miran las niñas y oyen relinchar los caballos. Evocáis el perfume de muertas Primaveras, ritmo del corazón y carne transitoria. Evocáis la embriaguez, como aquellas banderas que desgarraron ásperos ciclones de victoria?
La comedia e finita. Los sudarios hermanos envuelven la carroña de penetrantes miasmas.
Dormís, y los poetas que escrutan los arcanos con afiebrados ojos, evocan los fantasmas.
Se equivocan, a veces. Oh, Ilusión, los embriagas. y buscan lo divino sobre las tristes cosas.
Vuestros pliegues quizás sólo envolvieron llagas, allí donde sus ojos sólo veían rosas!
Fantasia de Schumann (En ut mayor, op. 17)
a André Mora.
II En un triste rincón del Perú andino la mujer viste un hábito severo, amplio y duro sobre el cuerpo divino, sin un frufrú sonriente y dominguero.
Lágrimas, más lágrimas, todas las lágrimas de la floresta; suspiros, más suspiros, todos los hondos suspiros del monte!
Busco y rebusco entre los árboles, lanzando amorosa protesta, a la Amada muda y perdida en un incógnito horizonte.
Está ella acaso balanceada en una rama inaccesible bajo el caricioso y saudoso deliquio de un raro bulbul? en la fascinadorn estrella que en lengua de oro irresistible la hizo sonar ur vago sueño lleno de temblores de azul?
Lágrimnás, más lágrimas, todas las lágrimas de la floresta; suspiros, más suspiros, todos los hondos suspiros del monte ¿no son capaces de atraerla? Caronte ya su barca apresta y las Constelaciones cierran sus ojos en el horizonte.
Dulce Mater Dolorosa y simbólica obcecada por trágico minuto, por su raza vencida y melancólica de la cuna a la tumba lleva luto.
Bajo de la amplia túnica clemente el amante se esconde, y el rival a veces en su cólera demente atraviesa a los dos con su puñal, Tengo celos, oh Amada! Tu camisa vibra sobre tus flancos agarenos, cruje con erótica sonrisa y se aprieta a la gloria de tus senos.
Quién pudiera la sien doliente y cálida sobre el misterio dulce reclinar, y tornanado la carne a ser crisálida. sonar, soñar, soñar, soñar, soñar.
III El puerto Arriba, en el narino contrafuerte, mi corazón avizoró a la muerte aquellă vez. Pisadas oportunas la llevaban a través de las dunas hasta sobre los barcos dormilados que escrutaba con ojos reposados, como quien, para hacer un largo viaje, se prepara de barco y de equipaje.
Detúvose al final igesto certero!
con los brazos en cruz frente a un velero.
Sobre la arboladura, fantasmal, vi fulgurar la guadaña fatal. me dije. Por fin se va muy lejos y me deja tranquilo. En sus reflejos.
veré aun noches diáfanas de luna, las hojas verdes y la Amada bruna, pues que será terrible, como Anteo, morir en los umbrales del Deseo.
Además, que me queda en el rosal interior mucha rosa de ideal. Mas el velero no salió. En la rada no se movía nada, nada, nada.
Aquel velero en el paisaje rudo era un fantasma mudo, mudo, mudo.
Y, oido alerta y ojo vigilante, pasé toda la noche alucinante. allí sigue. Días, meses, años cargados de tristeza y desengaños se alejan en un ritmo alado y breve ipero el barco maldito no se mueve!
Quién pudiera tener dos alas bellas, corazón, y fugarse a las estrellas. El domingo, bajo el velo, iba la niña orgullosa, traje blanco y alma rosa como un serafín del cielo.
Desde mucho tiempo hacía que en silencio, a solas, queda, soñaba con la alegría de envolverse en blanca soda. cuando el padre tendió la hostia, para mostrar mejor su traje lunar, jel busto la niña irguió!
IV Los trajes Traje de invierno o traje de verano, pesado traje de trama de oro o vaporoso azul, siempre incitando al fruto prohibido y encantado itrajes, pesados trajes de brocado o de tul!
Los mismos pliegues amplios sobre las nobles líneas escondiendo con celo la ardiente desnudez, unas veces mintiendo redondeces virgineas y otras mintiendo altiva y orgullosa esbeltez.
Yo me acuerdo de aquella lejana catedral bajo de cuyas naves me sorprendió el amor.
Entre el incienso místico su traje de percal despertaba en mis venas éxtasis turbador.
De inesperada gracia su forma frutecia por el incienso complice que ascendía al plafón, y ipobre bienamada! toda aquella poesía no era más que un alarde de brillante chifón.
Oh, trajes antañones de pesado brocado que os pudrís, lentamente, detrás de los cristales!
Se cerraron los ojos que habían devorado bajo vuestros pliegues los senos virginales.
Los impacientes dedos y los labios ardientes que se crisparon sobre tu seda coruscante, se fueron. Hoy reposan en comarcas clementes donde el Olvido es Angel Guardián y vigilante. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica.