José Carlos Mariátegui

AROI 24 de Noviembre de 1928.
No. LABOR UN CAPITULO DE EL AGUILA LA SERPIENTE. por Martin Luis Guzmán.
PRENSA DE DOCTRINA PRENSA DE INFORMACION, por José Carlos Mariátegui.
LA LUCHA REVOLUCIONARIA EN LA CHINA, por su EL IMPERIALISMO. UN FENOMENO ECONOMICO, por Fritz Bacha.
CUADRO DE LA PINTURA MEXICANA, por Martí Casanovas.
ORIGEN DESARROLLO DE LOS SINDICATOS DE OFICIOS VIDA SINDICAL. GUIA DEL LECTOR.
POR LA ORGANIZACION SINDICAL DE LOS TRABAJADORES AGRICOLAS.
QUINCENARIO DE INFORMACION IDEAS PUBLICADO POR LA SOCIEDAD EDITORA AMAUTA PAGINAS 10 CENTAVOS APARECE EL 20. y 40 SABADO DEL MES.
CASILLA DE CORREO 2107. Lima. Perú.
Un capítulo de El Aguila y la Serpiente El libro de Martín Luis Guzmán, uno de los grandes sucesos editoriales últi06, os una interesante y sugestiva versión de las mayores jornadas de la Revolución Mexicana. Documento de la literatura y la historia hispano americasas al mismo tiempo, nos complace recomendarlo, con la reproducción de uno de sus capítulos, a la atención de les lectores de LABOR.
y la verdadera revolución vencen. o Villa no sigue sino sus instintos ciegos, y entonces él y la revolución fracasan. en torno de ese dilema iba a girar el torbellino revolucionario en la hora del triunfo.
II CAMINO DE MEXICO Villismo y Carrancismo ambiciosos y corrup. ores, cuanto fácil hubiera sido como empresa instintiva de una unanimidad revolucionaria bien orientada. Pero también era verdad que ya había yo sentido en Soncra, con evidencia perfecta, que la revolución iba, bajo la jefatura de Carranza, al caudillaje más sin rienda ni freno. esto me bastaba para buscar la salvación por cualquiera otra parte.
El simple hecho de que todo el grupo enemigo de Carranza se acogiera al arrimo militar de Villa podía interpretarse ya, si no como el anuncio de nuestra derrota futura, sí como la expresión del conflicto interno que amenazaba al impulso revolucionario en sus más nobles aspiraciones. Porque Villa era inconcebible como bandera de un movimiento purificador o regenerador, y aun cumo fuerza bruta se acumulaban en él tales defectos, que su contacto suponía mayores dificultades y riesgos que el del más inflamable de los explosivos. Mas siendo eso cierto, también lo era que sólo los elementos militares dominados por el quedaban disponibles para venir en auxilio de nuestras ideas. El otro gran ganador de batallas, Obregón (Angeles, sin tropas propiamente suyas, sumaba su destino al de Villa. se desviaba por la senda del nuevo caudillismo. De modo que, para nosotros, el futuro del movimiento constitu. 0nalista se compendiaza en esta interrogación única. sería domeñable Villa, Villa que era inconsciente basto para ambicionar. Subordinare su fuerza arrolladora a la salvación de acipios para el inexistentes o incule prensibles?
Tal era el dilema: o Villa se sorre.
te, aunque sin comprenderla a la idea última de la revolución, y entonces él Noche de Coatzacoalcos Próxima la caída de Victoriano Huerta, Villa nos comisiono al coronel Carlos Dominguez y a mi para que estuviésemos en la ciudad de Méjico durante la entrada de las tropas constitucionalistas y para que después lo representáramos cerca del Primer Je.
fe. La ruptura de relaciones entre éste y Villa daha tintes demasiado azarosos a aquella comisión. Eso no obscante, Domínguez y yo la aceptamoscomo antes habíamos aceptado cosas más difíciles o peligrosas y sal. mos de El Paso (Texas) hacia la capital de la República, por la ruta de Cayo Hueso y La Habana.
Largos meses de entancia en Chihuahua se tradujeron para mí en un gradual alejamiento gradual y VOluntario de la facción que iba formándose en torno de Carranza y sus incondicionales. La facción opuestarebelde dentro de la rebeldía: descontenta diza, libérrima representaba un sentido de la revolución con el cual me sentía más espontáneamente en contacto. En este segundo núcleo se Agrupaban ya, por mera selección simpática, Maytorena, Cabral, Angeles, Escudero, Díaz Lombardo, Vasconcelos, Puente, Malváez y todos aquellos, en fin, que aspiraban conservar a la revolución su carácter democrático e impersonal anticaudillesco para que a la vuelta de dos o tres años no viniera a convertirse en simple instrumento de otra oligarquía, ésta acaBo más ignorante e infecunda que la porfirista. Ciertamente, yo no veía como daríamos cima a tamaño empeño; aquello me parecía, más bien, dificílisimo, improbable tan improbable para obra de un pequeño grupo, así estuviese resuelto a luchar hasta lo último contra todos los personalismos a Dibujo de Diego Rivera, para el Anfiteatro de la Escuela Nacional Preparatoria de México.
Diez días después de nuestra llegada a Cuba nos embarcamos en el María Cristina para Veracruz. Tenía aquel viaje varios puntos obscuros, y uno era el peligro de que nos aprenhendiesen al hacer escala el buque en Puerto Méjico, ocupado aún por tropas huertistas. Pero como esperar más tampoco nos pareció prudente, resolvimos proseguir la marcha, temerosos de no llegar a la capital a tiempo para cumplir las instrucciones del general Villa ¡Con cuánto dolor no nos arrancamos de en medio de nuestra existencia habanera, tan innsperada, tan grata, tan muelle des és de las agitaciones políticas de los meses anteriores! Menocal, el hermano del Presidente de Cuba, y Arturo Grande, el arquitecto amigo de Domínguez, habían conseguido hacer de nuestro paso por su bello país una ilimitada perspectiva de horas amables. Ya estaba yo en el barco, y todavía sentía sobre mi la caricia de la generosa hospitalidad; ya navegábamos en mar abierta, y aún palpaba en mi entorno la atmósfera de los días perfectos: casas azules, casas aperladas, casas claras del Vedado; zaguanes umbríos, con piso de mosaico y zócalo de azulejos, en cuyo otro extremo se iniciaban, luminosos, patios medio andaluces, de mecedoras blancas y tiestos cargados de flores; mañanas magníficas del Yacht Club. entre hermosas bañistas las más bonitas mujeres que nacen en Américay bajo un sol de vida y de lumbre; paseos vespertinos en el Malecón, con los ojos fijos en el añil del mar, mar intenso cual ninguno; y así todo lo otro, todo en el mismo grado de calidad suprema y sápida hasta lo vulgar, como los langostinos de la acera del Hotel Telégrafo y los helados de frutas del Prado, y hasta lo humilde, como las aguas de coco o de guanábana, tomadas a la sombra de puestos callejeros Para consumar esta pequena hazaña de furor patriótico o de nostalgia súbita retrospectiva Domínguez discurrió que nos disfrazáramos convenientemente. Cómo? De marinos españoles. La cosa no fué difícil gracias a la ayuda gentil de dos oficiales con quienes habíamos intimado a vordo y que nos prestaron, con arrojo, parte de su ropa. De qué jerarquia naval me investi yo al meterme dentro de un hermoso uniforme de anclas y dorados? No lo recuerdo. Pero el hecho es que en esa ocasión entre al territorio mejicano metamorfoseado de una guisa que a mí me parecía fantástica.
Ya era tarde cuando caminamos con andares marinos toda la longitud del muelle y fuimos adentrándonos por el pueblo. Las calles estaban negras, solas, tristes. La moribunda animación inmediata al puerto se extinguia a los pocos pasos, tras de parpadear, como llama que se apaga, en corros más y más raros de gentes que conversaban, sentadas en familia, la puerta de sus casas Por fin, en una plazoleta, vimos unos tinglados que lograban retener, bajó el resplandor de sus luces melancólicas, algunos pequeños grupos de hombres y mujeres. Allá nos acercamos. Se trataba, al parecer, de una feria. Habia un puesto de loteria, admirablemente decorado de manera espontánea confilas de jarros, de vasos, de platos y de juguetes de loza y vidrio. Había dos o tres ventas rudimentarias; tres mesas de naipes y dados; un puesto donde se tiraban argollas sobre unas tablas sembradas de mon das, y un mal figón ambulante Dominguez y yo nos detuvimos frente al puesto de las argollas con auténtica curiosidad de forasteros. Diez o quince individuos de aspecto estrafalario despilfarraban allí su dinero jaleados por el dueño del puesto y su mujer. Esta, sobre todo, parece tener un enorme poder persuss. ara convertir en actores a los tores simples, pues era la que nas monedas de cabre extraía de todos los bolsillos. Descollaba entre los que jugaban un hombre joven, de camisa marilla, sin saco, sin cuello, sin corbata, de pantalón blanco, polainas negras, pistola en la cadera y cinto repleto de cartuchos. Estaba jugando con verdadero encarnizamiento, con furia, pero tan torpemente, que todas las argollas, apenas salidas de su mano, brincaban sobre la tela roja de las monedas con mayor brío que si fueran de goma El juego aquel, aunque dificil en extremo, parecía facilisimo primera vista. De modo que Domínguez y yo, a los tres minutos de mirar, ya teniamos argollas en la mano y nos ensayábamos a nuestra costa. Dominguez, resuelto a ganarse algo, tiraba con gran cuidado: trataba de descubrir una técnica, esbozaba métodos, los cambiaba. Yo, que tenia por algo menos que imposible el prodigio de circunscribir cualquiera de las monedas en una argolla, tiraba por tirar. asi fué como uno de mis tiros se quedó por casualidad, sobre un décimo de plata Sorprendidos los feriantes de habilidad tamana, el juego se interrumpió unos segundos. La mujer del puesto se acercó a mí y. me entregó, sonriendo, el dinero que habia ganado; y mientras tanto, el hombre de la camisa amarilla y la pistola estuvo mirándome, miró a Domínguez y se volvió después a decir algo en voz baja al compañero que tenía cerса.
Minutos más tarde, jugando con la misma indiferencia volví a acertar. Pe ro ahora la casualidad llevó la argoPese a nuestros temores, en PuertoMéjico no nos ocurrió ningún percance grave. esto, a pesar de que la vista de la tierra mejicana nos agito de tal modo el alma, que no supimos resistir a la tentación de bajar al suelo patrio la noche que el buque pasó atracado al muelle.
Diego Rivera. Fresco de la Secretaria LA LIBERACION DEL PEON. por de Educación Pública de México.