99 IZQUIERDA 23 IZQUIERDA Pedro Por ABEL RODRIGUEZ Hace frío. Escasos transeuntes cruzan la calle. Como todas las noches, ahora, Pedro está sentado en el umbral del zaguán. veces eleva los ojos y contempla el cielo cubierto de estrellas. Otras, en cambio, mira hacia el interior de la casa, donde las sombras del patio se cortan bruscamente por la luz que proyecta el comedor. El haz luminoso parece una pantalla cinematográfica. Dos siluetas animan el foco: dos figuras que aparecen, huyen, se unen y gesticulan. Son tan variados los movimientos que por observarlos, Pedro, olvida un instante su desdicha y sigue atento los contornos de las sombras. Los ojos se le llenan de lágrimas y cuando alza la vista, ve las estrellas deformadas y con largos reflejos prolongados hacia el infinito.
La madre de Pedro se asoma un momento al zaguán, y dice en tono cariñoso. Pedro, Pedrito. No tenés frío. Vení; acostate. Qué gusto de estar así, Dios santo! Mirá que mañana tenés que levantarte temprano y después rezongás.
El no tiene tiempo de contestarle, porque ella lo ha dicho todo de prisa.
Luego, sin esperar respuesta, ha regresado al comedor y de nuevo sobre la superficie ocre de la luz, las sombras gesticulan.
Mientras pasan las horas, Pedro piensa mil cosas distintas. Su fantasía gira y gira vertiginosamente como el movimiento de una polea. Pero, lo que más embarga su pensamiento es el taller de fotograbados donde trabaja. La vida allí es terriblemente monótona. Todo el día se recibe una claridad que viene de una claraboya empotrada en el techo. Los rayos de los focos dañan la vista. Siempre se está envuelto por el olor del éter, al cual no puede familiarizarse. Tampoco soporta el chirrido de la sierra mordiendo las láminas de zinc. Además, el sueño le persigue sin tregua. Es algo que lo siente, como si lo acechase desde todos los rincones, para venírsele encina al menor descuido. El martirio es tan agudo que hasta materializa la imagen del sueño: an animal zarposo de pupilas relucientes que espía desde las sombras. Cuando está por dormirse la voz del oficial lo sacude. Pedro, mové la cubeta. Recorta la plancha. Llevá estas fotografías. Eh, Perico, se te van los bueyes: dá ácido. El oficial aunque grita, es un buen hombre. Jamás dá una orden en tono irritado. Pero, Pedro, quizás por su mismo cansancio, le guarda una remarcada antipatía Al atardecer, a punto de terminar las tareas, cuando precisamente debiera sentirse más contento, se apodera de Pedro una vaga inquietud. Ese malestar se acentúa de regreso a su casa. después de la cena, lo abruma toda la infelicidad de su vida. La sobremesa es breve. La madre monda una manzana, entreteniéndose, luego, en hacer números con la cáscara del fruto.
El padre se apresura a tomar el café, resoplando sobre la superficie del líquido para enfriarlo, mientras exclama. Caramba, qué tarde se me ha hecho! el amigo, que noche a noche visita la casa, reclinado indolentemente en el sillón, contesta. No, si tenés tiempo.
Todavía en el vano de la puerta, enfundándose el sobretodo, el padre interroga: Vas no venís. anticipándose a la negativa, se retira precipitadamente. Pedro, entonces, sale tras él. Se detiene un instante en la vereda y observa cómo el padre se aleja. Cuando lo vé desaparecer se sienta en el umbral y espera. Allá, en el patio, la luz del comedor tiembla como un pensamiento retorcido y misterioso.
Pedro, ama las noches tormentosas cuando la lluvia repiquetea en los cristales y el patio se llena de ruidos extraños y los álamos gimen heridos por el viento. Dentro de las habitaciones entonces todo es confortable. La madre, junto a la máquina hace correr la costura y la luz pone una aureola destellante en la rueda y un nimbo en sus cabellos rubios. El padre arrastra las zapatillas. También arrastra su aburrimiento. Anda de aquí para allá. Toma una cosa para dejarla en seguida. veces, por hacer algo, mastica un pedazo de pan, en tanto observa por la ventana la lluvia que cae sin tregua. Luego, dice enconado. La pucha, cómo cae! Esto no lleva miras de parar.
Pedro entonces, se acuesta temprano. Bajo las cobijas se adormece feliz, arrullado por esa música familiar. Si él creyera en Dios, le pediría sencillamente. Dios mío, yo seré bueno; pero hacé Hover todas las noches. Ahora, como siempre, un vago desconsuelo lo atormenta. Se cansa de mirar la misma perspectiva, llena de luces. Y, sin querer, razona como un filósofo. Piensa que su vida es así. Una calle reeta y lisa, pisoteada por todo el mundo. Pero en realidad, quién le hace daño. Quién ha tenido intención de hacerle mal? Sufre y no sabe explicarse. Piensa en todo esto y se hace una lamentable confusión.
En la esquina, bajo la luz del foco eléctrico, sus amigos se hallan sentados en rueda. La pandilla, al pasar por la vereda de su casa, le invitó ruido.
samente, pero él rehusó con terquedad, sin dar explicaciones. No hace mucho él era el primero en todas las diabluras. Más de una vez, su audacia le costó caer en manos del vigilante. Los demás muchachos no pueden darse cuenta por qué permanece sentado ahí, como un marmota. Lo acorralan a preguntas. Uno de ellos, y quién sabe con qué aviesa intención, le dijo mirando oblícuamente hacia el interior de la casa. tu mamá. Está adentro repuso él sobresaltándose.
Pedro creyó advertir que todos se miraban significativamente y que al irse cuchicheaban entre ellos. Por qué lo atormentaban así?
Poco a poco, la calle queda desierta. Los ruídos de la ciudad se oyen cada vez más distantes. El eco de una campana señala la hora. Las diez. Hasta cuándo deberá esperar el regreso de su padre? Cuánto tiempo durará aún su vigilancia obligatoria!
Pedro recuerda que hace días su padre detallaba los pormenores de un crímen. El protagonista principal fué un herrero, quien sorprendió a su mujer en brazos de un amante. Con un hierro candente los quemó a los dos. Cuando los vecinos acudieron en defensa de las víctimas, hallaron en la pieza dos seres deformes, que gesticulaban sin poder articular palabra. Los diarios relataron el hecho con una brutalidad desconcertante. Irritaban ciertos detalles.
El padre, lejos de indignarse, como comentario final, dijo satisfecho. Ha hecho bien, qué diablos! Mientras el hombre trabaja como un