Communism

6 IZQUIERDA IZQUIERDA Junto al Fogón Por Francisco Bó que degollaba con la zurda cuando te cheviqui y en la civilización fascista.
nía enferma la derecha. Matar, es cosa Cree que España está en condiciones de fácil. Lo difícil, es no matar. Desde civilizar a los moros; cree que la liberque se inventó la ametralladora, cual tad es un lujo innecesario; cree que quier bruto puede limpiar una calle más vale morirse con disciplina que repleta de obreros. El valor físico, aho vivir sin ella.
ra, sólo engendra soldados del escuadrón u otros tipos menores de delinUna vez, no hace mucho, fué a Liscuentes. En los tiempos de la indepenboa. Allí los polizontes lusitanos le mosdencia, en que todos era más o metraron un documento tremebundo que lo hicieron zozobrar a Maeztu; allá, en nos bárbaros, se explica que el más bárbaro ocupara un lugar prepondeLisboa, descubrió que la República Arrante. Pero, hoy no tenemos por qué gentina estaba socavada por una vasrendirle culto a semejantes hábitos de ta organización subterránea (no la del barbarie. Hoy, se necesita otra clase Anglo comunista anárquica bolchevide coraje: el valor moral. Las luchas qui. Inmediatamente se lo comunicó a más extraordinarias de nuestra época La Prensa por intermedio de varios las libra el pensamiento.
artículos que cobró a buen precio. Qué habrá encontrado Maeztu en Lisboa. Lástima grande que aquel antiguo Un folleto, un pequeño folleto de pocas valor que tenían nuestros antepasados páginas, que circuló profusamente en para manejar el facón y las boleadoel país durante la campaña de organiras, no lo hayamos heredado nosotros, zación obrera agraria. Este folleto fansiquiera para manejar la pluma. tástico se repartia gratis en todo el país y no había linghera que no lo llevase en el fondo de su bolsa como un RAMIRO DE MAEZTU, EMBA nuevo catecismo. Ese folleto humilde, JADOR DE LA DICTADURA ya olvidado, lo descubrió y resucitó Maeztu en Lisboa oasi un decenio después de haber aparecido. Para nosotros es una cosa nueve cita, lun, recuerdo Desde España amenazan con enviaramable de un cuarto de hora emocional nos a don Ramiro de Maeztu en calidad de Embajador. La designación del que ya pasó. para Maeztu no, son ideas fantasmales que inquietan el ánimo, vopublicista español produjo aquí cierto movimiento de simpatía hasta en cierta ces que remueven, cosas que vendrán.
prensa vespertina que se hace Hamar Maeztu se cree en la necesidad de avipopular democrática. Ramiro de Maez sarle a la policía argentina que tenga tu pertenece a la clase intelectual. Vive mucho ojo.
de la pluma, de lo que produce como Si viene ahora Maeztu llega a tiemescritor. Comenzó siendo escritor de po; sería el candidato ideal para reemizquierda, ahora es escritor de la de plazar a Santiago mortalmente herirecha. Plutarco diría: como flautista do por su traidor amigo Rosendo Ande la tiranía. Cree en la barbarie bol. tía.
La leña crepita y chisporrotea mientras la llama del fogón envuelve el vientre ennegrecido de la pava. La carne se va chamuscando, paulatinamente, enganchada en la cruz del asador. Las gotas de grasa caen sobre los troncos encendidos y llenan de humo acre y espeso todo el ambiente de la cocina campera. Un apestoso candil se esfuerza inútilmente en lanzar débiles y amarillentos lampos cada vez que el fuego disminuye su intensidad.
Los cuatro rincones de la cocina permanecen a obscuras. Allí se apeñuscan las sombras de la noche, borrando, con pinceladas informes, las paredes, los objetos y los seres, y reduciendo todo en un plano único y gris.
Afuera, cae una fría llovizna. El pampero infatigablemente a lo largo de la llanura. su paso, trepidan las tejas del techo y las tacuaras del mojinete silban un lúgubre quejido.
Los peones retrasados van llegando.
Güenas noches a la compañía. exclaman, canturreando, mieniras se dirigen a ocupar sus asientos. los que ya están, contestan, ritualmente, uno tras otro. Gienas. Guenas. Güenas.
El viento moja. afirma alquien arrebujándose en un poncho.
Así parece.
asiente un segundo, taconeando fuerte para desentumecer sus pies ateridos. la rueda, al tibio calor que adormece, guarda inmediatamente un silencio de expectativa.
El ceño fruncido del mayordomo, quien acudió a hacer honor a la cena de los peones, está ahí, vigilante, aplacando toda expansión, incluso aquélla que aun pudiera haber dejado la ruda jornada. Los rostros curtidos, rugosos, tostados por las faenas agrestes, casi todos envejecidos prematuramente, tienen la muda rigidez de las estatutas. Sólo las pupilas brillan siguiendo el conjuro de las llamas. Sobre el asador, parece reconcentrarse, con una expresión indefinible, la aspiración suprema de sus vidas.
De pronto, dice, el cocinero. Ya está, don Blas. tomando el asador en peso, lo clava sobre el piso de tierra, cerca del mayordomo, bridándole más tarde, con el gesto, el mejor trozo.
Empieza la comida. Por largos instantes sólo se ve relucir cuchillos que cortan su parte y sólo se oye el ruido de infinidad de mandíbulas que mastican con avidez. Las duras galletas estallan como tiros y la pava empieza a soplar por su pico un blanco y rumoroso vapor.
Los perros, que atisbaban desde la puerta, se han lanzado afuera, aguerridos, y ladran con insistenca. El cocinero entonces, se asoma a indagar. Quién es. pregunta. una vez débil, murmura, tímidamente. Ave María. Es un peon todo mojado. explica, volviendo, el cocinero.