IZQUIERDA 40 IZQUIERDA 43 su corazón de Gerónimo de una inefable embriaguez. La velada se prolongaba hasta que ella, rendida por el trabajo, caía en los brazos de él, lánguida y risueña, buscando sus labios.
Hacía varios meses que Gerónimo era novio de la hermana de Elisa. Tal como pensó sus deseos se realizaron. El, por aquella silueta humilde y por las pupilas que miraban como sorprendidas, faltó al colegio muchas mañanas, y a menudo se desvió de camino habitual, atravesando la llanura para rondar la casa donde ella vivía. Los encuentros casuales se repitieron, hasta que un día, en el sendero, precisamente, a pocos metros de donde habia violado a Elisa él, todo tembloroso la dobló entre sus brazos y la besó largamente.
Ella le dejó hacer agazapándose en su pecho. Geronimo, al verla asi apagada y rendida, sintió hasta lo más hondo de su ser como una sacudida. Sus manos resbalaron por la cintura que tenía aprisionada y sus dedos se hundieron en las costillas de la muchacha, en un deseo de destrozar las ropas. Pero, luego, la mirada de ella, grávida de una infinita piedad, lo contuvo y torno a besarla, feliz de haber estrangulado al bruto que por un momento se asomo a su alma. mu muchas mañanas como aquellas recorrieron el sendero. Había, al fin, comprendido, Gerónimo, que el recuerdo de su crimen sólo le turbaba de una manera sexual. Ciertos detalles de Julia, así se llamaba su novia, parecidos a los de su víctima, despertaron en el deseos que se acentuaban al cruzar el sitio donde había asesinado a la chica. la vista de la llanura y sintiendo en su flanco el roce vibrante de aquel cuerpo juvenil, se estremecia como un potro arisco y en celos Su voz enronquecia. Respiraba con dificultad y terminaba por abrazar rudamente a Julia, hasta llegar a hacerle dafio. Ella, notando el cambio, interrogalba con sus grandes pupilas, y él, entonces, ante aquella mirada, se tornaba dócil como un niño.
Cuando se despedían, Gerónimo se dirigia a la escuela, marchando serio y reconcentrado. Sus actos le sublevaban porque comprendia que estaba incubando en su espiritu un sentimiento brutal. Entonces, según era su constumbre, concluía sus reflexiones en voz alta. Si seré bestia, más que bestia!
sufriendo de frio y sufriendo por él, le miraba espantada. Ella se había sentado a borde de la cama y en sus pupilas revelaba la angustia que sentia en ese instante.
La figura de Gerónimo, iluminada por la luz del velador, adquiria una proyección enorme y la sombra de su cabeza se quebraba alla en el techo, balanceándose fantásticamente. Por fin, pareció serenarse. Se calzó unas zapatillas, púsose un abrigo y luego sonrió satisfecho. Su mujer, al verle tranquilo, le interrogo: Vas a salir?
No. Es la tomó con delicadeza, conduciéndola hasta la cama. Luego la arropó bien.
Ella, sin saber explicarse el por qué su felicidad al lado de aquel hombre se había quebrado tan pronto, lloraba y lloraba. El trató de calmarla. La acariciaba leve, mente. Al influjo de aquellas manos que iban y venían por su rostro, ella se adormeció. Entonces Gerónimo torno a levantarse y a pasear de nuevo por la habitación.
De vez en cuando, sonreía satisfecho, como si hubiese hallado, después de esa crisis, la solución a su dolor. Abrió la puerta y salió. El viento arremolinaba el agua y pronto se sintió todo empapado. Caminada por el medio de la calle, sin esquivar las ráfagas y chapoteando entre el lodo. Reía a veces, diciendo en voz alta. Ahora sí que me voy. como si desafiase a alguien, gritaba. iMe voy. Si, me voy. qué?
La tormenta arreció. Por momentos los relámpagos iluminaban la tierra que repentinamente se desnudaba de su ropaje de sombras, mostrando la masa oscura de los árboles, los cercos del camino y una que otra casa perdida en la llanura.
Gerónimo andaba y andaba como un poseido. Llegó así hasta las vías del ferrocarril iS. decia entre dientes. Haré aplastar esta cabeza de porqueria que no me sirve para nada!
Para cumplir su propósito eligió un puente que cruzaba un arroyo. Un relámpago le mostró las dos paralelas de metal que se perdían en las tinieblas. Era tan densa la lluvia que la noche parecia como rayada de hilos brillantes. Geronimo, parado en mitad de la via escuchaba los menores ruidos. Se entretuvo un instante sintiendo el ladrido de los perros y el mugido de las vacas. Luego, una rabia sorda ise apoderó de él. Se mordia los labios clavandose las uñas en las palmas de las manos. De pronto, el silbato de una locomotora anunció la proximidad de un tren. Gerónimo dió un grito y trándose al suelo se aferro con fuerza a los rieles: Me aplastaré la cabeza!
Otra vez el sortido del silbato se desparramó en el aire. Allá en la lejania la luz de la máquina oscilaba y se hacía más grande y más roja a medida que avanzaba.
Gerónimo, desde el suelo, contemplaba la luz, dando gritos. Pero en el momento decisivo se acobardo, y tomándose de los travesaños que sostenían los rieles, dejó caer los pies en el vacío. el tren paso lanzando un reguero de chispas. Gerónimo tenía los ojos agrandados por espanto. El troc. itoe. itroc. itoc. pesado de los vagones le parecía interminable. Algo horrendo y sin nombre le hacía dar alaridos. Un dolor agudo le punzaba las arterias. Cerro los ojos para huir de la tentación de dejarse caer al arroyo que corría bajo sus pies. Por fin, pasó el último vagón, y la luz del farol que llevaba el tren en la parte trasera se fué debilitando en las tinieblas.
Gerónimo hizo un esfuerzo y rodó en medio de la vía. Asi quedó largo rato tirado, recibiendo sobre sus espaldas la lluvia que no dejaba de caer. Después amenazó con el puño hacia el cielo plomizo. Malditos. Por qué me han hecho de esta pasta? empezó a sollozar dulcemente.
Abel RODRIGUEZ.
Tiši. gritaba.
el La vida tenía ahora para Gerónimo una perspectiva negra, sin matices. Entre él y su deseo se había entablado una lucha terrible: pero poco a poco sentía que esa tragedia iba doblando su voluntad.
Al casarse con Julia, pensó que su vida, al fin entraría en un cauce sereno.
Su mujer era cariñosa. Con mucho tacto sabia endulzar los instantes en que el recuerdo echaba sombras en su espíritu, como también sabia asociarse a los repentinos momentos de alegría que se apoderaban de él.
Gerónimo tenia la esperanza de que una perspectiva risueña se abriria a su vida. Al principio esperó que aquello pasase para luego hacerse un plan de trabajo y cumplirlo. Sus antiguas ambiciones literarias lo inquietaron de nuevo y confiaba.
en que llegaría un momento que le permitieran dedicarse al trabajo seriamente.
Pero transcurrian los dias y cuando se proponia materializar sus ensueños sentia que su cerebro estaba como hueco y cansado.
Lejos de reponerse, empezó a perder el sueño. Poco a poco los besos y las caricias de su compañera le resultaban insor portables. Tenía el recuerdo de la otra adherido en su espíritu tan firmemente, que era un acecho constante, brutal.
Cuando el cuerpo tembloroso de su mujer reclamaba el suyo, él se desprendía de los brazos que lo sujetaban y luego paseaba y paseaba, interminablemente, de un extremo a otro de la habitación. Sobre la consola había un retrato de Elisa que siempre le miraba. través de las sombras, aquellos ojos, para siempre muertos, parecia que le invitasen. Entonces el, amenazaba con el puño a un enemigo invisible y proferia insultos en voz alta.
Julia, viéndole así, saltaba del lecho y le interrogaba, acariciándole: pero él rehuía las caricias y se retorcia las manos con desesperación. Una noche de delirio de locura, en que sentía el deseo arder hasta sus fibras más hondas, estuvo a punto de estrangular, a su mujer. Sólo un relámpago de lucidez lo contuvo. Ella, sin comprender, medrosa, temblando le aferró los brazos al cuello. El pensó desahogarse diciéndoselo todo, para después huir lejos, donde no se supiera ni su nombre. En el instante de la confesión se retuvo y empezó a recriminarse. Soy un canalla. El último de los hombres. El más maldito. El más inmundo de los animales. Pero. por qué te ponés así? Malito. le decía ella, en tanto sus manos piadosas la acariciaban. Malito. malito. repetia conteniendo el llanto.
Fuera, la lluvia caía y el viento pasaba sobre la casa ululando. Se sentía erugir los árboles y rozar las ramas sobre el techo de cinc.
Ahora, el paseaba sin tregua por la pieza, mientras su mujer, semidesnuda,