IZQUIERDA 38 IZQUIERDA 39 Sos un canalla, un perfeoto canallita, Geronimo. se dijo entre dientes, e hizo con pulso firme unas muestras caligráficas en el pizarrón Cuatro meses habían transcurrido de esa manera y, ahora, la primavera espoleaba su espiritu. Una fuerza extraña lo conturbaba y se sentía cada vez más desesperado y más solo. Sus pensamientos eran agitados y revueltos como el lecho de un afiebrado. No tenía gusto para leer nada y, cuando quedaba sólo en la escuela, durante horas y horas se paseaba por el salón tascando su angustia. veces golpeaba los bancos con los puños, gritando en voz alta. Qué hacés aquí, pedazo de bestia?
El recuerdo se asociaba a su estado actual para amargarlo aún más. Habia soñado con hacer grandes cosas. Sus proyectos literarios fueron vastisimos, atrevidos, y, en las polémicas sostenidas con sus compañeros, supo defenderlos valientemente y con originalidad.
Se reprochaba, ahora, verse totalmente anulado, desempeñando las funciones de un pelele ridiculo, como él decia. hasta cuando duraria esto. se interrogaba.
De pronto tomaba una resolución: la cosa no podia ser más sencilla; se iría; si.
Se fría inmediatamente: nada de pensarlo. Se iría, sí. Pero se quedaba; y así, todas las tardes lo sorprendian en la escuela silenciosa las sombras de la noche.
Cuando no sabia explicarse el por qué de su indecisión, gritaba agresivamente. Cretino! Cretino. y, posaba su mirada iracunda sobre el busto de un Darwin barbudo.
Poco a poco empezó a abandonarse hasta en su aseo personal. Una tarde se llenó de insultos y profirió luego una serie de malas palabras porque tenia las uñas sucias. Dias después sintió deseos de abofetear al estudiante, porque este miraba con insistencia sus botas sin lustrar y el ruedo de sus pantalones que tenían algunas vetas de barro. Ante este impulso no pudo menos de preguntarse: Me estaré vol.
viendo loco?
Aquella mañana, contra su costumbre, Gerónimo había salido del camino, internándose entre los maizales. Una voluptuosidad profunda lo conmovía hasta las Lágrimas y a cada rato pasaba la mano por el dorso de las hojas, con tanta ternura como si estuviese acariciando el rostro de un ser querido. Andando, andando, llegó hasta la plazoleta de la era. El campo abierto, lleno de luz y de canciones, cobraba ante sus ojos un aspecto novedoso. Trepó a una parva y desde la cima rubia y triangular contempló el circulo de la pampa. Vista desde ese punto, la llanura ofrecía una extraña perspectiva, y el conjunto que formaban los árboles. las casas y las bestias, le sugirió la imagen de esos pesebres de Navidad, expuestos en las vitrinas de las tiendas. Tenia todo una sensación tal de pequeñek, que hasta lot mismos obreros depositando henro en la base de la parva le hicieron pensar en las hormigas a cuesta con su carga. veces, se entretenia observando la tarea de los campesinos, y otras, seguía con la vista la fuga de un tren que parecía arrastrarse como una sierpe, rubricando la lejanía. Cuando el sol estuvo bien alto, descendió de la parva, y luego, echó a andar siguiendo el garabato de un sendero. Mil cosas distintas, desordenadas y caóticas se agitaban en su cerebro. Estaba como borracho de una alegria que no sabía a qué atribuir. De pronto, una voz lo detuvo. Maestro. Maestro!
Era una de sus alumnas que corria por darle alcance. Al llegar la chica junto a él, estaba agitada y conmovida. Su busto ascendía y descendia violentamente. Se explicaba con frases entrecortadas. Iba a la escuela. Desde la llanura le vió pasar y quiso acompañarlo. Ahora estaba un poco avergonzada de su atrevimiento. Destió los ojos de la mirada penetrante de Gerónimo y dijo. Me cansé, maestro.
Geronimo temblo. Hubo en él una vacilación; pero rápidamente la tomó por. Uy, qué cansada que estoy!
el talle, internándola en el maizal. La chica, sorprendida, no articuló palabra, ni atinó a defenderse, y recién cuando se vió en el suelo y sintió que unas manos brutales, hechas garras, le destrozaban la ropa y le lastimaban las carnes, grito. Mama. Ma. Las manos de Geronimo truncaron la palabra. Luego bajaron hasta la garganta y se cerraron con tal fuerza que tuvo la sensación de que las palmas se juntaban.
De nuevo en el sendero, Gerónimo inspeccionó recelosamente la llanura. Escudriñó el sitio donde había caído la muchacha y prosiguió su paseo.
Llegó al colegio bastante tarde. Saludó afectuosamente a las maestras y, contra su costumbre, estuvo atento con el estudiante. Luego empezó a dictar su clase.
Total, pensó, una cosa como otra cualquiera.
Uno de sus alumnos le dijo que el cuaderno de deberes lo había llevado Elisa, la chica que el acababa de violar, y eso no le causó ninguna impresión. Solamente recordó un cuaderno de tapas rojas, que voló por los aires cuando él cometió la agresión.
Todo aquello era conmovedor. El fúnebre atestado de flores iba a la cabeza del cortejo, rodando lentamente. Una multitud heterogénea seguía la marcha tras de la carroza. El crimen había producido estupor entre los obreros y la mayoría de lo que habitaban en el barrio no concurrió al trabajo por acompañar los despojos de la víctima. Entre la multitud los niños llevaban ramos de flores e iban poseidos de una alegria contenida por respeto a los mayores. En grupo aparte, seguía el personal de la escuela, acompañando a la hermana de la niña muerta, una muchacha de aspecto humilde. Gerónimo estuvo con ella muy cariñoso y hablándole del crimen supo hallar las palabras justas de consuelo. Ella le respondió con una sonrisa y lo miro agradecida, tendiéndole la mano. Qué bueno es usted y cuánto parecia quererla. 161, se limitó a apretar la mano, sintiendo una intima alegria al comprobar que no se turbaba en lo más minimo. Do cada acontecimiento que se relacionase con el crimen hacia un análisis y llegaba a conclusiones felices para la tranquilidad de su conciencia. No le gustalha filosofar y cortaba sus reflexiones con razonamientos precisog. Cuando aplasto una hormiga, pienso: el diablo sabe el alboroto que se armara en el hormiguero y yo sigo en el mismo estaco de ánimo. Todo este aparato y este sentimentalismo es lo que dramatiza las cosas. Total. Durante una guerra se des.
cuartizan y se violan miles de criaturas y lou autores materiales comen y duermen como bestias, sin sentir remordimientos. Si fuese por la ley. mi caso. SI.
Gerónimo. Vaya al diablo! concluía, y le daban ganas de decir una mala palabra en voz alta.
En esta forma analizaba sus sentimientos. Se diria que había hecho el crimen a tftulo de ensayo y que esperaba un resultado, como si se tratase de la combinación de una fórmula quimiea. Solo le quedaba como recuerdo un momento de voluptuo sidad acre y violenta. Además, ciertos detalles: el cuaderno de tapas rojas; las puntas charoladas de unas botitas agitándose en el aire y la sensación que sintió en las manos al apretar el cuello. mientras seguía el cortejo, Gerónimo observaba el paso de la hermana de Elisa y se sentia atraído por la cordial sencillez que se desprendía de toda ella.
Le gustaba, sobre todo, la mirada franca y como de sorprendida que tenia la muchacha. En un momento que ella le miro asi recordó las pupilas de su víctima, cuando el la alzó en lo alto para arrojarla en el maizal y sintió como si un latigazo de lujuria le castigase las entrañas, Ya en el cementerio la multitud descubriéndose bordeó la fosa recién abierta.
El cajón fue bajado hasta el fondo y luego, los niños, uno a uno, arrojaron flores sobre el féretro Hacían esto de una manera mecánica y como si repitiesen una lección; pero la multitud se conmovió; las mujeres sollozaron y muchos hombres disimularon su emoción con toses breves.
El estudiante, cuando la tierra hubo rellenado el hueco de la tumba, pronunció un discurso ampuloso, durante el desarrollo del cual tuvo frases violentas contra sociedad. Le tocó el turno, luego, a una de las maestras. Por último, Thabló Gerónimo, quien con toda sencillez recordó a la muerta. Fué el suyo un discurso tiernisimo. Por momentos se exaltaba buscando las palabras más suaves las imágenes más dolorosas. Hubo un instante en que su voz se apagó, temblorosa, como si recitase un poema. La gente, sugestionada por aquel timbre de voz, se apiñaba en torno de él. Los niños contemplaban la escena con gravedad. Gerónimo, ebrio ante sit propia emoción, seguia el discurso acompañando los periodos al compás de la mano.
La hermana de Elisa le contemplaba como sugestionada, y él, cuando termino, se dijo. Yo besaré esos labios. ya de regreso, apartados de todos, sin esquivar la huella polvorienta que ensuciaba sus zapatos, Gerónimo se propuso tirmemente cumplir aquel deseo.
Gerónimo se adormecia bajo el influjo de aquella mirada que, de vez en cuando, se posaba en la suya. Ella, junto a la máquina de coser, reclinada un poco sobre la rueda que giraba vertiginosamente, seguia la costura, mientras él observaba la labor con alención pueril. La mano de ella, a ratos, apretaba la de Geronimo. Enton ees, por un instante, cesaba el ruido de la máquina y los dos se sentian plenamente dichosos. La paz del hogar, la muchacha y el encanto de la noche llenaban el