DemocracyJosé Carlos MariáteguiVíctor Raúl Haya de la Torre

CUADERNOS INTERNACIONALES CUADERNOS INTERNACIONALES Castilla que en las pendientes de los Andes. En tiempo pretérito, la cultura romana introducida en Inglaterra sufrió una tal transformación en el curso de los siglos, que hoy ya no puede ser reconocida. También en América, hace cuatro siglos apenas que combinamos nuestros colores, que manejamos nuestras palabras, oralmente y sobre el papel, que elaboramos lo que será tal vez en algunos siglos la cultura americana. Se está, en América del Norte y del Sur, en el período creador, con un ardor que se parece al de la juventud. Al lado de un viejo zorro británico, el americano del Norte parece un joven pastor cándido y agresivo. En América hemos gozdao o sufrido de tres siglos de paz no inte rrumpida, mientras que en Europa, desde hace veinticinco siglos, ningún país ha vivido tres períodos consecutivos de veinti.
cinco años sin que sobrevenga una gran guerra. En América, en tres siglos de colonización, se ha fundado la democracia. un solo siglo de independencia bastó para asegurar la libertad. Esta evolución, bastante distinta a la de Europa, da a la naciente cultura una característica propia, en los llanos como en las montañas. Sería ingénuo decir que somos ya cultos. En realidad, elaboramos nuestra cultura. En cambio, tal vez seamos civilizados.
Es hablar claramente, sin mezclar la grandilocuencia. Se pue.
de reconocer verdaderamente que en América, en una medida de creciente de Norte a Sur, se han desarrollado las formas más o menos imitativas de la civilización. El progreso técnico es más rá.
pido que el progreso cultural, que han encontrado en los países americanos centros de fijación, por decirlo así, oasis de crecimiento en las vastas regiones sobre las cuales se han trazado apenas las rutas del tráfico y donde las máquinas comienzan a valorizar las riquezas naturales. Germán Arciniegas tiene, pues, razón cuan.
do reconoce que la civilización de nuestro tiempo es un producto de un proceso universal de imitación, no solamente por lo que concierne a la técnica, sino también en lo que llamamos alfabetización de las multitudes, sean de China o de México. La civilización ofrece facilidades al mejoramiento de la condición de las masas y al progreso de las naciones. Hoy, la civilización es más que en cualquier otra cosa un problema de cantidad, un problema de dinero. Este autor insiste, también, sobre el factor enteramente nuevo que interviene en la evolución actual de la civilización: las comunicaciones. Recordemos a este propósito, que el profesor Nicolai ya nos ha dado detalles edificantes. El ritmo de la evolución civilizadora depende también de la rapidez de las comunicaciones, y esta rapidez contribuye a la cohesión entre los territorios alejados, a su unión por la independencia cada vez más firme.
Así, la civilización no es ya un fenómeno circunscrito en un solo continente. Tiende a vaciar el mundo entero en el mismo molde.
Europa, a su vez, se ha convertido en tributaria de la civilización técnica de América del Norte. Es demasiado evidente que la civilización esa luz del siglo XVIII. no es sino un barniz supertiDI cial, relativamente fácil de dar. La civilización pasa sin detenerse en las paradas, cosa que no puede hacer la cultura.
Esta lentitud de la cultura (que exige una elaboración muy atenta, en profundidad, una depuración de los elementos en bruto, que deben ser transformados en esencia durable y que hacen madurar a través de las generaciones y de los siglos los frutos del pensamiento y de la sensibilidad: de la ciencia, de las artes y de la ética universalistas) es desatendida con demasiada frecuencia, Sobre todo en los países jóvenes, donde se confunde generalmente la causa con el efecto, la cultura y la civilización. Se extiende apresuradamente el barniz de la civilización. para hablar enseguida, no sin orgullo, del progreso de la cultura. El profesor uruguayo Vaz Ferreira ha reconocido con la franqueza de un espíritu lógico que en América las universidades son todavía los únicos centros de cultura: constituyen el único órgano respiratorio de cultura. Es preciso alzar las antenas del conocimiento hacia las lejanas fuentes de la cultura, sobre todo hacia el Viejo Mundo.
Ya que, en el continente americano, donde se emplean tantas energías en el esfuerzo primario de la civilización técnica, no hay todavía un ambiente cultural general y los pulmones de la cultura arriesgan sofocarse si, por inhibición estrictamente na.
cional, se pretende respirar únicamente el aire enrarecido de las pampas y de los altiplanos rocosos de sus comunidades étnicas.
Podríamos citar a este propósito numerosos autores, desde el brasileño Euclides da Cunha hasta el peruano Victor Haya de la Torre, que se han tomado la tarea de despertar las fuerzas latentes de las poblaciones autóctonas, unos para amalgamarlas con los descendientes de los primeros inmigrantes europeos, otros para hacerlas retomar una misión olvidada durante siglos de esclavitud colonial. Es el sueño de la Amerindia (cf. Dr. Faris Antonio Michaele, director de Tapejara. Ponta Grossa, Brasil) o de la Indoamérica (cf. el boliviano Diez de Medina, en La Pluma. Montevideo, marzo 1931. Este último lo expresa sin rodeos: La América india parece estar sumida en un letargo interminable.
Ya no es la América de Netzahualcoyolt; ya no es la América de Pachacútec; ni la de Moctezuma o la de Caupolicán. La realidad indoamericana se conforma a un europeismo desorbitado cuando no a una mercantilización saxoamericana. Los visionarios como José Carlos Mariátegui desaparecen antes de poder despertar las energías nativas: La grandeza inviolada del conglomerado que va desde Patagonia hasta el Anáhuac acecha el instante de su realización. El futuro es de Indoamérica. Pero hoy, la América india sigue durmiendo el sueño secular de su sometimiento a otras civilizaciones. que le enseñan o calcar moldes para tallar una vida artificiosa. lejos de las montañas y de los llanos, donde reposa el sello de los Aztecas, de los Chibchas, de los civilizadores de Tiahuanacu, de los Araucanos, de los Pampeanos. de to.
dos esos antiguos pobladores del continente, verdaderas expre10 209 208